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Piedra ostionera

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Cuentan que entre los muchos lugares descritos por Marco Polo a Kublai Kan, emperador de los tártaros, de quien según Italo Calvino era embajador, se relacionan ciertas ciudades que no son sino montañas de piedra que emergen del fondo de los mares y en cuya superficie exterior los hombres esculpieron sus templos, palacios y casas. Los relatos que se conservan acerca de los informes del veneciano ocultan buena parte de los detalles acerca de la ubicación y el carácter de estas ciudades pues el viajero que las buscara debiera esforzarse para merecerlas, Calvino incluso les atribuye imaginarios nombres poéticos como Tamara o Maurilia. Muchas de ellas, como tantas otras ciudades, fueron muriendo tal como un día los hombres decidieron crearlas, y la naturaleza las fue ocultando, de manera que hoy tan sólo aparecen como peñones en la mar. Otras como La Valeta o Siracusa aún sobreviven en estos tiempos difíciles. O como Cádiz sustentada por dos islas de piedra ostionera.

La roca sedimentaria llamada piedra ostionera forma parte de la plataforma pliocénica litoral entre la desembocadura del Guadalquivir y las tierras negras de Barbate. Esta roca se compone de restos de diatomeas procedentes de conchas de moluscos, conglomerados por arenas calcáreas. Durante el último periodo frío, la Glaciación de Würm en el Pleistoceno, el Guadalete secciona esta placa, configurando un amplio estuario. Cuando el clima se calienta el río baja lleno de cargas aluviales que se depositan entre los restos rocosos formando barras arenosas que cierran la Laguna Gaditana tal como la conocemos hoy. La ciudad de Cádiz se asienta sobre dos islas a los cuales los geógrafos griegos denominaron: Eryteia o La Roja, y Kontinousa o Isla de los Acebuches, ambas restos de la plataforma rocosa de ostionera. Parece que sobre la primera de ellas los marinos tirios tallaron Gadir, y sobre la otra se levantó la Gades romana. Buena parte de las construcciones del centro actual de Cádiz, en especial su recinto amurallado, se construyeron mediante sillares extraídos de la propia roca originaria, de manera que de alguna forma la ciudad se levanta mediante la misma piedra en que se asienta, como en el caso de La Valeta y otras tantas ciudades antiguas.