Un soldado somalí informa de los daños causados por un atentado perpetrado el 7 de septiembre en Mogadiscio. :: A. HASHI NOR / AFP
MUNDO

Un chef para cocinar la esperanza en Somalia

El hostelero Ahmed Jama se convierte en el icono de los emprendedores emigrantes que retornan para devolver la vida a Mogadiscio

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Ahmed Jama se la juega entre fogones. Pero no, este chef no arriesga su prestigio con la ligazón de las salsas o el punto de las carnes, como tantos otros que luchan por los favores de la guía Michelin. Las tradicionales samosas o empanadillas, las paletillas de cordero y las langostas recién capturadas que caracterizan la mesa de sus cinco restaurantes no aspiran al estrellado reconocimiento. Su objetivo es promover iniciativas hosteleras en Mogadiscio, la capital somalí y ciudad más peligrosa del mundo.

Desgraciadamente, la milicia Al-Shabab no comparte esa pasión culinaria y el pasado día 7 explotó un coche bomba en las puertas de uno de sus establecimientos. La deflagración provocó quince muertos y veinte heridos y se ha producido tan solo un año después de otro atentado que ocasionó catorce víctimas entre clientes y empleados. El atentado no ha arredrado al artífice de la firma. El mismo día anunció por las redes sociales su intención de reponer lo dañado y seguir adelante.

La cadena 'The Village' se ha convertido en el símbolo de la nueva Somalia, un país que intenta hallar la esperanza gracias a la iniciativa de emprendedores tan arrojados, el apoyo de organizaciones solidarias y la colaboración de países como Turquía, ávidos de mayor protagonismo internacional. La estabilidad obtenida por el Gobierno de Hasan Sheij Mohamud ha impulsado un renacimiento insólito tras más de dos décadas de guerra y devastación.

El precio del suelo en la capital se ha disparado y la proliferación de andamios promete renovar su malparada línea del cielo. La ilusión por restañar las heridas de dos décadas de guerra ha alimentado proyectos tan sorprendentes como Mogadishu Plan 2025 con el horizonte de convertir la antigua ciudad blanca en un centro de las energías renovables y ejemplo de arquitectura sostenible. China acaba de iniciar la remodelación de su gran estadio dentro de un ambicioso programa de recuperación de las grandes infraestructuras y Amnistía Internacional acaba de denunciar que la Administración aspira a desalojar a 300.000 desplazados que habitan campamentos improvisados en el término urbano, una cruel medida que parece relacionada con ese proyecto de regeneración.

El empresario abandonó el país en 1989, en los albores de la guerra civil, y se estableció en Gran Bretaña, destino de unos 100.000 compatriotas. Cursó estudios en hostelería en Birmingham y abrió su primer café en el barrio londinense de Fulham con una oferta inspirada en la gastronomía de sus orígenes. Hace cinco años, cuando aún el destino de Somalia aparecía difuso, dejó el local al cuidado de su mujer e hijos y regresó a su primer hogar. Según ha asegurado, le movió el interés por dotar de trabajo a los numerosos desempleados de la ciudad y de locales donde sus habitantes pudieran socializarse tras años de aislamiento. Hoy, su negocio ha creado un centenar de empleos.

La iniciativa de Jama ha sido secundada por otros muchos expatriados. Durante las dos últimas décadas, la supervivencia de la población ha dependido en buena medida de las remesas de sus familias en el exterior, estimadas en unos 2.000 millones de dólares (1.505 millones de euros) anuales, montante que también ha servido para mantener los servicios comunitarios cuando las infraestructuras habían colapsado.

Indicios de estabilidad

El regreso de los huidos se ha intensificado en los dos últimos años, atraídos por los primeros indicios de estabilidad y las oportunidades económicas surgidas de las inversiones y el aumento de la demanda interna. Los hijos de la diáspora son los responsables tanto de la recuperación de negocios tradicionales como de la aparición de nuevos comercios ligados al ámbito inmobiliario, las nuevas tecnologías y recursos energéticos en el área metropolitana de Mogadiscio.

Esta apuesta supone aún un gran reto dadas las precarias condiciones de seguridad. Los fundamentalistas aún siguen golpeando el centro urbano con relativa facilidad. En 2012, el hostelero reclamó, sin éxito, la posibilidad de dotarse de medios propios de vigilancia para uno de sus cafés, situado en el teóricamente protegido centro urbano y frecuentado por funcionarios. Poco después, dos kamikazes penetraron en su comedor e hicieron explotar las bombas que portaban.

Pero la obstinación de Al-Shabab por impedir que la capital recupere su pulso normal no es el único obstáculo que ha de superar la nueva clase empresarial. Mogadiscio recuerda la Saigón de los años sesenta, una urbe bulliciosa flagelada por los atentados de los guerrilleros donde los abundantes fondos de la cooperación militar americana solían acabar en los bolsillos de una elite corrupta. En mayo, el Gobierno anunció la implementación de un plan para conseguir la gestión eficaz y transparente de los recursos, una exigencia de los Estados donantes de la ayuda exterior, que también han impuesto la mancomunidad en el control de los recursos.

Además, existe otra realidad muy diferente más allá de los límites de la ciudad. La guerra y la hambruna originada por la sequía de 2011 provocaron el éxodo de un millón de campesinos. Aún hoy, la esperanza se muestra esquiva con los habitantes del centro y sur del país, zonas bajo dominio islamista. Uno de cada seis niños somalíes no alcanza su quinto cumpleaños y seis de cada diez no acuden a la escuela.

A pesar de las dificultades, la capital se antoja un oasis de paz gracias a individuos tan osados como Ahmed Jama, capaz de ofrecer resorts para turistas improbables, acampadas en la playa para contemplar el amanecer en el Índico o menús degustación de fin de semana. La sugerencia resulta aún más estimulante porque, además de las bellas vistas de la playa del Lido, los clientes pueden gozar de servicios tan interesantes como una torre de control permanente y un acceso custodiado por guardias armados que chequean concienzudamente a todos aquellos que flanquean las puertas de acceso del restaurante costero.