
«La estragegia de Birmania con nuestro pueblo es como la de los nazis con los judíos»
La persecución de la minoría musulmana se convierte en la sombra más oscura del proceso de democratización Abu Tahay Líder político de la etnia rohingya
YANGÓN. Actualizado: GuardarAbu Tahay espera en su oficina del centro de Yangon, antes conocida como Rangún, con una pila de documentos históricos. Preside el Partido para el Desarrollo de las Naciones de la Unión (UNDP), es uno de los líderes políticos más prominentes de la minoría rohingya, y su prioridad ahora es desmentir las tesis que esgrime el Gobierno de Birmania, rebautizada como Myanmar, para discriminar a los suyos. «Argumentan que somos inmigrantes, venidos de países como Bangladesh, para llevar a cabo un proceso que sólo se puede calificar de limpieza étnica», asegura el político. Y eso que el país se ha embarcado en un ambicioso proceso de democratización.
Es una batalla, a veces sangrienta, de budistas contra musulmanes a los que nadie quiere. Unos 140.000 malviven hoy en campos de desplazados que según Tahay son «campos de concentración». Gente discriminada, ilegalizada en su propia tierra, perseguida, asesinada, y forzada a la emigración. Y todo con el consentimiento tácito del Gobierno. Porque una de las razones del actual conflicto está en la última legislación que regula la concesión de la nacionalidad birmana, aprobada en 1982. Esta normativa creó tres tipos de ciudadanos, y los rohingya no pueden acceder a ninguno de ellos a pesar de que antes sí tenían el carné de identidad como cualquier otro nacional. Sin embargo, Tahay ha recopilado numerosos documentos que demuestran la existencia de los rohingya en Birmania mucho antes de que llegasen los colonizadores del imperio británico, desde el siglo VIII.
-¿Qué es lo que propone ahora para resolver el grave problema social existente?
-Básicamente, dos cosas. Por un lado, que se conceda la nacionalidad, con todos los derechos y las obligaciones que conlleva, a los ciudadanos de la minoría rohingya. Y, por otro, que se restablezca la identidad de la etnia basándose en la verdad histórica que el Gobierno se empeña en negar.
-¿Pero qué ganan las autoridades creando este conflicto en un momento tan delicado como el del proceso de democratización?
-Hay muchos intereses de por medio, y la religión sólo es una excusa para conseguir otros objetivos. Por un lado, el Gobierno teme que los arakaneses budistas -el resto de la población de la principal zona habitada por los rohingya- quieran volver a crear un reino independiente y glorioso como el que fue hace siglos. Crear tensión en su territorio impide que se concentren esfuerzos en la consecución de esa meta. Y luego están, por supuesto, los alicientes económicos de una tierra rica que explotan unos y otros.
-Los rohingya no consiguen despertar ninguna simpatía entre el resto de los ciudadanos. ¿Por qué ese odio?
-Es el fruto de una estrategia bien planificada por políticos y religiosos extremistas. Han conseguido expandir el odio a base de mentiras, diciendo que somos inmigrantes o que tenemos muchos hijos para apoderarnos del Estado. Lo cierto es que, si tenemos en cuenta la población rohingya que estimaron los británicos en 1826 y la comparamos con la evolución de la natalidad desde entonces, comprobamos que hemos sido un pueblo que ha emigrado, no que ha inmigrado. Deberíamos ser 2,4 millones, y somos solo la mitad. Pero eso no parece suficiente, así que los extremistas ahora también han tenido éxito a la hora de meternos en guetos. Ya no se nos permite movernos con libertad, ni casarnos, ni tener negocios. De hecho, lo que están haciendo con los rohingya es como lo que los nazis hicieron con los judíos.
-Sorprende también que Aung San Suu Kyi no se haya implicado.
-Aung San Suu Kyi, que es la hija de Aung San, el hombre que fundó la Birmania independiente y reconoció a los rohingya como etnia birmana, no está siendo responsable. Antes era un icono de la democracia. Pero ahora que se sienta en el Parlamento se ha convertido en la líder de un partido que tiene que contentar al electorado ultranacionalista.