Economia

Un año rizando el rizo

El primer aniversario al frente del club de los ministros de Economía del euro sigue siendo recordado por la crisis en el rescate a Chipre Su excesiva sinceridad y mejorable gestión caracteriza al presidente del Eurogrupo Jeröen Dijsselbloem

BRUSELAS. Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

De perfecto desconocido a inesperada estrella mediática europea. Apenas un par de meses en los que pasó de la nada al todo en la escala de la gran política. Quince de noviembre de 2012. Jeröen Dijsselbloem (Eindhoven, 1966), curtido hasta entonces en las entrañas del Partido Laborista ocupando puestos casi siempre de segundo rango, es elegido por sorpresa ministro de Finanzas de Países Bajos para liderar el ciclo más complejo en décadas con una Europa aún en el punto de mira. Es economista, cierto, pero especializado en política agrícola.

Cuando ni siquiera se había sometido al simbólico veredicto de los cien días, los equilibrios políticos del Viejo Continente -en realidad, el ordeno y mando de Berlín- le auparon casi sin quererlo a la presidencia del Eurogrupo, uno de los puestos clave del organigrama comunitario al liderar el selecto club de los 18 ministros de Economía de la moneda única. El mismo que decide y define los temidos rescates como el sufrido por Grecia, Irlanda, Portugal... Y Chipre, crisis con la que debutó y crisis que casi se lo lleva por delante. Dos meses, un suspiro, en los que pasó de la nada al todo.

Hoy, este holandés alto, delgado, de ojos azules, pelo ensortijado y apellido impronunciable -su antecesor, entre bromas, enseñó a los corresponsales a hacerlo- soplará su primera vela al frente del Eurogrupo con un currículo gestor con demasiados claroscuros en tan poco tiempo. En muchas ocasiones, por pretender rizar el rizo en declaraciones públicas sin parecer ser consciente de la enorme relevancia que en forma de miles de millones de euros llegan a tener sus palabras. Lo cierto es que no ha dejado a nadie indiferente. Para muchos errante y para otros, los suyos, alabado por su firmeza, franqueza, pragmatismo, «capacidad negociadora y exquisita educación», dos halagos estos dos últimos que en los últimos meses han quedado en entredicho.

El 'maldito' inglés

La teoría dice que todavía le queda un año y medio ocupando la presidencia del Eurogrupo, pero su trayectoria al frente de esta institución, como coinciden todos los analistas, ha quedado marcada por una palabra: Chipre. Llegó con la vitola de 'gran conciliador' pero con la alargada sombra de su antecesor, el luxemburgués Jean-Claude Juncker, en el cargo desde 2005 y toda una institución en esta nueva Europa.

Su aterrizaje fue tranquilo, sin turbulencias, con unos mercados que poco a poco parecían olvidarse de Europa. Pero llegó la crisis chipriota, el cuarto rescate. Febrero de 2013.

Lo que era un problema menor, apenas unos miles de millones que nada tenían que ver con los 240.000 prestados a Grecia, los 85.000 a Irlanda o los 78.000 a Portugal, se tornó en una crisis formidable al decir el Gobierno de Nicosia que metía mano a los 'sagrados' depósitos bancarios de menos de 100.000 euros ante la pasividad del Eurogrupo, que había exigido un estricto adelgazamiento sin tener en cuenta cómo debía ser la dieta. La falta de liderazgo de Dijsselbloem obligó a Barroso y Van Rompuy a tomar el mando y evitar un nuevo cataclismo en los mercados de deuda soberana. La tormenta pasó... Hasta que el presidente del Eurogrupo, semanas después, fue entrevistado.

Dejó entrever que lo sucedido en Chipre sería el patrón que Europa seguiría a partir de ahora, que eso de poner dinero público se había acabado y que los accionistas de máxima calidad o incluso los grandes depositantes no estaban fuera de peligro. El revuelo en los mercados fue de aúpa. Tanto, que se vio obligado a corregir sus palabras y que todo se había debido a un error con el inglés -lo habla y conoce de forma exquisita gracias a su padre-. Y claro, todo esto con Juncker asegurando que con él esto no hubiera pasado.

Adiós a la triple A

A partir de entonces, Jeröen Dijsselbloem se autorrecetó más mesura. Sólo en sus declaraciones porque en lo relativo a su férreo posicionamiento en favor de la austeridad, no hubo cambio alguno a pesar de su ideario socialdemócrata. «Nadie llega a un Gobierno pensando en imponer duros recortes pero ahora no queda más remedio que hacerlo», aseguró días después de asumir el cargo.

No hay que olvidar que Francia aceptó este nombramiento por ser de su misma familia política y que sólo España, a modo de protesta por 'desaparecer' del más alto organigrama europeo, votó en contra. El presidente del Eurogrupo es plenamente consciente de que si está donde está, de que si pasó de la nada al todo en un par de meses es gracias a Berlín, así que se ha cuidado muy mucho de seguir sus postulados. Sobre todo ahora, después de que Standard&Poor's haya quitado a Holanda la triple A crediticia, una de las condiciones no escritas para poder ser presidente de un selecto club.

Aún se recuerda una visita a Madrid en la que aseguró que los españoles deben trabajar «más y más duro» para salir de la crisis. Un recetario que no se atrevería a proponer en su propio país, como luego confesó. En lo político y superado el traspié de Chipre, ha pilotado el final del rescate de Irlanda y de la ayuda financiera a España quedando Grecia, sobre todo, y Portugal como los retos para la segunda parte del mandato.

¿Cómo es Dijsselbloem? Ahí va la enésima pincelada. Hace unas semanas, en un programa de la televisión de su país de máxima audiencia de tintes humorísticos, no dudó en asegurar sin pudor que su antecesor, Juncker, es un «bebedor y fumador de fondo». Lo dijo en holandés. La excusa del inglés queda para futuras crisis, que seguro las habrá.