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La última fiesta de 'Mágico'
El exfutbolista salvadoreño ingresa en el Salón de la Fama de la FIFA de México junto a otros mitos como Baresi, Maldini o Weah
Actualizado: Guardar«No me gusta tomármelo como un trabajo. Si lo hiciera no sería yo. Sólo juego por divertirme». Así veía el fútbol Jorge Alberto González Barillas. En estado puro. Como cuando peloteaba siendo un crío en las calles de San Salvador. Nunca dejó de jugar como entonces, ni en sus comienzos en el Antel, ni cuando pisaba el Camp Nou o el Bernabéu.
David Vidal, que le dirgió en el Cádiz, decía que era el mejor jugador del mundo «técnicamente», e insistía en este término al mismo tiempo que reconocía que era el tipo más complicado que había entrenado porque «le gustaba mucho la vida placentera». De hecho, el club tenía a un empleado cuyo único cometido era evitar que se quedara dormido y acudiera a los entrenamientos. Hasta Maradona reconoció que el salvadoreño hacía cosas que él no era capaz de imitar.
'Faluxo', de aspecto desgarbado y desaliñado, rizo rebelde y mirada pícara, era todo talento natural en un frasco menudo, pulido a base de ingenio y técnicas de escape ante patadas callejeras y defensas expeditivos. Era inspiración repentina, fantasía entre el rigor, el renglón torcido dentro del sistema a base de regates imposibles -como la mítica 'culebrita macheteada', que años después hizo suya Ronaldinho- y remates inverosímiles.
Pero el fútbol también es trabajo táctico, disciplina, orden, sensatez y compromiso. Precisamente, aquello de lo que huía sin gana alguna de redención. Con un poco de equilibrio en su vida, se le hubiera abierto de par en par la puerta por la que sólo pasan los elegidos. Pero nadie pudo controlar al caballo desbocado, ni enjaular al alma libre. El genio nunca quiso encerrarse en una lámpara, por muy dorada que fuera.
Su desapego al dinero y la necesidad de evitar anclajes que le impidieran disfrutar de sus correrías nocturnas y su vida bohemia le llevaron a elegir tras el Mundial'82 a un modesto club de Segunda División, antes que escuchar los cantos de sirena de importantes equipos europeos. Mientras se dedicaba al dulce arte de vivir, se convirtió en héroe gaditano, dios del pueblo salvadoreño y en el villano para cualquier entrenador que quisiera meterle en vereda.
Ni siquiera la llamada del Barcelona varió su particular forma de ver la vida. «Reconozco que no soy un santo, que me gusta la noche y que las ganas de juerga no me las quita ni mi madre -admitía con honestidad-. Sé que soy un irresponsable y un mal profesional». «Respeté al fútbol pero no me respeté a mí», sentenció tras colgar las botas. Pese a todo, dejó momentos imborrables en la memoria de los aficionados durante una carrera que se dilató hasta los 42 años. Ahora cuenta con 55.
Muchos decían que podía haber sido el mejor futbolista de todos los tiempos, pero su obsesión por «ser feliz sin pisar a nadie» y su poco ejemplar comportamiento como deportista le impidieron figurar entre los intocables del balompié. Sin embargo, a partir de ahora su nombre quedará inscrito junto a los de Pelé, Maradona o Cruyff en el Salón de la Fama de la FIFA de la ciudad mexicana de Pachuca, en donde ingresó ayer junto a otras figuras de la historia como Franco Baresi, Paolo Maldini, Geroge Weah y Mia Hamm, la primera mujer en esta selecta lista inaugurada en 2011. Con su entrada en el santuario de los astros del deporte rey, 'Mágico' González se convierte, oficialmente, en el prestidigitador más irreverente de los mitos futbolísticos.