Félix Grande, en Córdoba, en una imagen de 2013. :: VALERIO MERINO
Sociedad

Entre el compromiso y el duende

Félix Grande, memoria poética del flamenco, muere con 76 años víctima del cáncer

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La poesía y el flamenco compartieron luto y quejíos por la muerte de Félix Grande, vencido ayer por un cáncer de páncreas a cuatro días de cumplir 77 años. Extremeño de nacimiento, manchego de adopción y alma andaluza, sus restos reposarán en Tomelloso, donde creció. Autor de medio centenar de libros en los que tocó todo los palos, machadianamente bueno, cosechó en la madurez los más altos reconocimientos. Narrador, memorialista, crítico, ensayista, traductor y dramaturgo, pero sobre todo poeta, flamencólogo, y amigo de sus amigos, ganó en 2004 el Premio Nacional de las Letras por una vida consagrada a la palabra. Lo recibía cuarenta años después de ganar el Adonais, trampolín de un viaje poético que fue de lo social a lo moral y lo popular.

«Es posible escribir varios poemas diarios, pero la Poesía, con mayúscula, tiene una dimensión sagrada y sólo llega cuando se está en estado de gracia», decía este padre y marido de poetas, progenitor de Guadalupe Grande y esposo de Paca Aguirre. El matrimonio, una vivísima célula de activismo cultural, recorrió España y América ofreciendo recitales y conferencias sobre poesía y flamenco.

«Me hubiera gustado ser guitarrista, pero acerté con dejarlo a tiempo; no hubiera llegado muy lejos», decía el autor de 'Memoria del flamenco'. «Yo, que viví mi infancia apegado a la tierra, a la realidad de los humillados y ofendidos, he terminado siendo un asqueroso erudito de palabras y letra impresa», ironizaba el devoto admirador de la poesía de Antonio Machado, César Vallejo, José Hierro y García Lorca, de las ficciones de Cervantes y la música de Bach.

De difícil clasificación generacional, a caballo entre los poetas del 50 y los novísimos, la preocupación social de sus primeros poemas derivó hacia una depurada estética formal con el afán de casar vida y poesía. Entroncó con poetas de similar timbre, como Caballero Bonald, Ángel Crespo, Jaime Gil de Biedma o Claudio Rodríguez. «Desde el punto de vista moral y civil estuvimos muy cerca de la generación del 50 -todos éramos antifranquistas- aunque hicimos una ruptura estética vinculada al lenguaje», explicaba Grande, traducido a una docena de lenguas.

Pacense de Mérida, Félix Grande Lara nació en pleno fragor de la Guerra Civil, el 4 de febrero de 1937. Cuando rompió a hablar su familia se trasladó a Tomelloso (Ciudad Real), donde vivió su adolescencia mamando la austera llaneza del labriego. En La Mancha fue pastor y vinatero. Un tiempo del que recordaba emocionado: «Posiblemente porque mi abuelo había sido cabrero como lo fue mi padre, me acuerdo de aquellos animales que se arremolinaban alrededor de nosotros cuando había una tormenta, como si nosotros fuéramos dioses y pudiésemos salvarlas».

Con veinte años se fue a Madrid. Vendedor ambulante de pomada contra los sabañones, canalizó su vocación literaria incorporándose a 'Cuadernos Hispanoamericanos', revista que dirigió entre 1983 y 1996. Alternó esta labor con la dirección de colecciones como 'El puente literario', o la revista de arte 'Galería'.

Lírica machadiana

Se reveló como poeta con 'Las piedras', cóctel de lírica machadiana y el surrealismo de Vicente Aleixandre, premio Adonais en 1963 y poemario inaugural de una larga serie que se cerraría con 'La cabellera de la Shoah', poema-libro de mil versos inspirado por su visita al campo de exterminio de Auschwitz, 'Biografia', compendio sus poemas, y 'Libro de familia' (2012). Ente ambos alumbró títulos como 'Música amenazada', 'Blanco Spirituals', 'Taranto', 'Homenaje a César Vallejo', 'Biografía', 'Años', 'En secreto', 'Las rubáiyátas de Horacio Martín', -Nacional de Poesía en 1978-. 'La noria', 'Cuaderno', 'Con buenas formas'. 'La canción de la Tierra y 'La memoria en llamas'.

Si su poesía evolucionó del compromiso social al moral, la memoria es la columna vertebral de novelas como 'Las calles' y 'La balada del abuelo Palancas', historia de tres generaciones de una familia manchega contada a través de su abuelo, y de colecciones de cuentos como 'Parábolas', 'Fábula', 'Decepción', 'El marido de Alicia' o 'Té con pastas.

'Occidente, ficciones, yo' fue su primer ensayo, ámbito en el que primó su amor por el flamenco y la poesía popular que inspiró 'Apuntes sobre poesía española de posguerra', 'Mi música es para esta gente, 'Memoria del flamenco', 'Elogio de la libertad', 'Agenda flamenca', 'Once artistas y un dios', 'La calumnia', 'García Lorca y el flamenco', 'La vida breve' y 'Paco de Lucía y Camarón de la Isla'. Mezcló palabra y jondura en obras como 'Grandes del flamenco', que incluía una antología de seis discos, o 'Poema de amor, con música de Paco de Lucía. Puso letra a grabaciones memorables como 'Persecución', para Juan Peña, El Lebrijano y su pasión flamenca le procuró el Nacional de Flamencología en 1980.