Dos parpadeos

Un chaparrón tibio bate una isla inquietante y el ruido del arrecife podría hacer perder la cabeza a un hombre. Entre dos luces, la imaginación dibuja animales extraños detrás de los manglares y los espinos. El viento del este derriba a empujones el oleaje y deshace la marea sobre una cama de corales muertos que, al retirarse el agua, se agita como un sonajero. Al norte, comienza a recortarse la cordillera de la isla de Tórtola, que es el lomo de un dinosaurio dormido. Un poco más al este, el pedregal implacable del Pecho del Muerto.

El disco naranja del sol asoma por el horizonte sin vida, como si no fuera más que el eco de una estrella muerta. En su ascenso, vuelve a ocultarse detrás de la tormenta que se recorta como las piernas de una mujer al trasluz de una falda. O como una medusa. Sí, la borrasca es una enorme medusa extraterrestre que hace bailar sobre el horizonte sus tentáculos de lluvia y exterminio. El planeta amanece perdido.

Todo es espejismo. El sol vuelve a asomar por encima de las cumbres de la borrasca como una bestia que fuera a comerse el mundo y la luz extiende por el agua una alfombra de oro, y vuelven color y olor. Jengibre o cilantro. Los palmerales estallan en verde y la isla enseña sus tobillos mulatos de acantilados ocres y nuevos. La tormenta ya se ha ido, derrotada sin paliativos, aplastados sus ejércitos por el nuevo día que todo lo disipa. La lluvia seguirá batiendo otros mundos y a otros hombres, pero ya no a este. ¡Mira! Todo lo que abarcan los sentidos es reino de la luz, pero aún suena el silbido excéntrico y punzante del viento sobre el arrecife que recuerda que el día no es más que una concesión de la noche, que vivimos instalados en cierta fragilidad cósmica, que nos movemos sobre una cuerda de equilibrista que se tensa entre dos parpadeos. Allí, arrumbado en la última playa desierta del Canal de Drake, comprendiste que la vida es soplo, tiempo y oportunidad. Lo demás, 'selfies', notas de viaje y crónica parlamentaria.