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Titulares y magdalenas

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Llega un día en el que se te ocurre abrir una página profesional en Facebook para colgar los artículos, empujado quizás por el ego complacido de atender a esa gente educadísima que te pregunta '¿Y dónde puedo leerte?'.

Los que de verdad te leen te siguen en silencio o un día te das cuenta de que llegaron al tercer ladillo y ese día les pondrías un piso. Son dos o veinte, da igual. A algunos los conoces de siempre, otros son viejos amigos, enemigos, socios, compañeros de presidio y hasta gentes que no te has cruzado en tu puñetera vida.

Parece mentira que existan. Esos se merecen que les cuelgues las informaciones aunque para pagar la conexión tengas que vender la gasolina mientras escapas de un bombardeo.

Luego en esa fauna de los intereses comienzas a encontrarte todo tipo de especies. Están los que difunden sin leer, por quedar bien, antes mismo de que pudieran terminar la primera frase. Quieren agradar, que ya es algo, y tienen el gatillo fácil.

Esos son como el sexo sin amor. Están también los que te quisieran matar. Te odian a muerte y dedican su vida a comentar tus noticias en los periódicos y a ponerte a parir. Piensas que el odio llena tanto como el amor y que tal vez, hace tiempo, les robaste una novia o algo así.

Después hay un mar de gente a la que los artículos les interesan lo que el criquet y que comparten fotos de magdalenas. Una y otra vez.

Son los que antes colgaban fotos de sushi, pero se aburrieron ya de aquella vaina. Ahora andan en esto. Por la mañana lo primero que hacen es compartir una foto de una tarta y lo demás son cupcakes a lo largo del día.

Como mucho cuelan algún paisaje.

Generalmente, los titulares y los textos, es decir, la exclusiva en la que llevas currando un mes, les resulta ajena. No es rosa ni es bonita y requiere un minuto de leer.

Si se compara, no es una foto de la magdalena, si no la magdalena misma, pero no la comparten. No da hambre. A veces, hasta te la quita.