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Sociedad

Zurbarán brilla en el corazón de Europa

Medio centenar de óleos celebran en Bruselas el delicado misticismo del maestro español del Barroco

MADRID. Actualizado: Guardar
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Durante cuatro meses el esplendor místico de la pintura de Zurbarán brillará en el corazón de Europa. Bozar, el Palacio de Bellas Artes de Bruselas, acoge a partir del 29 de enero una muestra excepcional, 'Zurbarán. Maestro del Siglo de Oro español' que reúne lo mejor de este genio barroco del claroscuro. Propone un recorrido cronológico por la obra de Francisco de Zurbarán (Fuente de Cantos, Badajoz, 1598 - Madrid, 1664), desde su producción juvenil en Sevilla hasta sus pinturas de madurez realizadas en Madrid. Un cuarto de siglo después de la gran retrospectiva que se vio en 1988 en Nueva York (MoMa), París (Louvre) y Madrid (Prado), marcará el resurgir de este genio barroco, cima con su amigo Velázquez y con Murillo de la pintura española de su tiempo. Es además la primera gran muestra con bandera española que Bruselas acoge desde la adhesión de nuestro país a la Unión Europea hace casi tres décadas.

Reúne 50 óleos cedidos por museos como el Prado, el Louvre, el Thyssen, la National Gallery, el Bellas Artes de Bilbao o el Milwaukee Art Museum, además de singulares piezas prestadas por pinacotecas andaluzas, como los museos de Bellas Artes de Sevilla y Cádiz y colecciones de instituciones como el Arzobispado hispalense. Media docena de telas han sido restauradas para la ocasión y algunas se muestran por primera vez en público como 'Los desposorios místicos de Santa Catalina de Alejandría', reaparecido hace tres años en una colección privada europea. Muestra todos los registros de Zurbarán: el magistral pionero del bodegón, el genio de los ropajes y su vibrante misticismo patente en sus pinturas de monjes, mártires, vírgenes y santas.

Ignacio Cano Rivero, conservador del Museo de Bellas Artes de Sevilla, su director hasta 2007 y gran experto en la pintura de Zurbarán y Velázquez, es el comisario de esta exposición que cuenta con un asesor de lujo, Gabriele Finaldi, director adjunto de conservación del Museo del Prado y toda un autoridad en pintura española e italiana de la época.

Incide la exposición en los rasgos más definitorios del artista extremeño, el fervor religioso celebrado por su austera espiritualidad, su dominio de la luz y su virtuosismo en el trazado de rostros y ropajes. Evidencia su aportación a la historia del barroco español, del que es destacadísima figura por la profundidad de su naturalismo dotado de modernidad poética. Tanto, que desarrolló un modo de expresión identificado con los ideales artísticos del barroco y las nuevas formas emergidas del Concilio de Trento y la contrarreforma. Una corriente que se adueñó de todas las manifestaciones artísticas españolas a finales de los siglo XVI y que dejó una honda y fecunda huella en el teatro, la música y la literatura además de las artes plásticas.

La muestra recorre toda la carrera del maestro extremeño, desde su etapa más temprana con los cuadros que lo afirmaron en la escena sevillana inspirados en el tenebrismo de Caravaggio, a su evolución tras su viaje a Madrid y su contacto con su amigo Velázquez. Lienzos que traslucen el virtuosismo de Zurbarán, protagonista de uno los momentos más memorables y brillantes del barroco español gracias a virtuosismo para definir volúmenes, su tratamiento de la luz para definir materiales y texturas y su habilidad para penetrar «profundamente en la esencia de las cosas», según destaca el comisario.

La muestra recorre la carrera de Zurbarán. La primera sección se centra en la consolidación de un estilo, con pinturas datadas entre 1626 y 1629, antes de su mudanza a Sevilla. Se aproxima luego a sus escasos y delicados bodegones, introductores del género en España. El tercer apartado explora los primeros encargos de órdenes monásticas, como los franciscanos o los dominicos entre 1629 y 1632, determinantes en su trayectoria, y el cuarto se detiene en las visiones y éxtasis que representó en sus lienzos.

Su fugaz etapa como pintor de la Corte de Felipe IV en 1634, abierto a la mitología, el paisaje y el misticismo de los objetos cotidianos, está en apartado en el que brillan el 'Agnus dei' que cede el museo de San Diego o 'El paño de la Verónica', pruebas de su talento para explorar la espiritualidad de los motivos cotidianos. También su iconografía mariana, con conmovedoras estampas de la 'Inmaculada Concepción' y la serena y inocencia de la 'Virgen Niña'. Se detiene en los complejos encargos de su etapa de plenitud, entre 1636 y 1640, para conventos como el sevillano de la Merced Calzada o la Cartuja de Jerez; las series que perfiló entre 1640 y 1650, una época en que la crisis económica y la peste obligaron a los creadores a buscar nuevo mercados en América y a delegar en miembros de su taller. Se cierra con su vuelta a Madrid y sus trabajos entre 1655 y 1664, cuando su paleta se torna más delicada y dulce en especial en las composiciones de sus Sagradas Familias.