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Aniversario sangriento en Egipto
El país recuerda el movimiento popular que echó a Mubarak sobrecogido por una cadena de atentados
EL CAIRO. Actualizado: GuardarHace tres años, miles de egipcios se levantaron pacíficamente contra el Estado policial de Hosni Mubarak, un régimen que, bajo el emblema de la lucha contra el terrorismo, justificó represión, abusos y falta de libertades. Hoy, tres años después y tras un pequeño experimento democrático, el terrorismo ha vuelto y también aquel Estado policial, un círculo vicioso que vuelve a relegar la voluntad de los egipcios a un segundo plano de la Historia.
El Cairo se despertaba ayer sobrecogido por una cadena de atentados. Hasta cuatro artefactos explosivos detonaron su carga en distintos puntos de la capital dejando al menos seis muertos y un centenar de heridos. Todos, al parecer, tenían como objetivo a las fuerzas de seguridad que, desde el golpe que derrocó al presidente democrático Mohamed Mursi el pasado verano, han iniciado una campaña de represión contra los simpatizantes del islamista y los Hermanos Musulmanes. A lo largo del día, otras 16 personas morían en distintos puntos del país en enfrentamientos entre seguidores de la cofradía y fuerzas de seguridad.
Un coche bomba estallaba con 450 kilos de explosivo a primera hora de la mañana frente a la sede de la Dirección General de Seguridad en el barrio de Abdin. Este cuartel general se encuentra en pleno corazón de El Cairo y no muy lejos de la plaza Tahrir, que lleva varios días blindada y donde hoy, en un paradójico vuelco de los acontecimientos de esta azarosa transición, se manifestarán los simpatizantes del Ejército para conmemorar la revolución que, en un principio, buscó librar al país del yugo al que los militares la habían sometido durante décadas.
Condena de los Hermanos
La seguridad y la lucha contra el terrorismo, de los que el general Abdelfatah El-Sisi, el líder del golpe contra Mursi, ha hecho bandera para justificar la represión contra los Hermanos Musulmanes, han vuelto al centro de la política. Sin embargo, el lugar elegido por los terroristas y la fecha han puesto en duda la capacidad de las fuerzas de seguridad para impedir que el yihadismo consiga golpear el corazón de la capital.
Todo esto, además, mientras los agentes se encontraban supuestamente en estado de alerta por las amenazas de grupos como Ansar Beit al-Maqdis, que había amenazado con golpear al Ministerio del Interior durante la celebración del aniversario de la revolución.
«No quieren que la gente celebre», aseguró el ministro del Interior, Mohamed Ibrahim, entre las ruinas de la sede de la Seguridad. A las puertas, un enorme cráter evidenciaba la potencia de la detonación, que destrozó también la fachada y parte del interior del Museo de Arte Islámico, justo enfrente. Ibrahim se refería a los Hermanos Musulmanes, a los que, pese a haber condenado los atentados, los medios estatales y una muchedumbre congregada en el lugar de la explosión achacaban la autoría de las bombas. «El pueblo quiere ejecutar a los Hermanos», coreaba la multitud alzando pósters con la imagen del jefe del Ejército y del propio Ibrahim.
Los seguidores de El-Sisi quieren aprovechar la cita de hoy en Tahrir para mostrar músculo contra la cofradía islamista y, sobre todo, pedirle lo que parece un secreto a voces, que se presente como candidato a las próximas presidenciales, un puesto para el que parece no tener rival. «Sólo él nos puede librar del terrorismo, lo que necesitamos es un hombre fuerte que devuelva la estabilidad a este país», aseguraba Hazem Abdelrahim, un vecino del barrio de Abdin.
Un par de horas después de ese primer coche bomba, un artefacto explosivo de menor calibre era arrojado por unos desconocidos contra un furgón policial en el barrio de Doki, matando a un policía. Una tercera bomba estallaba en una comisaría de Talbiya, al oeste de El Cairo, sin causar daños personales, y una cuarta ya por la tarde mataba a un transeúnte en la calle de las Pirámides, en Giza, aunque el objetivo, al parecer, era un grupo de policías.
Los analistas no aciertan a concluir si Egipto ha regresado a la década de los 90, el momento álgido de la lucha entre el terrorismo y las fuerzas de seguridad, o a la de los 50, en la que Gamal Abdel Nasser accedió al poder tras un golpe de Estado e intentó borrar a los Hermanos Musulmanes del mapa. «Como con Nasser, hemos entrado en la 'era del héroe', la idealización del héroe salvador de la patria, en este caso el general El-Sisi», explica el politólogo Walid Kaziha, de la Universidad Americana de El Cairo (AUC). Fue la revuelta popular la que consiguió destronar a Mubarak en 2011 y a Mursi el 30 de junio pasado, alega el analista, «pero desde entonces el aparato del Estado está logrando imponerse y ha relegado al pueblo al asiento de atrás en esta transición».
El camino de vuelta a un Estado autoritario controlado por un hombre fuerte parece cada vez más evidente. Las autoridades no se han contentado con desactivar a los Hermanos Musulmanes, el más numeroso grupo opositor, cuyos líderes se encuentran en la cárcel. Los principales dirigentes de la revolución de 2011, activistas laicos y prodemocracia como Alaa Abdel Fatah o Ahmed Maher también fueron detenidos, y algunos cumplen condena por manifestarse ilegalmente. Académicos como Emad Shahin o intelectuales como Amr Hamzawi están siendo investigados por supuesto espionaje y por insultar a la judicatura. Cualquier voz crítica es silenciada.
Mientras tanto, figuras del régimen de Mubarak que habían sido juzgadas por abusos o, básicamente, por robar a manos llenas de las arcas del Estado empiezan a reaparecer, muchos de ellos después de ser excarcelados en polémicos procesos judiciales de los que ya nadie habla. Sin medios de comunicación opositores, explica Naila Hamdi, profesora de Comunicación de Masas en la AUC, «la televisión está ayudando a rehabilitar a esas figuras, mientras que ha lanzado una campaña de difamación contra los jóvenes que iniciaron la revolución».