Economia

La UE se atreve con Alemania

Bruselas demanda a Berlín que tire del carro y de momento le ha abierto un expediente por su abultado superávit comercial

BRUSELAS. Actualizado: Guardar
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Hablar de casualidades en Bruselas carece de mucho sentido. Nada se deja al azar y menos en lo económico. Ni las advertencias a países como España por su excesivo déficit ni los toques de atención como los que la otrora intocable Alemania viene recibiendo en las últimas semanas. Y no sólo desde Bruselas; también desde el Banco Central Europeo (BCE).

Algo parece estar fraguándose en las relaciones internas de las instituciones comunes, pero el Viejo Continente, aún noqueado por la peor crisis económica del último siglo, no está en condiciones de poner en muchos aprietos a Berlín, que aporta el 35% del PIB de la Eurozona y un 20% de la riqueza de los Veintiocho. Muy pocos países están en condiciones de morder la mano de quien le está dando de comer. En 2012, Alemania aportó al presupuesto de la UE 11.500 millones más de los recibidos. España, por el contrario, salió con un saldo favorable de 4.000.

Pese a todo, quédense con el mensaje. La Comisión Europea ha tomado la iniciativa y por primera vez, el 13 de noviembre, incluyó a la todopoderosa Alemania en el Mecanismo de Alerta. No es dramático. De hecho, y sin contar a los rescatados, hay otros quince países ingresados en esta suerte de UCI. También están Francia, Reino Unido, Italia, España, Holanda, Suecia... Todos los grandes, pero eso a Alemania no le consuela. Su orgullo está malherido. La acusan sobre todo de gastar poco, de ahorrar en exceso.

Gastar poco, ahorrar mucho

¿Pero qué es el llamado Mecanismo de Alerta? Se trata de un procedimiento de la nueva directiva denominada Semestre Europeo que permite a Bruselas tener un control más exhaustivo de las economías de la Unión gracias al termómetro que ofrecen once indicadores técnicos, desde el déficit y la deuda hasta el peso exportador o la balanza por cuenta corriente. Lo que acaba de hacer el equipo de Rehn es abrir «una investigación en profundidad» a dieciséis Estados que concluirá en primavera con varios escenarios posibles: vía libre, la publicación de una batería de recomendaciones, o la apertura de un expediente sancionador que obligaría a Berlín a tomar medidas y que llevado al extremo -algo improbable- puede derivar en multas de hasta el 0,1% del PIB -en el caso español, que lo tiene por déficit, sería de 1.000 millones; en el alemán, de en torno a 2.600-.

De los once indicadores analizados, Alemania suspende cuatro, dos menos que España. En concreto, la pérdida de cuota de mercado exportador (-13,1% frente al -6%); la deuda pública (81% frente al 60%); la evolución del tipo de cambio efectivo real (-8,9% frente al 5%) y la balanza por cuenta corriente, clave de bóveda de los recelos de la UE. En los últimos años, y gracias al tirón de la balanza comercial -exportar mucho e importar poco-, se ha situado por encima del 6% fijado por Bruselas como línea roja. Además, las previsiones de otoño publicadas en octubre por la Comisión estiman que el porcentaje seguirá por encima del 6% al menos hasta 2015. Cifras muy alejadas de las registradas entre 2010 y 2012 por las otras grandes potencias europeas, todas en tasas negativas: Francia, -1,8%; Reino Unido, -2,8%: Italia, -2,3% y España, -3,1%.

«Si no tomamos esta decisión, habríamos puesto en riesgo nuestra credibilidad. No se trata de cuestionar la competitividad alemana, que es un gran activo para Europa, sino de si la primera potencia puede hacer más para ayudar al reequilibrio de la economía», justificó Barroso. «Que nadie se engañe, Alemania no puede dar la espalda a Europa», sentenció el comisario de Mercado Interior, Michel Barnier, al recordar que el 60% de sus exportaciones se dirige al mercado europeo.

La gran coalición, clave

Ésta es la clave. Bruselas ve cómo el Viejo Continente avanza a trompicones hacia el final de la crisis sin saber todavía muy bien qué quiere ser de mayor. Le piden, le ruegan, a Angela Merkel, que lidere, que tome las riendas, que invierta en grandes infraestructuras, que liberalice sectores profesionales... Porque si la locomotora carbura, todos los vagones, sus socios, harán lo propio. El momento es clave y el miedo a que esta situación de anémico crecimiento se asiente con un paro de 26 millones de europeos -6 de ellos, españoles- ha llevado al Ejecutivo comunitario a dar este arriesgado paso político. Alemania, la intratable, ya es de carne y hueso.

Los riesgos económicos son muchos. El último, la deflación. La situación es tal que hasta el BCE, por costumbre maniatado por la férrea ortodoxia del Bundesbank, decidió el 8 de noviembre rebajar los tipos de interés al histórico 0,25%, una decisión que Berlín, obsesionada con la inflación y el excesivo gasto, no recibió con demasiado agrado. Un puñetazo sobre la mesa de Mario Draghi que pilló con el pie cambiado a todos y que evidencia que quizá no todo va lo bien que se traslada a la opinión pública.

'Operación Alemania'. Draghi, Rehn, Barroso... Nada es casual. Todo ocurrió en apenas una semana, en una primera quincena de noviembre en la que la canciller negociaba con los socialdemócratas del SPD una coalición de Gobierno finalmente cerrada la madrugada del miércoles. Era el momento de meter presión, de buscar que los socialistas arrancaran a Merkel medidas de oxígeno para el resto de Europa. Demasiadas expectativas. La canciller ha ganado la partida. De nuevo.

El acuerdo se ha cerrado con pocos anuncios de calado que afecten a los Veintiocho. Sí se prevé una inyección de unos 23.000 millones en infraestructuras durante toda la legislatura, cifra anémica comparada con los 2,6 billones del PIB germano. Europa se juega demasiado y ya no vale el 'menos es nada'. Alemania, de momento, no está por la labor de cambiar su recetario de austeridad.

Respecto a la advertencia por su abultado superávit por cuenta corriente, un mensaje. Claro, directo... Muy Angela Merkel. «No vamos a rebajar artificialmente la competitividad alemana. Sería absurdo. Hay que compararse con los más eficientes, y esos no están en Europa». Bruselas ahora debe decidir hasta dónde está dispuesta a llegar en su desafío.