Sociedad

Entrevista a un Cervantes

Caballero Bonald protagoniza el primer coloquio del congreso de su fundación

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Años cincuenta del pasado siglo. El tren parte del frío Madrid de posguerra dirección a Ávila, donde un joven poeta se dirige a documentarse para la escritura de un artículo. Se trata de un apesadumbrado José Manuel Caballero Bonald, que a mitad del trayecto siente un profundo arrebato y decide apearse en la estación de un pueblo de nombre desconocido y contradictorio: Navalperal de los pinares. Va en busca de un café y un vaso de aguardiente. De súbito, un hombre ataviado con una escopeta se dirige al escritor y dispara el arma hacia otro hombre que huye. La bala roza y malhiere al jerezano, que milagrosamente salva la vida. Este episodio kafkiano de la existencia de Caballero Bonald constituye uno de los varios y enriquecedores ejemplos de lo que supone sentarse a charlar con un Premio Cervantes. Desde ayer, en la fundación que lleva su nombre, se disfruta de estos momentos únicos e irrepetibles de conversación con intelectuales de la altura del autor de 'Manual de infractores'. Él es uno de los cuatro literatos que protagonizan -se analizan varios más- el congreso 'La literatura de los Premios Cervantes' que con motivo de la consecución del máximo galardón de las letras españolas ha organizado este año la fundación Caballero Bonald.

En esta cita se habla de literatura, pero también de sus autores, de sus experiencias, inquietudes, gozos y penurias. Ayer, en la jornada inaugural del encuentro que traerá además a Ana María Matute, Antonio Gamoneda y Jorge Edwards a Jerez, el anfitrión respondió a las preguntas formuladas por su amigo y colega Julio Manuel de la Rosa. Para descubrir que detrás del Cervantes 2012 hay un hombre silencioso, poco locuaz, «y menos charlatán». Para constatar que el Caballero Bonald adulto abomina de la violencia que descubrió en una sangrienta escena que irrumpió durante su feliz infancia. Que entiende cualquier peligro que aceche a su querida Doñana como si fuese un atentado a una propiedad. «Allí me perdía y encontraba, jugaba a buscar tesoros y ese recuerdo ha permanecido fijo en mi memoria hasta hoy mismo. Mi instinto hace que la defienda, con lo único que puedo, mi literatura», contó Caballero Bonald para confesar después que 'Ágata ojo de gato' es la novela que «más siento todavía».

Las calles de Jerez y el Coto y, entre ambos, el precoz gusto por la lectura que desencadenó en el oficio de la escritura. «Siempre digo que me e hice escritor porque leí a escritores que me emocionaron», recalcó. Fascinado por la biografía de Espronceda y en su deseo de imitar tan azarosa vida - «dentro de la inocencia de la primera juventud», matizó-, Caballero Bonald imitó al poeta con «lo que tenía más a mano», escribir. Una afección pulmonar y la amistad de su padre con un intelectual republicano favorecieron la afición del niño por los libros. Gerardo Diego y Juan Ramón primero, toda la nómina de la Generación del 27 después, terminaron por inocular en el jerezano la pasión por la poesía.

En su charla con Julio Manuel de la Rosa, el escritor volvió a contar una de las anécdotas más divertidas y extrañas de su familia. Con la que arrancan sus memorias. Los Bonald o los acostados. Lo que es lo mismo, la inclinación de varios de sus ascendientes a ver y vivir la vida desde el reposo de una cama. «Estos hechos que cuento son reconstruidos, reelaborados, con la invención que es al fin y al cabo la literatura», matizó.

Descubrimos también en el encuentro a un Caballero Bonald enfadado con Sevilla. «Mis años allí fueron más bien tristones. Me encontré a una ciudad con la que no podía compenetrarme, era un rechazo instintivo. Así como Cádiz me deslumbró, de Sevilla no me he curado todavía del rechazo». Historias, historias, hasta llegar al premio que le esquivaba a pesar de su existencia octogenaria, el Cervantes, «el escritor total». La figura que ha conseguido que estos días la ciudad de Jerez sea el epicentro de las letras hispanas y de sus más fieles e insignes defensores.