
Menos frikis en el Teatro Real
Sin sobresaltos en la liturgia de la fortuna, que no fue interrumpida por ninguna protesta y atrajo menos personajes que en otros sorteos Joel, de 11 años, soñó que daría el Gordo en su tercer y último sorteo de Navidad y cantó un premio remolón
Actualizado: Guardar«Anoche soñé que daba el Gordo». Y así fue. Joel cantó el 62.246, un Gordo un poquito remolón, casi capicúa, que llegó a las 10.46, después de un segundo y un tercer y un quinto, y que salpicó de millones casi todo el país. No dejó un euro en el teatro de los sueños que era ayer el Teatro Real, donde la fortuna sí se dejó ver con el ganador de un segundo premio antes de viajar mediante el deseado Gordo a media España. Hubo en la sala menos frikis que otros años y ningún lío. No se dieron las protestas del año pasado ante las que la Policía, desplegada incluso dentro de la sala, estuvo muy atenta.
Joel Fernández Godos, de 11 añitos y en su última actuación navideña como niño de San Ildefonso, cantó el número de la felicidad junto a Andrea Ladrón de Guevara. Extrajo el número Lorena Stefan y el premio Erika Medina Fernández, ambas de diez años y que se subían por vez primera al escenario lotero.
Las tres crías y el chaval repartieron su refrescante lluvia de millones del primer premio gordo de la historia adelgazado un 20% por Hacienda, atomizado en las administraciones de Mondragón, Leganés, Avilés, Valencia, Quintanar de la Orden, Madrid, Huelva, Palencia, Jaén, Barcelona, O Rosal, Bailen y Sanlúcar La Mayor.
«He dormido mal, quizá solo tres horas, pero soñé que daba el premio y además aposté que salía en nuestra tabla». Y Joel estaba en lo cierto y lo cantó en la cuarta tabla y pasado el ecuador del sorteo. «Tenía el corazón a cien por hora, aunque no se me notara», explicó Joel, hijo de un peruano de Lima y de madre zamorana. Más tranquila estaba Andrea, madrileña de padres madrileños, que quiere ser psicóloga y espera que los regalos de los agraciados «lleguen pronto».
Joel Fernández, que cantó después el número un porrón de veces para radios y televisiones, espera que los agraciados le regalen «la Play cuatro y una smart TV». Forofo del Real Madrid, el crío juega al fútbol en el equipo del cole y tiene claro que su futuro pasa por convertirse en ingeniero informático.
Había menos frikis por metro cuadrado este año en el Teatro Real, en el que los disfraces volvían a estar en el patio de butacas y no en el escenario, al que se llega con la esperanza de estar en el teatro de los sueños y que la mayoría abandona como el teatro de la salud.
En un gélido domingo lotero los personajes de la ópera de los millones se espaciaban más por el patio de butacas, salpicado de personas ataviadas con los más diversos y estrafalarios disfraces. También faltaron los coros de 'protestantes', como los trabajadores de Telemadrid o de la sanidad pública, que el año pasado armaron bulla en la platea. Se lo puso difícil la Policía Nacional, que por primera vez desplegó este año agentes dentro de la sala.
Sin premio se quedó un año más el señor Vilches, de Cebreros, Ávila, un clásico del salón que optó este año por homenajear a su origen rural y vino disfrazado de labrador. «Por la crisis sigo trabajando en el campo a los ochenta años», se leía en el colorista cartel de su pechera. El año pasado había llegó ataviado de payaso en homenaje a Miliki y el anterior de duquesa de Alba. «Este año vengo a llevarme el Gordo de la crisis para al campo, que lo necesita mucho», decía el octogenario Enrique Vilches, que llegó al Real con azadón y una calabaza como cantimplora y que no falla a su cita con los bombos desde hace quince años.
Los habituales
También son habituales Ángeles Núñez y Candelas Vedia, de la localidad burgalesa de Lerma y que optaron por un atavío de 'Fantasía lotera', con antifaces luminosos y empapeladas con décimos de la cabeza a los pies. Y nunca mejor dicho, ya que sus zapatos estaban forrados de décimos.
No faltaron Santa Claus, chulapos y chulapas, abanderados, endecimados o ataviados con 'gafas bombo'. La mayoría de ellos son habituales de este evento mediático al que acuden en busca de la suerte -en forma de millones- y de unos fugaces segundo de fama. Para lograr una butaca han de aguantar más de doce horas de cola y al raso, con temperaturas bajo cero. En la puerta, como cada año, se quedaron muchos.
Los que acceden a la sala son experimentados comparsas de la fortuna muy habilidosos y eficientes a la hora de localizar y posar ante las decenas de cámaras desplegadas para la cobertura del sorteo.
Como Luis Redondo, de Aranjuez, que llegó disfrazado de bandera de España y con trofeo mundialista y futbolero «para ganar el Gordo como ganamos en Sudáfrica».