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Ulises

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Un día, tan sólo un día, es la medida de una de las obras más famosas y difíciles de leer de la literatura del siglo XX, 'Ulises' de James Joyce. Su personaje Leopold Bloom realiza un viaje interior de sólo veinticuatro horas, en el que el vértigo íntimo lo pone al borde del abismo. Entre sorbos de cerveza negra y pastel de riñones transcurre su ficción. Diferente al otro Ulises, al que partió de Ítaca y vagó por el Mare Nostrum hasta regresar después de muchos años a los brazos de su Penélope. Duren lo que duren, todos los viajes empiezan siendo de ida y vuelta.

Nuestros jóvenes han tenido que partir al rebufo de la, eufemísticamente, llamada movilidad geográfica. Una emigración masiva en toda regla, una diáspora encubierta. Más de 700.000 jóvenes, casi todos universitarios bien formados, se han visto obligados a buscar fuera lo que su tierra les niega. Nada de conocer otras culturas, aprender otras lenguas, vivir una experiencia vital que en otros tiempos nos fue negada, se trata una huida de la desesperanza en toda regla.

Como premio a estos exiliados económicos y aventureros del trabajo, aunque este no sea digno, nuestro Gobierno les brinda la oportunidad única de quedarse sin cobertura sanitaria. Desde el 1 de enero ha entrado en vigor una de las medidas sanitarias más polémicas aprobadas en esta legislatura, y eso que nuestra capacidad de asombro parece no tener límites. Los parados de larga duración que hayan agotado la prestación o el subsidio por desempleo y residan fuera de España más de 90 días en un año perderán la cobertura sanitaria pública. Volver a casa puede convertirse en un mal sueño al comprobar, que después de haber sido abandonados al expolio y a la explotación laboral de los países del norte, nuestros jóvenes llegan a su tierra y en ella les han cercenado derechos fundamentales.

En ese viaje de vuelta, con las ilusiones rotas y la indignación en el alma, vemos que ciudadanos españoles están siendo expulsados de países de la Unión Europea. En concreto, en Bélgica los rumanos, búlgaros y españoles lideran la lista de ciudadanos expulsados del país de la capital del viejo continente. De seguir así todo el que salga de nuestra España terminará siendo un apátrida en cuanto a derechos, porque lo que son las obligaciones, sobre todo las tributarias, ya se encarga el ministro Montoro de reclamarlas. Y si no que se lo digan a los emigrantes retornados de hace unas décadas. Cualquier aventura se puede convertir en un mal viaje sin retorno.