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Desconcierto por el crimen de Washington
EE UU intenta entender por qué Aaron Alexis, un joven dulce y con problemas mentales, decidió acabar a tiros con doce personas
NUEVA YORK. Actualizado: GuardarAaron Alexis no era un musulmán ofendido por los crímenes de EE UU contra sus hermanos de fe, como Tamerlán y Dzhojar Tsarnáev, autores de los atentados del maratón de Boston en abril pasado. Ni un adolescente obsesionado con las armas que se encerraba en su habitación a disparar videojuegos, como Adam Lanza, que en diciembre masacró a 26 niños y profesores en Newtown. Ni un psiquiatra militar a punto de ser destacado en Irak, metido a yihadista tras escuchar de los soldados los abusos que cometían, como Nidal Hassan, el autor de la peor masacre ocurrida nunca en una base militar (Fort Hood, 2009).
Por eso es más difícil entender que este joven amable de 34 años, atraído por el budismo, se abriera paso a tiros el lunes en las oficinas centrales de la Marina en Washington, donde mató a 12 personas e hirió a otras cinco, antes de que la Policía le abatiese a tiros. De ahí que la clase política no haya sabido cómo reaccionar, y que el FBI busque desesperadamente a cualquiera que le conociese para entender qué pasaba por su cabeza.
Las primeras informaciones apuntan a que ni el propio Alexis lo entendía. Cuantos le conocieron le recuerdan como un joven amable e inteligente que se desvivía por ayudar a los demás. Solo unos pocos, y no necesariamente los más allegados, conocían ese lado oscuro de la ira que a veces, muy raras veces, le explotaba dentro hasta la inconsciencia.
El primer incidente que se conoce data de Seattle en 2004, cuando metió tres tiros a las ruedas de la camioneta que utilizaban los trabajadores de la obra cerca de su casa. Según contó Alexis a la Policía, se habían reído de él y le habían faltado el respeto. El joven confesó no haber sido consciente de lo que había hecho hasta una hora después, cuando la ira cedió y recuperó la conciencia. En Brooklyn, su padre contó a los agentes que sufría problemas para controlar sus ataques de ira desde que participó como voluntario en los rescates de las Torres Gemelas, algo de lo que no queda constancia.
En 2007 Alexis buscó el control que le faltaba en la disciplina millitar. En los cuatro años que pasó como reservista en la base texana de Forth Worth, donde trabajaba como electricista de aviones, incurrió en ocho faltas disciplinarias, la mayoría leves, como multas de tráfico, ausencias injustificadas o llegar tarde al trabajo, pero también algunas por insubordinación y conducta desordenada que dejan entrever ese lado oscuro que luchaba por contener.
Como el confuso incidente en una discoteca a las afueras de Atlanta en 2008, en la que, sin que el informe de la Policía indique por qué, estalló en cólera lanzando sillas al aire y gritando maldiciones. El incidente le costó dos días de cárcel, a pesar de que nadie presentó cargos contra él.
Cocinando con un arma
Su tercer desencuentro con la ley vendría en 2010, cuando, según dijo a la Policía, se le disparó el arma que limpiaba mientras cocinaba. El disparo atravesó el techo y entró en casa de su vecina de arriba, a la que se había enfrentado días antes en el aparcamiento por hacer ruido. Aterrorizada, la mujer dijo a la Policía que no se creía su versión accidental de las manos grasientas. Fue detenido por haber accionado impropiamente su arma en zona urbana, pero el caso no prosperó por falta de pruebas. A las dos semanas su casero inició un proceso legal para echarle.
Para entonces Alexis ya debía saber que la Marina no iba a solucionar sus problemas y empezó a buscar su paz interior en un templo tailandés de meditación budista. Allí encontró temporalmente la respuesta a sus plegarias y empezó a sacar lo mejor de sí mismo. Uno de estos pacíficos inmigrantes recién llegados le alquiló una planta de su casa por 600 dólares al mes «si prometía no beber ni fumar», algo que empezaba desde temprano, lata en mano. Alexis se entregó en cuerpo y alma a su nuevo amigo. Le ayudó a navegar los entresijos de Inmigración y a abrir un restaurante. Sin cobrar ni un sueldo, Alexis limpiaba mesas y atendía a los clientes con tanta amabilidad que todos preguntaban por él cuando no estaba. Le recuerdan sentado en una esquina estudiando tailandés, idioma que perfeccionó con sólo un mes en Tailandia.
Cuando su amigo le preguntó por qué dejaba el trabajo en la Marina, le respondió que no le gustaba madrugar, pero cuando lo hizo un ayudante del templo le dijo que había alguien allí que iba a por él. Era cierto. Para cuando Alexis pidió su licenciatura en las fuerzas armadas, el departamento estudiaba ya cómo licenciarle sin honores, pero no había encontrado pruebas. Su amistosa partida pareció una buena manera de cerrar el caso, pero sirvió para que pudiera conseguir trabajo con contratistas de Defensa. Se convirtió en empleado de The Experts, una subsidiaria de Hewlett-Packard que renovaba la infraestructura tecnológica de Defensa, y con la que albergaba algún rencor por unas facturas impagadas tras un viaje a Japón que realizó el año pasado.
Con ellos trabajaba en Rhode Island cuando en agosto pasado se dio cuenta de que estaba perdiendo la partida consigo mismo. Alexis cambió tres veces de hotel porque escuchaba voces salir del armario y dijo a la policía que alguien le seguía. Poco después buscó ayuda psiquiátrica en un centro médico para veteranos.
A final de mes su trabajo le llevó a Washington DC, y desde el día 7 vivía en un hotel Marriott cercano a las instalaciones de la Marina donde el lunes cayó abatido a tiros, después de un inexplicable estallido de ira que pagó a tiros.