Un Papa abrumado dice en Asís que no tiene «recetas nuevas»
Actualizado: GuardarEl nombre de Francisco para un Papa, se observó desde el primer momento, supone un problemón y le da a una responsabilidad inmensa de total coherencia cristiana, por tener la ocurrencia de compararse con el santo de Asís, que se despojó de todo, hasta de sus ropas, y se dedicó por entero a los pobres. El pasado 13 de marzo fue la primera vez en la historia que un pontífice, Jorge Mario Bergoglio, eligió ese nombre. Ayer fue su primera visita a Asís, en el día de la festividad del santo, y la expectación era enorme. Aún más tras seis meses de pontificado que ya han revolucionado la Iglesia y el día era perfecto para redondear el golpe de gracia. En la prensa italiana se aventuraban grandes anuncios, sorpresas o un vuelco radical en el Vaticano, del estilo de vender todo su patrimonio o cerrar su banco. La atención se centraba especialmente en el lugar de máxima potencia simbólica, la Sala del Expolio, la estancia donde San Francisco se desnudó ante su obispo. Porque también ayer fue la primera vez en 800 años que un Papa entraba ahí, aunque ya han visitado Asís 18 pontífices. Pero Francisco, que ayer estuvo muy serio, casi aplastado por las esperanzas depositadas en él, se limitó a recordar la esencia del mensaje cristiano y estar con los pobres. Terminó admitiendo: «No os he dado recetas nuevas, no las tengo y no creáis a quien dice que las tiene».
Vino a decir que no tiene la varita mágica para cambiar el mundo y eso es cosa de todos y cada uno, y de aplicar el Evangelio. En resumen, que él no es la respuesta, y evocó la escena del desnudo de San Francisco para subrayar que «era un chico joven, no tenía la fuerza para hacer eso, era la fuerza de Dios». Bergoglio, que precisamente acudió a Asís con los ocho cardenales del nuevo consejo que le ayudará en el gobierno de la Iglesia, quiso eliminar cualquier protagonismo y carisma personal en lo que está haciendo.
En la Sala del Expolio de la sede histórica del Obispado, ante un auditorio de pobres de Cáritas, empezó hablando precisamente de esas «fantasías» de la prensa de si el Papa iba a desnudar a la Iglesia. «La Iglesia somos todos, no solo el Papa, los cardenales, los curas, las monjas...», replicó. Es decir, no depende exclusivamente de él. De lo que debe desprenderse cada cristiano, advirtió, es de «la mundanidad, el espíritu del mundo, que nos lleva a la vanidad, a la prepotencia al orgullo, es la lepra, el cáncer de la sociedad, mata la Iglesia». Dijo que una Iglesia así, un Papa, unos cardenales, unos curas y monjas así, preocupados por los valores dominantes, son «ridículos». Recordó que «no se puede servir a dos amos, a Dios y al dinero», y resumió la idea con una de sus imágenes coloquiales: «No podemos ser cristianos de pastelería», de escaparate.