Los desplazados desbordan a El-Asad
Familias que huyen de la guerra saturan los colegios de Damasco en el inicio del curso escolar en la Siria que controla el régimen
DAMASCO. Actualizado: GuardarEl pacto entre Estados Unidos y Rusia se estrenó el mismo día en el que el Ministerio de Educación sirio fijó el inicio del curso escolar. Durante semanas se rumoreó que los soldados de Bashar el-Asad habían abandonado sus cuarteles ante un potencial ataque norteamericano y se concentraron en colegios de la capital. Uno de estos centros, según la oposición, era el centro educativo Nahla Assef Zeidan del barrio de Mezze. A primera hora de la mañana no hay ni rastro de estos supuestos inquilinos y cientos de niños ocupan el patio central ordenados en filas. Las profesoras ordenan a los pequeños por edades y les van subiendo a las aulas. «Tenemos 900 niños matriculados, el doble que en circunstancias normales. Una mezcla de gente del barrio y desplazados por la guerra», apunta al directora de la escuela, Sausan Farah, que acusa a los rebeldes de «difundir mentiras». «Los que usan los colegios como cuarteles son ellos. Si una familia quiere que su hijo estudie no tiene más remedio que pasarse a una zona bajo control del régimen», sostiene.
Las autoridades sirias denuncian que más de tres mil escuelas se encuentran fuera de servicio «a causa de los atentados de los grupos terroristas» y a esto habría que sumar los mil centros que se han convertido en albergues temporales para civiles que huyen de los combates. Según la ONU, el conflicto ha causado hasta el momento más de cuatro millones de desplazados. Ciudades como Damasco, pese al éxodo constante de ciudadanos, rondan los seis millones de habitantes, dos más que el número anterior al estallido de la crisis, de acuerdo con estimaciones de la Media Luna Roja.
«El pacto entre las grandes potencias aleja un ataque internacional, pero Estados Unidos sigue golpeando a las zonas bajo control del régimen a través de su apoyo a los grupos armados», señala la directora de la escuela, que detalla que «de cara al nuevo curso contamos con apoyo psicológico para los pequeños y hemos introducido un nuevo enfoque en varias asignaturas para insistir en la necesidad de practicar un Islam moderado y alejado al que imponen los rebeldes en las zonas que conquistan». Pese a todos los problemas que sufre cada uno de los 900 alumnos de la escuela Nahla, se les puede considerar privilegiados en un país en el que, según Unicef, dos millones de menores se han visto forzados a abandonar la enseñanza primaria.
En el ojo del huracán
Damasco se ha convertido en el último lugar seguro para miles de familias. Los que no tienen dinero para abandonar el país permanecen en una capital en la que las escuelas han duplicado sus turnos para atender a los que huyen de la violencia y donde la Media Luna Roja tiene su centro principal de distribución de ayuda. 22 voluntarios de la organización han perdido la vida hasta el momento y sus responsables denuncian «la falta de respeto por parte de ambos bandos, que pelean ciegos de venganza», señala su portavoz Muhaned Asadi. Su trabajo es extremadamente complicado debido a la situación sobre el terreno y «a la ausencia de compromiso por parte de unos donantes que prometen, pero que no envían dinero. La ayuda humanitaria en Siria está totalmente politizada y las víctimas son los civiles».
Los problemas de seguridad les obligaron a cerrar los centros de atención médica en las ciudades del cinturón rural de Damasco, con fuerte presencia de opositores armados. El régimen bombardeaba de forma indiscriminada pese a tener conocimiento de estas clínicas y los rebeldes tampoco respetaban estos lugares para mantenerlos libres de armas de fuego.
Cientos de personas esperan ante la gran puerta corredera para retirar la caja de comida que la organización entrega cada tres meses a cada familia registrada en la lista de desplazados. Cada mes reparten 150.000 unidades, solo en Damasco, pero podrían ayudar a mucha más gente si llegara el apoyo prometido por los donantes. La mayor parte de los afectados proceden del cinturón rural de Damasco y huyeron con lo puesto a la capital. Viven en colegios y centros de acogida gracias a las donaciones y saben que sus casas ya no existen. Aunque quisieran, tampoco podrían volver con las cajas de comida a sus ciudades debido al cerco militar que impide la entrada de alimentos a las zonas más calientes. La Siria actual tiene dos caras, la que vive bajo la sombra de El-Asad y la que sufre el castigo de su Ejército por abrir las puertas a la revuelta.
Los camiones de organizaciones humanitarias como la Media Luna Roja, junto a los del Comité Internacional de la Cruz Roja, viajan también por todo el país cruzando las líneas de ambos bandos. «En un lado es suficiente con el permiso del régimen, pero en el otro hay que contar con decenas de permisos por la cantidad de grupos que hay», apunta Muhaned, que lamenta «los problemas con voluntarios cristianos en zonas controlados por Frente Al-Nusra y el Estados Islámico de Irak y Levante, grupos vinculados a la red terrorista Al-Qaida, donde les molestan hasta las cruces rojas en las cajas de ayuda.