Un águila real sobrevuela la efigie de bronce de Carlos V de los Leoni ante la galería central del Prado. :: R . C.
Sociedad

El arca de las maravillas atraca en el Prado

Miguel Ángel Blanco casa naturaleza y arte confrontando 25 obras magistrales del museo con 150 rarezas históricas

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Un águila sobrevuela la estatua broncínea de Carlos V. Un gorrión albino se posa sobre 'Las Meninas'. Un esplendoroso semental, origen del encaste de Veragua, cruza la mirada con el toro de 'El rapto de Europa' de Rubens. Un ejército de multicolores libélulas, mariposas y escarabajos cornudos compiten en belleza y extravagancia con los que pintó El Bosco en 'El carro de heno'. Son solo algunas de las criaturas, rarezas y maravillas que han encontrado acomodo temporal en el Museo del Prado en un matrimonio entre arte y naturaleza celebrado por Miguel Ángel Blanco (Madrid, 1958), artífice y comisario de la muestra 'Historias Naturales'.

El edificio neoclásico, hoy grandiosa pinacoteca, fue concebido por Villanueva para ser el Real Gabinete de Historia Natural. Una función que dos siglos largos después recupera parcialmente con la intervención de Blanco, artista que confronta piezas magistrales del museo con muchas de las rarezas históricas que los monarcas ilustrados atesoraron en sus gabinetes de maravillas. El Prado se convierte así en un arca de raros tesoros en la que la belleza de minerales, animales disecados y rarezas naturales se mide con los cuadros de Velázquez, Goya, Durero, Rubens o Botticelli.

Miguel Ángel Blanco, artista cuya obra está decididamente vinculada a la naturaleza, ha trabajado durante tres años en esta insólita, atractiva y múltiple instalación. Conviven en ella el diente de un narval, que se tenía por la aguja del unicornio en la Edad Media, los cantos de 16 especies de aves del paraíso de las 39 conocidas y reunidas ante el 'Concierto de aves', de Frans Snyders, los inquietantes esqueletos de un delfín y una serpiente o la pata y la cornamenta de un macho cabrío o una calavera verde.

Son 22 intervenciones desplegadas por puntos clave del histórico edificio, diseñado por Juan de Villanueva en 1785 y convertido en pinacoteca real en 1819. Hasta 150 piezas de muy diversa índole, todas de origen natural, dialogan con veinticinco obras magistrales del museo, de 'Las Meninas' a las pinturas negras de Goya.

Arranca en la segunda planta con un águila real disecada en pleno vuelo y cuya majestuosidad desafía a la de Carlos V fundido en bronce por los Leoni. Enseguida, un alicornio, un diente de narval de casi tres metros, se puede comparar con el apéndice de los unicornios que cabalgan por la pintura 'Orfeo y los animales', de Alessandro Varotari, Padovanino.

En el corazón del museo un diminuto gorrión albino, rara avis donde las haya, compite con otra rara avis de la pintura, Diego Velázquez y sus fascinantes 'Meninas', de modo que el frágil pajarillo contempla a la familia real desde un ángulo superior, desconcertando a la concurrencia con su trino grabado en la sala XII. «No sabemos si el espíritu de Velázquez pasa al gorrión o si el del animalito se adentra en 'Las Meninas'», dice el comisario.

Semental

Frente a esta delicada intervención, el impacto visual de un torazo, el semental «berrendo en negro, capirote, calceto y coliblanco» y «obra maestra del taxidermia mediante la dermoplastia» que se enseñorea de galería central ante 'El rapto de Europa', de Pedro Pablo Rubens.

Del Museo Nacional de Ciencias Naturales procede un esqueleto de delfín suspendido sobre la magnificente 'Venus del delfín' esculpida en mármol hace casi dos milenios, creando lo que Blanco denomina «una gran sala acuática».

El museo gemológico cede una imponente roca de azurita que se exhibe al lado de 'El paso de la Laguna Estigia', de Joachim Patinir, fascinante pintura que no existiría sin este mágico mineral del que el pintor extraía, junto al lapislázuli, el sublime tinte añil que hoy conocemos como 'azul Patinir' y que en este legendario lienzo colorea el agua de la laguna.

Inquietante es la relación entre el esqueleto de serpiente enroscada sobre sí misma que Blanco ha colocado frente a las tablas de 'Adán y Eva' de Alberto Durero «para que su flexibilidad evoque la sinuosidad de las figuras del maestro alemán». Un sentimiento que se repite ante 'El aquelarre' o 'El Gran Cabrón' de Francisco de Goya, pintura negra sobre la que Blanco ha colocado una cornamenta más espectacular que la del macho cabrío y una pezuña de alce. Toda una «invocación satánica» completada con dos sapos, una mortífera cobra y una salamandra enfrascadas en formol.

Con esta rara y feliz propuesta el Prado rinde homenaje a sus orígenes como Gabinete de Historia Natural recuperando su función original de almacén de maravillas que el arquitecto Juan de Villanueva diseñó por encargo de Carlos III. «No se trata de reconstruir uno de aquellos fantásticos gabinetes tan del gusto de los ilustrados, y sí de crear un Gabinete de Maravillas desde un punto de vista actual», apunta Blanco. Quiere además que su rareza natural «obligue al visitante a fijarse en detalles de las obras que suelen pasar desapercibidos».