PAN Y CIRCO

GANAR Y VENCER

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Si hay un deportista español acostumbrado a 'regalar' lecciones cada vez que compite ése es Rafael Nadal. Da lo mismo cuándo y dónde, sino cómo y por qué. Nos tiene mal acostumbrados a la victoria, pero su grandeza se eleva a la enésima potencia en las (escasas) derrotas que ha cosechado en su ya dilatada carrera.

La final del Open de Australia se presentaba como un paseo triunfal ante un Wawrinka que nunca había conseguido doblegarle; ni siquiera le había 'arrancado' un solo set en los doce partidos anteriores al disputado ayer en Melbourne. Pero cuando el cuerpo dice basta ni el ¡Vamos Rafa! de millones de españoles apretando desde sus casas es suficiente.

Rafa Nadal no ganó el trofeo de campeón, pero sí dejó claro que él era el vencedor (moral) de esa batalla, la suya particular y la que libró ante el tenista suizo. Porque una cosa es ganar y otra diferente vencer.

El cómo afrontas las situaciones inesperadas que se te presentan reflejan el verdadero poso de campeón que tienes, intacto en la raqueta, las piernas y, sobre todo, el cerebro de Nadal; No puede sentir lo mismo el dueño de la Copa, cuyas carencias de concentración y confianza salieron a relucir ante un animal herido incapaz de agachar la cabeza ante el dolor, de defraudar a todo el equipo que le ayuda a preparar con esmero cada partido, de 'dejar tirada' a esa gente del público que se había gastado cerca de mil euros por verle pelear hasta el final como hizo.

Cualquier otro tenista con su palmarés y sus múltiples compromisos anuales, le hubiera dado la mano a Wawrinka en cuanto comprobó que no podía sacar, golpear y desplazarse en condiciones óptimas. Pero Nadal es diferente. Sus motivaciones son distintas y eso le hace especial. Puede perder partidos, pero siempre vence.