El rayo en la tiniebla
Actualizado: GuardarEl Hospital Infantil Niño Jesús de Madrid es uno de esos lugares en los que si uno entra se expone a una luz terrible, a un rayo que le puede iluminar o destruir para siempre. Sabe que nunca será el mismo, porque pisar un hospital sembrado de niños que lloran, sonríen, agonizan y juegan es comprender la extrema vulnerabilidad del ser humano, que no es otra cosa que la imagen de un crío conectado a un suero.
El primer golpe es salvaje. Te llenan los ojos todas las cosas que no deberían ser. Sabías que estaban allí de la misma manera lejana en que conoces que hay una serie de planetas que orbitan alrededor del Sol. Pero nunca habías estado en la Luna. Nunca te habías puesto un traje de astronauta. Resulta que estabas en tu casa pasando la vida camino del viernes, pensando en las miniardeces habituales, y de pronto te plantas delante de la salida de un quirófano pensando que seguro que todo está bien, pero que todo lo que tienes en la vida está en manos de unos tipos, no sabes cuántos serán, cuatro o cinco, de los que nunca has sabido absolutamente nada.
Luego todo va bien. No era 'nada' en el mejor de los casos y conoces a esas personas y a muchas más. Son gente extraña. Tienen un brillo especial en los ojos, como un abismo, un don, tal vez, te dices y cuando paras un segundo reconoces los biberones en su punto de temperatura, la prisa de los doctores, los diagnósticos que salvan, la minuciosidad extrema, las sonrisas y las caricias, los juegos, las pompas de jabón, el peluche del oso con el brazo enyesado y los otros dos o tres mil detalles que hicieron que ella se sintiera en casa y tú a salvo. Entonces piensas en toda esa gente que son el jodido Séptimo de Caballería, la luz en la tiniebla, y en que todos los que hablan así en general y a la ligera de la sanidad pública tendrían que lavarse antes la boca. Hay una esperanza infinita que llevas sobre la piel como una marca y que reconoces en otros padres que te cruzas. Es esa luz cegadora. Llegaste para que la curaran a ella, pero el curado eres tú.