Sociedad

La sombra de Rouco ya no es alargada

El presidente del episcopado vive con desconcierto los agravios ante su próxima retirada

MADRID. Actualizado: Guardar
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Lo fue todo en la Iglesia española, hizo y deshizo, era el gran muñidor de nombramientos episcopales, tuvo acceso privilegiado a la Curia romana y desplegó toda su influencia política, que no era desdeñable. Nada ocurría en la vida eclesial española sin que pasara por las manos del cardenal Antonio María Rouco. No en balde ha dirigido con autoridad -sus críticos dicen que con autoritarismo- la Conferencia Episcopal durante tres trienios, todo un hito que solo consiguió un cardenal tan carismático como Vicente Enrique y Tarancón durante la Transición. Ahora sin embargo, su estrella se apaga y los agravios se suceden. Tiene 77 años y su jubilación es inminente. Rouco no sale de su perplejidad y acusa las decepciones sufridas. Ya ni siquiera forma parte de la Congregación Vaticana para los Obispos, uno de los centros de poder de la Santa Sede por cuanto es decisiva para configurar la jerarquía católica. Todo el ascendente del antaño todopoderoso arzobispo parece amortizado.

Su retirada pudo ser gloriosa, cuando la Iglesia vivía en 2011 la euforia de la Jornada Mundial de la Juventud. Pero Rouco prefirió esperar. Confiaba en que el papa Benedicto XVI aplazase la aceptación de su renuncia. Pero en esto llegó el huracán Francisco y trastocó todos los planes. Hasta hace poco la jerarquía católica española había permanecido inmune a los aires de renovación alentados por Francisco. Hasta que llegó el momento de nombrar un nuevo secretario general del episcopado. Al que fue mano derecha de Rouco, Juan Antonio Martínez Camino, le sucedió José María Gil Tamayo, un sacerdote que se mira en el espejo de Francisco. La elección de Gil Tamayo puso en evidencia que el predicamento de Rouco empezaba a declinar. Su candidato, César Franco, sufrió una acre derrota. Los prelados rechazaban que el cardenal Rouco pretendiera dejar todo atado tras su despedida. Pocos querían un aparato eclesial dominado en la distancia por el arzobispo de Madrid. Rouco recibió en herencia de Ángel Suquía el testigo de mando. El modelo se podía repetir, pero las tornas han cambiado.

La elección del argentino Jorge Mario Bergoblio cogió desprevenida a la cúpula eclesial, Rouco incluido. Los estilos del argentino y el gallego contrastan y a veces parecen antagónicos. Bergoglio no es un revolucionario, pero está alejado del conservadurismo del cardenal.

La sombra política del cardenal ya no es tan alargada. A los obispos de poco les sirve un mandatario que carece de interlocución con el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, quien no quiere recibirlo. Rajoy se complace en degustar la venganza en plato frío. Cuando ejercía la oposición ante Zapatero, Rajoy tenía que escuchar cada día los ataques destemplados de Federico Jiménez Losantos en la COPE. Los intentos por acallar al periodista fueron baldíos, en buena medida porque lo consentía Rouco, y ahora Rajoy se toma la revancha. Por añadidura, al líder del PP no le conviene fotografiarse en este momento con obispos para no dar la imagen de que su política, sobre todo en campos como la educación o el del aborto, está inspirada por las posiciones de la Iglesia.

En la era Rouco el poder de la Iglesia no se ha resentido. Sigue conservando ventajas fiscales y los conciertos escolares vadean la crisis, pero el nervio de la vida eclesial se debilita. Las vocaciones son escasas, el clero envejece, los españoles no cumplen con el precepto dominical y además se apartan de la moral sexual de la Iglesia.

Al cabo de 20 años en el arzobispado de Madrid, Rouco alberga un diagnóstico pesimista de su país. Ve a España como un «país de misión», asolado por la «increencia», donde anidan los enemigos de la fe. Cree que la persecución de clérigos durante la Guerra Civil puede volver a ocurrir porque no se respeta la libertad religiosa ni «el carácter sagrado de la persona humana». Nada que ver con el optimismo, la espontaneidad y la apelación a la alegría por la que aboga el papa Francisco.

En medio de este panorama, se vislumbran tímidos gestos de disidencia. Algunos son claros, como el malestar de los obispos catalanes por la defensa de la unidad de España por parte de Rouco. Defienden los prelados catalanes la «legitimidad moral» de todas las opciones políticas. Y es que de los pronunciamientos de Rouco se desprende una censura no solo del independentismo, sino también del nacionalismo.