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Filipinas destapa el horror de 'Haiyan'

El 'supertifón' supera las previsiones más catastrofistas y deja miles de muertos e islas, como la de Leyte, devastadas

MANILA. Actualizado: Guardar
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Filipinas se asoma a la mayor catástrofe de su historia tras el paso del 'Haiyan', un tifón de máxima categoría (5) que más bien se asemejó a un tsunami porque levantó olas de hasta 15 metros con sus huracanadas rachas de viento, que llegaron a superar los 370 kilómetros por hora. Sólo en la ciudad de Tacloban, capital de la isla central de Leyte, las autoridades calculan que hay 10.000 muertos, según explicó uno de los funcionarios municipales, Tecson Lim, a la agencia AP. A tenor del jefe de Policía, Elmer Soria, ha quedado destruido entre el 70 y 80% del recorrido que siguió el tifón a su paso por esta provincia.

Con una velocidad sostenida de 235 kilómetros por hora, 'Haiyan' -también denominado 'Yolanda'- tocó tierra el viernes y atravesó de este a oeste seis islas en el centro del archipiélago filipino, afectando a 9,5 millones de personas y obligando a la evacuación de 630.000. En Sámar, la isla frente a Tacloban, los equipos de salvamento han encontrado ya 300 cadáveres en la ciudad de Basey, pero aún quedan 2.000 desaparecidos y se teme por sus vidas porque las olas alcanzaron allí seis metros de altura. En la isla de Boracay, uno de los destinos de vacaciones más populares de Filipinas, 6.000 turistas han quedado atrapados en un resort tras el paso del 'supertifón'.

Sin electricidad y con las comunicaciones y las carreteras cortadas en áreas remotas, aún hay pueblos enteros de los que no se sabe nada. Pero las imágenes que muestra la televisión apenas dejan resquicios a la esperanza: poblaciones enteras arrasadas por el viento huracanado y las fuertes lluvias, que dejaron precipitaciones de hasta 400 milímetros; chozas destruidas y casas inundadas por el fango, coches arrastrados por la corriente y hasta cadáveres colgando de los árboles.

A 580 kilómetros al sureste de Manila, en la isla de Leyte, el aeropuerto de Tacloban ha quedado tan dañado que los vuelos regulares han sido suspendidos, atrapando a cientos de personas que tratan de huir desesperadas. De momento, en sus pistas sólo están aterrizando los helicópteros y aviones de transporte Hércules C-130 de las Fuerzas Aéreas para empezar a distribuir las primeras entregas de ayuda humanitaria.

En uno de ellos viajó ayer la madre de Dani Cortez, un taxista de Manila de 51 años, para recoger a su sobrina, Luisita Ferrer. A sus 39 años, esta guía turística llegó el jueves a Tacloban para visitar a unos amigos. Fueron sus últimas vacaciones. «Intentaron huir a un lugar elevado tras escuchar la alarma del Gobierno, pero murió ahogada porque el tifón lo inundó todo», explicó la pasada madrugada Cortez tras aterrizar este corresponsal en el aeropuerto Ninoy Aquino de la capital filipina.

Recién llegados de Alemania, allí se concentraba un grupo de 25 médicos de la organización International Search And Rescue, que tienen previsto desplazarse a alguna de las zonas arrasadas para montar con sus propios generadores de gasóleo y equipamiento sanitario un hospital de campaña con capacidad para operar a un centenar de heridos. «Tenemos un tiempo de reacción muy limitado porque, aunque no sabemos todavía el número de fallecidos, se ve que es un gran desastre», señalaba Mark Rösen, uno de los enfermeros de este equipo, que también ha intervenido en otras catástrofes como el tsunami del Océano Indico en 2004 y el terremoto de Haití en 2010.

Debido a la escasez de comida y combustible, el Ejército y la Policía han tenido que desplegarse en torno a gasolineras y centros comerciales de Tacloban porque ya ha comenzado el pillaje, según se ve en unas imágenes de la televisión local que muestran a hordas de vecinos asaltando las tiendas para cargar todo tipo de productos en sus carritos.

Desplazándose a Tacloban para una visita de reconocimiento, el presidente de Filipinas, Benigno Aquino III, auguró que el balance de víctimas «será sustancialmente mayor» de las 229 que el Gobierno confirmaba oficialmente anoche, pero no se atrevió a dar cifras. Antes que contar los muertos, la prioridad ahora consiste en restablecer la electricidad y las comunicaciones con las zonas aisladas para enviar comida y medicinas a los damnificados.

Tal y como explicó a la BBC el subdirector de Aviación Civil, el capitán John Andrews, tras sobrevolar los lugares más destruidos de Leyte, «nunca he visto tantos daños en mi vida. En el aeropuerto no queda ninguna estructura en pie excepto los muros».