Los huérfanos del tifón 'Haiyan'
Cuatro hermanos de entre tres y quince años pierden a ambos padres al partir por la mitad los vientos huracanados y el agua su casa en Tacloban
TACLOBAN (FILIPINAS). Actualizado: GuardarSólo hay una cosa peor que perder a un padre: perder a los dos al mismo tiempo. Así, sin ninguno de ellos para consolar la ausencia del otro, se han quedado cuatro niños filipinos por el devastador tifón 'Haiyan'.
Con entre tres y quince años, los hermanos Negru Dacuno se quedaron huérfanos cuando los vientos huracanados, de hasta 310 kilómetros por hora, levantaron un tsunami que derribó su casa en el 'barangay' 54 A de Tacloban, un barrio de pescadores en plena costa del Pacífico. «Mis padres murieron en las inundaciones del 8 de noviembre.», empieza a relatar a este periódico la hermana mayor, Shylyny Therese, sin poder terminar la frase. Nada más pronunciar las primeras palabras, su voz se quiebra de inmediato con el mismo desgarro con que rompe a llorar. De repente, se derrumba toda la calma que había mantenido esta adolescente de ojos despiertos a la que la vida la ha obligado a madurar más deprisa de lo que ella quería.
Enjugándose las lágrimas para intentar recobrar la compostura, explica que su padre, vendedor ambulante, hizo oídos sordos al aviso de evacuación previo al tifón y se quedó en su hogar porque «nadie imaginaba que iba a ser tan potente». Además de sus progenitores, Oscar y Mari Christie, a causa del ciclón pereció su hermano Richard Lawrence, de diez años.
En vez de buscar refugio en los centros de evacuación habilitados por el ayuntamiento, su familia acogió a uno de los abuelos, Ricardo Negru, y a dos tíos con sus hijos, uno de los cuales también falleció con sólo seis años. «Cuando empezó el tifón, entre las cinco y seis de la mañana, estábamos todos en el mismo cuarto de la primera planta pero el agua subió tanto que bloqueó la puerta y tuvimos que escapar al segundo piso», rememora Shylyny en un inglés excelente.
Como allí tampoco bastó para estar a salvo, su tío rompió una ventana y todo el mundo se encaramó al tejado, donde se agarraron a unos cables eléctricos, ya sin corriente, para aguantar las embestidas del viento y la fuerte lluvia. Como cuchillos afilados, a su alrededor volaban las planchas de latón arrancadas de los tejados.
«Un remolino de escombros»
Construida con maderas y tejados de aluminio, la casa aguantó poco y acabó partiéndose por la mitad. A partir de ese momento, todo ocurrió muy rápidamente. «De repente, mi madre se cayó al agua, que era un remolino de escombros y troncos, y mi padre preguntó dónde estaba. Fue lo último que le oí decir porque enseguida lo perdí también de vista», desgrana la muchacha. Lo que no sabe es si su padre saltó para salvar a su progenitora o si el viento lo tiró.
Mientras tanto, su hermano Richard Cris, de diez años, sujetaba a los dos menores, de seis y tres años, así como a su tía y a un primo. Manteniendo el equilibrio a duras penas, ella hacía lo propio con otro de sus hermanos, Richard Lawrence, pero no pudo seguir agarrándolo más y se hundió en el agua. De lo que luchó para no soltarlo dan buena muestra las marcas y arañazos de su brazo derecho.
Cuando el tifón hubo pasado, tres horas después, los vecinos rescataron a Shylyny y a sus hermanos. Desde entonces, están acogidos en la iglesia de los Redentores, junto a otros 1.700 damnificados que han perdido sus viviendas. «Duele mucho; no me puedo creer que hayan muerto, pero ahora tengo que seguir lo que me enseñó mi madre y cuidar a mis hermanos», promete Shylyny. Para cumplir sus deseos, quiere ser contable porque es muy buena en Matemáticas. Según su cuidadora, Brenda Claridad, «es una niña muy lista, pero no se sabe el futuro que le aguarda porque, aunque tiene un abuelo y parientes en Cebú y Manila, podría acabar junto a sus hermanos en un hospicio para huérfanos».
millones de euros es el dinero que la comunidad internacional enviará para paliar el drama causado por el tifón, según informó el Gobierno filipino.