Los premios del recuerdo
Annie Leibovitz y Olazábal ponen la emoción en los Príncipe de Asturias mientras Muñoz Molina recuerda a los millones de paradosDon Felipe destaca los «sentimientos fraternales» generados en España a lo largo de «muchos siglos de convivencia»
Actualizado: GuardarMirada al cielo. Rápida, fugaz. Con beso incluido. Casi imperceptible para el hombre que le dijo hace 24 años que iba a ser honrado con el premio Príncipe de Asturias de los Deportes. El cántabro que descubrió a los españoles qué era eso del golf. Ese Severiano Ballesteros que guió en todo momento a José María Olázabal, compañero en mil batallas en el campo deportivo y amigo del alma, casi provoca que el golfista guipuzcoano llorara de la emoción. Las lágrimas se quedaron para sus entrañas, como las de Annie Leibovitz. Tampoco quiso llorar en público, de romper ese muro de rudeza que ha construido a su alrededor a lo largo de estos años y que en Oviedo se ha comenzado a resquebrajar. Incluso llegó a hacerse fotos con los reporteros gráficos en los días precedentes. Pero al igual que Olazábal, a la fotógrafa estadounidense le acompañaba el recuerdo de otro premio Príncipe de Asturias. El que recibió la ensayista alemana Susan Sontag, su pareja durante muchos años, en 2003, catorce años después que Ballesteros.
Leibovitz mostró su rostro más humano al recoger el galardón de Comunicación en el teatro Campoamor, donde realizó una defensa de la imagen, que «retiene el presente antes de que desaparezca en el pasado». De un arte que algunos dicen que «está muerto», que permite recordar cómo eran nuestros hijos y que tiene mucha más energía de la que pensamos. «La fotografía es poder compartir con otras personas, ver las cosas y los lugares que amamos», explicó la estadounidense durante su discurso. «La fotografía no es solo lo que queda registrado, sino el punto de vista del fotógrafo», apuntó Leibovitz, que cazó a Richard Nixon dejando la Casa Blanca o logró que la reina Isabel II posara como ella quería.
Más serio se puso Antonio Muñoz Molina en su discurso. El premio de las Letras recordó y defendió el viejo oficio de escribir, «más útil de lo que parece» y que requiere «tantas horas y tantos años como un artesano al suyo y que, sin esa dedicación, no logrará completar nada de valor». Una profesión que también sufre, no solo por los enemigos propios de la literatura -como la piratería-, sino por el mundo que le rodea, «donde los que trabajan ven menguados sus salarios mientras los más pudientes aumentan obscenamente sus beneficios». Y en un país «asolado por una crisis cuyos responsables quedan impunes mientras sus víctimas no reciben justicia» y donde «millones de personas» carecen de un trabajo. El reivindicativo escritor jienense lamentó que España se haya convertido en un país «donde la rectitud y la tarea bien hecha tantas veces cuentan menos que la trampa o la conexión clientelar».
Ante esta situación, donde también se aprecia el desprecio «por el trabajo intelectual y conocimiento», Muñoz Molina solo encuentra una salida al desaliento del oficio de escribir que es el oficio mismo y practicarlo «sin concederse la menor indulgencia» para cambiar la realidad desde «una visión cervantina melancólica», como apuntó el Príncipe de Asturias en sus loas a los premiados con los galardones que entrega desde hace más de tres décadas.
Además de resaltar el valor y las capacidades de todos los premiados, don Felipe apeló en su discurso -el más importante del año- a la solidaridad y a la unidad frente a la adversidad, tanto económica como política. Recordó el accidente del Alvia en Galicia, donde el pueblo de Angrois dio una lección de «coraje y solidaridad», y su visita al lugar del siniestro junto a doña Letizia. «Nos reconocían tan solo haber cumplido con su deber como seres humanos y ciudadanos», recordó el Heredero, que subrayó el ejemplo de este pequeño pueblo como un estímulo para superar «la frustración, el pesimismo o la desconfianza que afectan a muchos españoles». «No podemos permanecer indiferentes o inmóviles; debemos reaccionar», apostilló el príncipe de Asturias.
Batalla por salir adelante
Un movimiento al que se han sumado millones de personas que «cada día batallan para salir adelante con honestidad, con esfuerzo, con valentía y con humildad» y que han conseguido que España sea una gran nación en la que «vale la pena vivir, y querer, y por la que merece la pena luchar». Un país, dijo don Felipe, que no es el que Miguel Unamuno describió como «vive cada uno solo entre los demás», sino que necesita de todas sus partes para seguir trabajando juntos. «Creo firmemente que entre nosotros están muy presentes los sentimientos fraternales generados a lo largo de muchos siglos de convivencia; de compartir profundos vínculos familiares e históricos, tantas emociones sufridas o disfrutadas colectivamente», afirmó en su parlamento, sin citar expresamente en ningún momento las tensiones soberanistas.
«Sentimientos de estima y de afecto que nos han dado forma y que debemos preservar y alimentar siempre, y en todo momento, por encima de las tensiones, de las discrepancias y de los desencuentros», apostilló don Felipe. Además llamó a la responsabilidad de construir el «proyecto compartido» de España. «Una nación que nunca ha claudicado frente a la diversidad ni ha renunciado a ningún sueño», añadió antes de cerrar el acto.