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Un país al borde del precipicio

El odio intertribal amenaza el futuro de Sudán del Sur, el Estado más joven del mundo

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Cuando el Telón de Acero cayó y el comunismo hizo definitivo mutis, viejos fantasmas como el ultranacionalismo, la xenofobia, la discriminación y el fascismo reclamaron su perdida relevancia en los países teóricamente reconvertidos a la democracia. El fin del control sudanés sobre los territorios meridionales, unidos contra la opresión árabe, ha liberado el odio intertribal, el demonio común a todos los pueblos que reclamaban la independencia de Sudán del Sur. La disputa entre el presidente Salva Kiir y su exvicepresidente Riek Machar ha trascendido el marco político para proyectarse en el contencioso ancestral entre los dinka y los nuer, las comunidades de procedencia de uno y otro. Aunque entre ambas solo alcanzan el 25% de la población total del mosaico demográfico, su primacía en la anterior campaña bélica, culminada en la segregación, también los ha convertido en el eje del nuevo ejército y actores principales de cualquier rebelión de importancia.

A lo largo de los últimos días, la ferocidad de los asaltos ha demostrado las dimensiones de este ancestral contencioso. La carnicería que tuvo lugar en Juba, la capital, se saldó con más de medio millar de muertos y todas las informaciones apuntan a que milicianos nuer asaltaron una base de Naciones Unidas para dar muerte a los dinka que habían buscado refugio allí. Los enfrentamientos se han extendido a la mitad de los diez Estados que componen el país más joven del planeta. «La situación había empeorado en los últimos seis meses, pero este es el peor escenario posible por lo perverso de la situación», confiesa José Barahona, director de la ONG Intermón Oxfam en Sudán del Sur. Las interpretaciones más aviesas apuntan a que los dirigentes enfrentados han utilizado su adscripción étnica como eficaz recurso para su pulso por el poder.

Deriva autoritaria

La tesis del presunto golpe de Estado también puede ser una magnífica excusa para que el jefe del Ejecutivo se deshaga del exnúmero dos, autoproclamado rival en las elecciones previstas para 2015. El aparente putsch también le ha servido para acabar con el resto de sus oponentes, algo que parece comprobado por la detención de aquellos que, dentro del partido gobernante SPLAM, criticaban su deriva autoritaria. La pobreza extrema se halla en el sustrato de esta atmósfera pasional. La pugna por los pastos y el agua resulta vital en zonas míseras, tradicionalmente aisladas, donde el robo del ganado se ha convertido en una costumbre cultural. En sus dos años de existencia, el régimen ha tenido que enfrentarse a graves crisis derivadas de esta práctica. En la denominada matanza de Pibor, ocurrida en enero de 2012, los nuer asesinaron a unos 3.000 miembros de la etnia murle, secuestraron mujeres y niños y robaron miles de reses. La larga guerra de liberación ha cambiado estos sangrientos hábitos exacerbando su magnitud. La proliferación de armas automáticas explica el salto cuantitativo. «Resulta más barato un Kalashnikov que una azada», explica Barahona. Las frustraciones personales también han recurrido a las diferencias étnicas. La breve historia de Sudán del Sur también está salpicada de levantamientos de tipo local protagonizadas por cabecillas de la guerra de liberación que no encontraron asiento adecuado a su dignidad en la nueva administración. La reciente captura de la ciudad de Bor, atribuida a las huestes de Machar, parece ser un éxito militar de Peter Gadet, el principal líder miliciano, aunque no el único. David Yau Yau, líder de la guerrilla murle, también ha mantenido una compleja relación con la Administración, salpicada de luchas, altos el fuego y reconciliaciones nunca definitivas. La desafección del comandante James Koang, el último aliado de Machar, se antoja otro capítulo en esta relación de caudillos insatisfechos y volubles, una clave esencial en el caso de que la contienda civil se prolongue en el tiempo.

La gestión de los inmensos recursos petrolíferos también alienta la rivalidad entre Kiir y Machar. A mediados de este año, Jartum bloqueó el paso del crudo desde los pozos de Sudán del Sur hasta los puertos del Mar Rojo, drástica medida que hundió la economía de la incipiente Administración, dependiente en un 95% de los ingresos derivados de su comercialización. El Banco Mundial calcula que el PIB ha caído el 47,6% y ha supuesto la parálisis del sistema productivo.