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El fantasma japonés

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Nuestra Historia reciente comienza en 2007, aunque el Gobierno de turno quiso hacernos creer que en realidad comenzó en 2008. El Gobierno se aferró entonces al término «desaceleración», pero en realidad era el de «ralentiflación», que significa la doble condición de desaceleración económica y alta tasa de inflación, cuyos efectos inmediatos suponen la combinación de desempleo por la caída de la actividad económica y el incremento de los precios. De esa forma justificaba nuestro inefable ZP no encontrarnos en el peor de los escenarios posibles de «estanflación», término acuñado en Gran Bretaña en 1965 para definir lo que se llamó «el peor de los mundos» y que supone la letal combinación de estancamiento económico y alta tasa de inflación. Con el transcurso del tiempo y con ajustes en todas las economías, en unas más que otras, porque sus desequilibrios no eran homogéneos, nos situamos en las postrimerías de 2013 y observamos como en realidad el escenario anterior, calificado como «el peor de los mundos», estaba por llegar, arrastrado por los huracanados vientos que nacen entre el Mar de Japón y el Oceáno Pacífico. Es el fantasma japones que convive en tierras niponas y que ni el tsunami, ni los terremotos han logrado sacar de aquellas tierras. Me refiero a la «deflación». Está caracterizada por una caída generalizada de los precios de bienes y servicios. España aún no la conoce. Pero pudiera ser que barrunte tierras españolas si Dios no lo remedia. Para nuestra «tranquilidad» el presidente del BCE, califica la situación de «desinflación», ya que no se ha producido la espiral o circulo vicioso característico de aquella y que consiste en que al caer la demanda, las empresas ven reducidos sus beneficios al tener que reducir los precios para conseguir ventas, como consecuencia de ello, tienen que reducir costes, lo que significa que tienen que recortar empleos. A su vez, al provocar ello paro entre los trabajadores, la demanda seguirá disminuyendo. Para nosotros la desinflación es un sintoma de la debilidad de la demanda interna. También pudiera ser que nuestro «mercado» hubiera adquirido el calificativo de «perfecto». Pero como esto no es así con total seguridad, debemos entender que estamos ante problemas de atonía de la demanda, lo que sin duda es corroborado con la decisión del BCE de bajar el tipo y situarlo al 0,25%. Esto puede tener efecto positivo sobre la tasa de desempleo, pero perjudicial sobre la sostenibilidad de la deuda, ya que en un contexto de caida de precios, el coste «real» de la deuda se eleva y eso es para preocupar. Terminado de leer el artículo, es posible que usted fruña el ceño y como acto reflejo achine sus ojos. Sin duda es el efecto japonés, con deflación o sin ella.