A Pepa y Álvaro
Actualizado: GuardarCuenta una leyenda que existía un reino en donde habitaban todo tipo de ciudadanos. Malvados y bienhechores convivían en una plácida concordia. Por el reino, era muy popular una pareja de enamorados a la que le entusiasmaba con desatino la música y el ejercicio corporal. Lo mismo se les veía en velocípedos y corriendo por el reinado, que ensayando con una coral de serafines o incluso ejercitando con un coro de niños unos cánticos profanos de Don Carnal. Un día, de camino a los ensayos, el carricoche donde viajaban tuvo un contratiempo contra un carruaje más pesado que el suyo. Los instrumentos, y todo el cargamento de víveres que portaban, salieron disparados, hasta la enamorada que iba en la parte trasera, fue lanzada tan lejos que le hizo perder toda orientación y realidad del momento. La fortuna quiso que ella saliera indemne de tal encuentro, la desdicha, sin embargo, quiso que él quedara atrapado entre el carruaje encontrado. Cuenta la leyenda que los gritos de dolor se oían por todo el reino y que las lágrimas de ella inundaban la calzada y el corazón de sus amigos. Quedando maltrecho el enamorado, los habitantes del reino conmocionados por el suceso, se volcaron con toda clase de apoyos y ánimos. Al poco tiempo, el descalabrado enamorado, percibiendo el gran arrope de amigos, compañeros, familiares e incluso contendientes de otros coros, decidió que tenía que devolver a todos de alguna manera el cariño recibido. Envuelto en una capa blanca y junto a su enamorada, mando este mensaje para todo el reino: «Ciudadanos del reino, estoy vivo y no pienso renunciar a los placeres de esta vida. Nada ni nadie me van a privar de seguir disfrutando de mi familia, de la luz de este reino, de su música, de sus gentes, de sus playas y sobre todo de mi enamorada. Inauguro mi nueva vida. No seré dueño de mi destino, pero soy el capitán de mi alma».
Desde aquel día y a petición del pueblo se convirtió en el Rey de aquel reino y por supuesto, ella en nuestra Reina.