Lehman Brothers, 5 años después
La banca se resiste a cambiar mientras los ciudadanos siguen sufriendo los efectos de la crisis
Actualizado: GuardarJusto este domingo se cumplen cinco años de la quiebra de Lehman Brothers. El 15 de septiembre de 2008, EE UU dejó caer su cuarto banco de inversión, lo que provocó un tsunami en el sistema financiero internacional que derivó en la peor recesión desde la Gran Depresión. Aunque se toma esa fecha como referencia, la crisis comenzó en el verano de 2007, con las 'subprime', hipotecas de alto riesgo que se empaquetaron y colocaron en entidades de todo el mundo, lo que extendió el contagio. Pero la caída de Lehman, una de las firmas contaminadas por las 'subprime', pasará a la historia como el momento en el que, ante la amenaza de colapso, los gobiernos de Estados Unidos y Europa echaron mano del dinero de los contribuyentes para salvar a una banca descontrolada, que había asumido riesgos excesivos para engordar sus beneficios. Estos rescates y, sobre todo, las inyecciones masivas de liquidez de los bancos centrales evitaron lo peor, una depresión como la de los años 30. Pero un lustro después, los ciudadanos siguen sufriendo los efectos de la hecatombe. Es una buena ocasión para repasar hasta qué punto nos hemos recuperado, evaluar las respuestas dadas y, sobre todo, preguntarnos si se han tomado las medidas necesarias para que no se repita.
¿Se puede dar por superado el 'shock'?
Depende dónde se mire. Si el foco se coloca en EE UU, hay motivos para la satisfacción. Las bolsas han marcado recientemente máximos históricos. La economía crece y no sufrió una segunda recesión como Europa en 2012. El desempleo está cayendo. Se sitúa en el 7,3%, lejos del pico del 10% alcanzado en 2009. Desde ese año se han creado seis millones de empleos. Los precios de la vivienda están subiendo, recuperados del pinchazo de la burbuja inmobiliaria que está en el origen de la crisis.
Otro dato positivo. Los bancos han devuelto casi la totalidad (el 99%) de los 245.000 millones de dólares que tomaron prestados de los contribuyentes. Es uno de los datos que exhibe orgulloso el Gobierno de Barack Obama en su balance de estos cinco años de crisis. No es un mal resultado, aunque la intención de la Reserva Federal de ir retirando la respiración asistida a la economía norteamericana plantea una gran incertidumbre para el futuro. El interés del bono a diez años está subiendo con fuerza, al pasar del 1,6% al 2,9% en el verano. Eso podría frenar la recuperación del mercado inmobiliario. Además, el ascenso ha contribuido a la fuga de capitales de los países emergentes, que pierden empuje tras resistir con solidez la crisis.
A pesar de estas sombras, la situación de Europa es peor porque, como es bien conocido, la crisis financiera se convirtió en la crisis del euro cuando en 2010 estalló la bomba de Grecia. A su rescate le siguió el de Irlanda en noviembre de 2010 y el de Portugal en abril de 2011. La respuesta para todos ellos fue la misma: ayuda financiera a cambio de austeridad. Un severo ajuste que llevó a una segunda recesión en 2012.
Solo ahora parece que sale de ella, después de obtener un crecimiento intertrimestral del 0,3% entre abril y junio. Pero a la Eurozona le está costando mucho escalar el último palo de la W que su economía ha trazado. Lo más grave es que el paro sigue creciendo. En julio se elevó al 12,1%, con España a la cabeza, donde llega al 26,3%. Y se mantiene la destrucción de empleo. Desde el pico de 2008, se han perdido 4,6 millones de puestos de trabajo, el 90% de ellos en España.
En cuanto a las ayudas a la banca, no hay datos claros sobre lo que han devuelto y, lo que es peor, también perduran las dudas sobre su solvencia. «En Europa sigue habiendo muchas entidades zombis cargadas de activos tóxicos», señala Juan Mari Otxoa, de Fineco. Ha habido que esperar a esta semana para que se apruebe la figura clave del supervisor único, una condición indispensable para recapitalizar bancos directamente con fondos europeos y evitar que la solvencia de un país se vea amenaza por los problemas del sistema financiero.
La situación de España es de sobra conocida. Aunque hay indicadores que apuntan al fin de la recesión, la recuperación se presenta muy débil e insuficiente para hacer bajar la insoportable tasa de paro. La banca, de la que al principio tanto se presumió, necesitó un rescate europeo. La factura total del salvamento asciende a 61.000 millones, según el Banco de España. Y pese a este esfuerzo, no fluye el crédito. Eso sí, la prima de riesgo ha caído de forma considerable gracias al apoyo del BCE. Pero la deuda pública se acerca peligrosamente al 100% del PIB.
¿Quién estuvo más acertado en la respuesta?
Si hay una lección que aprender de Lehman es la importancia de responder con rapidez y contundencia. «En Europa se tardó y, en países como España, aún más. En Estados Unidos sí hubo una respuesta temprana», señala Santiago Carbó, catedrático de Economía de la Bangor University y de la Universidad de Granada, además de investigador de Funcas. EE UU pudo equivocarse al dejar caer a Lehman, pero lo importante es que, al ver los catastróficos efectos de esta decisión, actuó con urgencia y se lanzó al rescate de la banca. Bush aprobó un plan de 700.000 millones de dólares. Luego Obama desempolvó las recetas de Keynes y tomó medidas para estimular el crecimiento, aparcando al principio el control del déficit. Aunque la clave estuvo en la Reserva Federal, que bajó los tipos a cero y puso en marcha los polémicos programas de compra de bonos, los 'QE'.
Otro acierto fueron los test de estrés que pusieron en marcha en 2009 para conocer la situación real de la banca y actuar en consecuencia. Europa siguió el ejemplo y también los realizó, pero con menos exigencia y transparencia. De hecho, esta misma semana el representante alemán del BCE, Jörg Asmussen, reconocía que los dos primeros exámenes fueron un fracaso y que el que se va a realizar en 2014 constituye la última oportunidad de generar confianza en el sistema.
Europa también salió al rescate de la banca tras la caída de Lehman, pero no de forma coordinada, sino cada país por libre. Esa falta de integración quedó patente tras el estallido de Grecia. Europa respondió con una desesperante lentitud a la crisis de deuda soberana por la resistencia de los países del Norte a dar cobertura a los problemáticos periféricos. La implacable Merkel impuso su cura de austeridad con los resultados ya sabidos: se habla de un tercer rescate a Grecia.
El BCE, al igual que la Reserva Federal, bajó tipos e inyectó liquidez tras la caída de Lehman, pero siempre ha actuado constreñido por la oposición del Bundesbank a tomar medidas no ortodoxas. Mario Draghi solo ha intervenido cuando las cosas se ponían muy feas. La última vez, en el verano de 2012, cuando salvó a España de la quema con la promesa de comprar bonos sin límite de los países que pidiesen su rescate.
España es el mejor ejemplo de las consecuencias de una respuesta lenta. El Gobierno de Zapatero no solo negó la crisis -insistía en llamarla desaceleración- sino que aseguró que la banca española era la más sólida del mundo porque no estaba contaminada por las 'subprime'. No tuvo en cuenta su exposición a un sector inmobiliario que acababa de saltar por los aires. También Rajoy tardó en meterle mano a Bankia y al final no hubo más remedio que pedir ayuda a Europa en junio de 2012.
¿Se ha metido en cintura a la banca?
Hay consenso en torno a las causas de la crisis financiera: una banca que, aprovechando la falta de poder de los reguladores, se expuso a riesgos excesivos para aumentar sus beneficios, endeudándose hasta las cejas con financiación a corto plazo; una falta de capital que hizo que, al fallar sus inversiones, no pudiese cubrirlas con recursos propios; y un sistema opaco e interconectado que alimentó la reacción en cadena. ¿Se han tomado las medidas para que la banca no vuelva a hundir la economía? Los expertos discrepan al responder, aunque coinciden en que no se han cumplido esas promesas de reformar el capitalismo que se oyeron tras la caída de Lehman.
En el lado positivo, Joaquín Maudos, investigador del Ivie, destaca los incrementos del capital para cumplir las exigencias de Basilea III. Se calcula que los niveles se han triplicado desde antes de la crisis. Eso significa que las entidades tienen un mayor colchón para cubrir pérdidas y, además, están más limitadas para asumir riesgos. Uno de los efectos colaterales negativos de estos mayores requisitos de capital es que la banca reduce el crédito y se dedica a comprar deuda soberana, como ha ocurrido en España. «Por eso debe ser un proceso progresivo», apunta Maudos, que también defiende el avance que suponen los test de estrés. «Antes no sabíamos nada de la situación de la banca», asegura.
Otro asunto polémico es el de las entidades demasiado grandes para dejarlas caer, las 'too big to fail'. Obama prometió acabar con esta noción de que el Gobierno no iba a permitir nunca la quiebra de un gran banco por su impacto en el sistema. Para ello introdujo en la ley 'Dodd-Frank' de 2010 -una ambiciosa legislación de más de 3.200 páginas- la obligación de crear una suerte de 'testamentos vivientes', una hoja de ruta para su liquidación. Los críticos dicen que son imposibles de implementar y denuncian que las 'too big to fail' son ahora más grandes que en 2008. En concreto, el tamaño de las seis mayores entidades de EE UU ha aumentado un 28% desde 2008 debido a que, por ejemplo, JP Morgan tuvo que absorber Bear Stearns y Washington Mutual. En Europa también se ha llegado a un acuerdo para liquidar entidades en dificultades con el menor coste posible para el contribuyente.
El poderoso 'lobby' de la banca se ha movido con destreza para frenar la regulación y, por ejemplo, ha conseguido que no se haya implementado la 'Regla Volcker', que prohíbe a los bancos hacer inversiones en beneficio propio. Hay tantas resistencias para separar la arriesgada banca de inversión de la tradicional (captar depósitos y dar crédito) que hay un creciente movimiento para recuperar la Ley Glass-Steagall y forzar la división.
Pero lo que más preocupa son las insuficientes medidas adoptadas respecto a los derivados y la 'banca en la sombra', un sistema paralelo y opaco que tuvo un papel protagonista en la cadena de titulizaciones de las 'subprime' y, por tanto, en la crisis financiera. La prueba es el reciente caso de la 'ballena de Londres' por el que un 'trader' causó enormes pérdidas al banco de inversión JP Morgan con la compra masiva de derivados en Europa. El ejecutivo español Javier Martín-Artajo fue detenido por participar en una conspiración para ocultar las millonarias pérdidas. Algunos olvidan pronto el desastre de Lehman.