A los obispos les cambia la voz
Los prelados elegirán el miércoles a su sucesor en un momento en que soplan vientos de renovación con el pontificado de Francisco Martínez Camino, flagelo de laicistas y del matrimonio homosexual, deja la portavocía de la Conferencia Episcopal
MADRID. Actualizado: GuardarAl hombre que ha prestado su voz y rostro a la Conferencia Episcopal a lo largo de toda una década le quedan pocos días para agotar su mandato. Juan Antonio Martínez Camino lleva mucho tiempo lidiando con la prensa y siendo el flagelo de gobiernos y laicistas que se atreven a desafiar la doctrina de la Iglesia. El portavoz de los obispos deja su cargo porque, con los estatutos de la jerarquía eclesiástica en la mano, no puede ser elegido para un tercer periodo. La asamblea plenaria de obispos decidirá el miércoles quién le sucede. Martínez Camino abandona su cometido en un momento en que la figura de su mentor, Antonio María Rouco, el presidente de la Conferencia Episcopal, declina. Los vientos que llegan de Roma no les son favorables al tándem episcopal.
Desde que en 2003 fue elegido secretario de la Conferencia Episcopal, su carrera eclesiástica se ha desarrollado al abrigo de Rouco, quien le promovió a obispo auxiliar de Madrid en 2007, en contra del criterio de los jesuitas, reacios a aceptar cargos y dignidades eclesiásticas.
Sus partidarios le ven como un hombre franco que encarna la tradición de la Iglesia. Sus detractores, en cambio, le definen como un exponente del autoritarismo eclesial, obcecado en una defensa de la moral sexual que excluye a gais, divorciados o parejas de hecho. El teólogo Juan José Tamayo, director de la cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones de la Universidad Carlos III de Madrid, se muestra crítico con la actuación de Camino. «Ha estado al servicio de la estrategia neoconservadora de Juan Pablo II y Benedicto XVI. Representa la corriente restauracionista de una Iglesia patriarcal y piramidal. Su mandato ha reforzado la ortodoxia y la rigidez doctrinal», apunta Tamayo, quien hace partícipe a Martínez Camino de la sanción que le impuso la Conferencia Episcopal por su libro 'Dios y Jesús'. Durante diez años, entre 1993 y 2003, Camino fue miembro de la Comisión Episcopal para la Doctrina de la Fe.
El relevo de Martínez Camino es importante porque con él empieza la renovación de la cúpula de la Iglesia católica española. En marzo, si antes el Papa Jorge Mario Bergoglio no acepta su renuncia, se jubilará el cardenal Rouco Varela, que ha cumplido 77 años. En la misma circunstancia se encuentra el titular de otra diócesis relevante, Lluís Martínez Sistach, arzobispo de Barcelona, de 76. Ambos han rebasado la edad de retiro, fijada en los 75 años.
Hasta ahora los aires de cambio que pretende imponer Francisco en la Iglesia no se han traducido en una remodelación de la jerarquía católica española. Aunque los obispos eligen a sus homólogos invocando al Espíritu Santo, cada papa deja su impronta en los episcopados nacionales. La composición de la actual jerarquía está ahormada por los pontificados de Juan Pablo II y Benedicto XVI. Lo lógico es pensar que Francisco hará algo parecido.
No hace falta ser muy perspicaz para darse cuenta de que la simpatía y espontaneidad que emana el papa Francisco no adornan el temperamento de Martínez Camino. En cambio, atesora otras cualidades, como una mente brillante y una notable capacidad dialéctica. Sus críticos, sin embargo, le reprochan el tono desabrido que a veces gasta.
Domina el alemán. El todavía portavoz no solía esperar a que los libros de Joseph Ratzinger, el Papa dimisionario, se tradujeran al español. Él ya los había leído antes con fruición y aprovechamiento en la lengua de Goethe. No en vano se doctoró en teología por Universidad Sankt Georgen, en Fráncfort. Pocas veces rehúye la discusión con el oponente, como lo demuestra el debate que mantuvo con Salvador Pániker a propósito de la eutanasia.
Está claro que entre sus inquietudes no está la corrección política. Tan pronto ve «totalitario» oponerse a la clase de religión como advierte a los legisladores de que el aborto conlleva la excomunión; un día dice que el lince ibérico goza de mayor protección jurídica que el feto humano y otro que la disolución del matrimonio civil «es más fácil que rescindir un contrato de telefonía móvil».
No obstante, algunas veces le llega alguna reprimenda. Como cuando el Vaticano le desautorizó en 2005 cuando dijo que el «uso del preservativo estaría autorizado a los creyentes en el contexto de una prevención integral y global del sida». Con todo, el jesuita no hablaba a humo de pajas. Cinco años después, Joseph Ratzinger justificaba el uso del condón «en algunos casos individuales», aunque pronto Roma salió al paso aduciendo que se trataba de la mala traducción de un libro.