Familiares de una de las víctimas, ayer en la concentración. :: O. B.
ESPAÑA

Sobreviviendo al cierre de las minas

Deshabitado, anciano, sin alternativas, el pueblo de La Pola de Gordón representa el declive del carbón

LA POLA DE GORDÓN. Actualizado: Guardar
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María del Carmen sale de casa con su bebé en dirección a uno de los pocos supermercados que quedan abiertos en el pueblo. Son las diez de la mañana del primer día después de la tragedia en el pozo Emilio, y en La Pola de Gordón el aire frío de la montaña leonesa hiela con más fuerza si cabe en el corazón roto de sus vecinos.

No hay consuelo que valga para el peor accidente minero de los últimos 18 años en España. Similar a otro que hubo en la mina de Llombera en los años cincuenta. María del Carmen es una treinteañera morena, recia. Nieta, hija y mujer de minero. De qué si no en este lugar marcado a fuego por el carbón, los mineros y la dureza de un oficio que permitió el desarrollo del país en tiempos pretéritos y que ahora está abocado al exterminio.

El caso de esta joven es singular. A diferencia de otros de su generación se ha establecido en La Pola. Es como si no quisiera romper el cordón umbilical que le une a su pueblo, hoy deshabitado, anciano y sin más alternativas que el horizonte de 2018, ese año acabará el último plan gubernamental de ayudas al carbón.

Esa es la meta. No hay más. Y quizá cuando llegue el momento y no vea futuro, ella y su marido tenga que poner tierra de por medio para criar a su hija. Como antes hicieron otros muchos jóvenes del municipio.

Prejubilados y bares

Dividido en dos por el río Bernesga, La Pola de Gordón apenas llega a los 4.000 habitantes entre sus 17 pedanías, entre ellas Llombera, donde se ubica el pozo maldito de la Hullera Vasco-Leonesa. Qué mejor ejemplo para presentar el declive de la actividad minera que esta cuenca, «donde solo quedan prejubilados y bares», comenta en la taberna del ayuntamiento Jesús Gutiérrez, de 56 años, 13 de ellos en la mina.

Ni los planes de reindustrialización de los noventa ni los fondos europeos ni siquiera la decidida apuesta por el turismo rural pueden levantar el ánimo de este pueblo, el de una muerte anunciada como el de otros muchos enclaves mineros asturleoneses. Lo dicen sin miramientos los vecinos. En la calle o en cada uno de los diez bares del pueblo.

«Hasta hace un año, cuando los antidisturbios corrían detrás de los mineros en esta calle (señala a la plaza del ayuntamiento), veías la moral alta, las ganas de luchar en contra de los planes del Gobierno de acabar con la minería. Pero la gente esta cansada de tanta incertidumbre», concluye Jesús mientras sorbe un café con un chorro de orujo.