PUEDO PROMETER Y PROMETO
Susana Díaz deberá cumplir una gran batería de compromisos con un presupuesto mínimo y tendrá que mantener delicados equilibrios dentro de su partido y con sus socios de Gobierno
Actualizado: GuardarSi los discursos de investidura tienen fama de ser un Gran Tostón, mayúsculo, plagado de buenas intenciones y lugares comunes, y llevamos cuatro en cinco años o sea que alguna experiencia hay, el que ayer pronunció Susana Díaz se caracterizó por lo contrario. A los diez minutos de empezar, pude contabilizarlo, había enunciado toda una batería de medidas contra la corrupción, que van desde el poder fiscalizador de la Cámara de Cuentas, la prohibición de donaciones privadas a partidos políticos, la obligación de que los cónyuges y parejas de cargos públicos presenten la declaración de la renta, el gran pacto por la regeneración o su compromiso de comparecer semestralmente en la Cámara. Y así hasta acabar.
La intensidad de los compromisos fue la primera sorpresa del «tiempo nuevo», o «nuevo tiempo», del enigma que es aún para todos los andaluces la futura presidenta, que se enfrentó al primer día de su investidura con el coraje que se le atribuye. Ocupó la tribuna con la naturalidad de quien se siente segura en su espacio y leyó durante una hora con un tono deliberadamente institucional, pausado y medido, una treintena de folios cargados de promesas. Un discurso de alto riesgo, pues, porque sabe que se le pedirá que rinda cuentas por cada una de ellas y que muchas serán difíciles de cumplir, con un presupuesto de mínimos.
Todos los ojos miran a la primera mujer que ocupa la cabeza del Gobierno andaluz y ella se sabe doblemente observada por ello. Sin duda, tiene un hándicap extra que superar, porque aún en puestos de primera línea las mujeres han de demostrar el doble para que se les reconozca la mitad, que el pensamiento machista sigue más o menos subyacente a todos lados del espectro. De hecho, el que Díaz sea sólo la segunda mujer del PSOE en toda la historia reciente española que ocupa este cargo, tras la murciana María Antonia García, dice mucho de cómo de arraigado está el «techo de cristal» también entre la izquierda. Hay más chicas en la 'foto' de presidentas del PP.
Sin embargo, y a pesar de que la oposición le ha recibido con el calificativo de «sectaria», para empezar, no parece que Díaz necesite de un proceso de 'enpowerment' o empoderamiento, por usar el palabro que viene a decir que las mujeres han de aprender a situarse en el poder. A sus 38 años, tras una rápida ascensión en los últimos cuatro, dicen quienes la conocen que sabe decir que no con mucha contundencia y ha hecho frente a situaciones complejas: la crisis interna por el relevo de Chaves por Griñán, como secretaria de organización del PSOE-A, y la negociación y el día a día del pacto con IU.
De hecho, después de que sus antecesores en el cargo salieran de forma más o menos traumática, con crisis internas de diferente calibre y antes de tiempo, ninguno ha llegado con el explícito apoyo de la mitad de los avales de los militantes. Aunque se pueda objetar lo que se quiera al proceso de primarias, el hecho es que los críticos se han diluido porque ha sabido pactar aquí y allá. Incluso el antes todopoderoso Luis Pizarro, que no se levantó a aplaudir por dos veces a Griñán cuando anunció su salida, ayer no le dio ni una palmada en ninguna de las ocasiones en que el grupo aprobó su discurso, pero se puso en pie con todos y se sumó al 'placet' a su término.
Respaldo de Chaves
A pesar de esta fortaleza interna, que el propio Chaves respaldaba ayer en declaraciones a Canal Sur Radio, en política, como la canción, todo dura lo que dura un instante y ya en los patios del Parlamento se está a la espera de que sus «gestos» al configurar el Gobierno y el reparto de cargos diversos mantenga un equilibrio, difícil porque cada cual considera que debe inclinarse más hacia su lado.
También deberá mantener el buen rollo con los socios de IU, que ayer llegaban al salón de plenos como en procesión y por riguroso orden de protocolo, con Maíllo en el centro. Ya empezado el pleno se incorporó, bastante desmejorado, Juan Manuel Sánchez Gordillo. Hoy, probablemente, mantenga su voto crítico.
El tercer equilibrio inestable será con Ferraz, la sede central de su partido. Rubalcaba no vino al acto, pero sí la «número dos», Elena Valenciano y la portavoz parlamentaria, Soraya Rodríguez. Parece que a los «federales» les ha costado asumir la maniobra de Griñán. Las reticencias se mantienen, por mucho que quieran revestirse de declaraciones muy correctas. Pero Díaz no se corta y quiere jugar a fondo el papel del PSOE-A en la política nacional, y eso se vio en su discurso, donde, en línea con las preocupaciones de Griñán, quiso terciar en el problema del independentismo catalán, una de las «patatas calientes» no ya del país, sino de su propio partido, que no termina de aclarar su papel en Cataluña.
En una esquina de la primera fila de la tribuna de invitados, que se quedó pequeña, asistió al debate el marido de la futura presidenta, José María Moriche. Más atrás se sentaba quien debía ser la persona más contenta de todo el salón de plenos, Mariate Caravaca, la esposa de un Griñán que apenas pudo ocultar su emoción durante el acto y que no quiso hacer muchas declaraciones.