Joaquín Sabina posa junto a un cartel que reproduce uno de sus dibujos. :: BALLESTEROS / EFE
Sociedad

Los garabatos de Sabina

El cantautor publica un libro de dibujos y apuntes que pintó en los ratos de silencio que tiene que guardar para cuidar su voz

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Joaquín Sabina, a sus 64 años, tiene que cuidarse. Aunque no reniega de su pasado de borracho y pendenciero, ahora, entre concierto y concierto, ha de procurar no perder la voz, circunstancia que le obliga a guardar silencio. Para matar el tiempo y sobrellevar lo que para él es una terrible condena, se dedicó a hacer dibujos. Fruto de esa dedicación ha nacido 'Muy personal' (Planeta), un libro que recopila sus «garabatos», hechos con rotuladores y extraídos de una quincena de cuadernos profusamente ilustrados, dibujos que aparecen entreverados con fragmentos de poemas, reflexiones personales, esbozos de letra de canciones escritas a vuelapluma, impresiones sobre sus conciertos, comentarios de sus viajes -no para de viajar por Latinoamérica- y retazos de un diario que nunca se atreve a empezar en serio.

Son las doce de la mañana y Sabina comparece ante la prensa con una cerveza al lado y gafas de sol. Es muy temprano para él. Asegura que no se puede estar quieto, necesita tener algo en la mano, y muestra un cigarrillo de plástico, de esos mentolados, del que no se desprender y que muerde para conciliar el sueño. Mejor que no le pregunten de política. Recién venido de México, lo que se ha encontrado no le gusta. «Vuelves a casa y te encuentras con estos cabrones dictando leyes». ¿Le inspira algún ministro? «Solo un puaf o un pedo, un vómito, un Wert, un Montoro», dice Sabina.

El libró nació de un encargo que casi cuaja en fracaso. La editorial Planeta le encargó una especie de memorias y Sabina, incapaz de someterse a la disciplina de escribir cinco horas al día, enredó a los directivos del sello para que publicaran una selección de sus mejores dibujos, trufados de esas meditaciones y microrrelatos. En el libro, muy cuidado y con bellas estampaciones, irrumpen en color las obsesiones del cantautor: culos, mujeres, toreros, peces y gallos, entre otros motivos.

Está seguro de que si hubiera tenido que examinarse para que las autoridades acreditasen la condición de músico callejero, habría suspendido. «Pero no solo yo, también lo habrían hecho Leonard Cohen, Bob Dylan, Lou Reed o Tom Waits, que son lo que a mí me gustan». «Si en mi época hubiéramos tenido que someternos a un examen para poder tocar en la calle, les habríamos mandado a la mierda», dice el músico, quien no oculta su disgusto ante el hecho de que artistas hechos y derechos hayan concurrido «como un rebaño» a la cita orquestada por Ana Botella.

Cruzar el charco y pintar le infunden felicidad. Un sentimiento que se esfuma al leer la prensa. «España me produce rabia, vómito, asco e indignación. Cada día se despierta uno con una noticia nueva a cual más apestosa».