ADIÓS (AGOSTO)
Actualizado: GuardarEl paréntesis de agosto ya es historia. Volvemos a lo cotidiano, a la rutina de once meses inciertos aunque para no ser injustos no hay que olvidar a los que desde hoy ocupan unas playas mucho menos pobladas que durante el recién terminado mes.
En mi caso, lo que recordaré es el calor que ha habido que soportar y cómo transcurrieron los días entre playas y ciudades.
El periplo comenzó en Évora (Portugal) donde llegamos camino de Sintra y Lisboa. Évora, era trece y martes, no lo digo por nada, era un horno y encima, después de mucho caminar, la capilla cuyas paredes están construidas con huesos humanos, estaba cerrada. Yo la había visto en otra ocasión pero mis acompañantes no y se empeñaron en visitarla. La gracia está en la cita que hay en la entrada, «Los que aquí estamos, aquí os esperamos».
Decidí que continuasen esperando y emprendimos de nuevo viaje para llegar a Sintra a las seis de la tarde, minuto arriba minuto abajo. Una locura. La plaza Mayor de Madrid en vísperas de Navidad. Dije, «Tranquilos…Tenemos parking en el hotel». Ja. El aparcamiento estaba completo y aunque insistí en que la agencia por la que había contratado en internet así me lo aseguraba, los recepcionistas me dijeron que no podían hacer nada. Por lo tanto, a mover el coche por calles tan estrechas como las de Cádiz y de recuerdo un rasponazo . Finalmente y pagando logré aparcar porque a eso de las siete Sintra, como si atendiera a la llamada del flautista de Hamelín, se va despoblando porque palacios y museos cierran hasta la mañana siguiente.
El coche descansó y nosotros de paso. El despertar entre niebla no nos desanimó para buscar una playa. Aparcamos entre nubes, y grupos, cada vez más numerosos, en fila india, camino de La Playa Las Maças…A pesar de la procesión y de que no era época de Semana Santa, alguna se empeñaba en que en el plano no figuraba ninguna playa en la zona … Ni caso, porque no se trataba de fantasmas y cuando llegamos a la arena todos los procesionarios estaban asentados ya , con un espacio muy reducido para bañarse ya que el otro estaba acotado para surfistas o aspirantes a tal…
No había turistas. Estos esperaban en el Cabo da Roca, donde por un estrechísimo camino te enfrentas al autobús que viene de frente como un miura y del que descienden en tropel, cámara en mano, móvil o ipad que tal da, japoneses de sonrisa fija; chinos adaptándose a la ordinaria locura del mundo occidental, o europeos sin más, incluyendo españolitos, que han visto en Portugal una manera de salir y no agotar los ya de por sí maltrechos bolsillos.
Entre esos españolitos me encontré el día siguiente a unas parejas de Cádiz que buscaban aparcar en el Palacio da Pena…Nosotros habíamos ido muy temprano y yo me quedé fuera, en el parque, porque ya lo había visto en otras ocasiones… El arriba y abajo del Cabo no era nada comparado con el trasiego de visitantes del Palacio…Trenecito para arriba, trenecito para abajo . Avisé a los gaditanos antes de que aparcaran pero estaban muy decididos y les imagino casi abducidos por esa maraña de personas que crecía a medida que avanzaba la mañana …
Todos somos turistas, aunque solo veamos los defectos de los otros. En Lisboa, cuando llegamos al hotel, abrí el minibar en busca de una cervecita. Vacío. Pregunté en recepción recordando que figuraba en la reserva, y mi interlocutora dijo que solo había en las plantas altas, las de ejecutivos, que el resto de los mortales teníamos que comprar lo que quisiéramos en la tienda que se había habilitado en el hotel para tal menester. O sea que el minibar solo para los pudientes.
Dos días en Lisboa y después a El Puerto. Vaya ‘caló’. En todos los años en que he venido a Cádiz, y son unos cuántos, por no decir unos miles, nunca había pasado tantos días con los ‘cuarenta’ llamando a la puerta. Menos mal que las gambitas y el pescaíto suelen mejorarlo todo y hacer olvidar los malos momentos. Incluso me he leído ‘La verdad sobre el caso Harry Quebert’ (Alfaguara) 660 páginas de ‘ná’ y me he quedado de una piedra porque el autor Joël Dicker, tiene 28 años y se ha montado una novela perfectamente estructurada y jugando permanentemente con la participación del lector. Joël es suizo y su novela está ambientada en Estados Unidos, pero en el profundo, no el de Nueva York o Los Angeles. El chico apunta.
Seiscientas sesenta, los mismos kilómetros que hay de Cádiz a Madrid. Viajaba pensando en la ‘cervesita’, sabiendo que no había minibar, pero no recordé que estaban mis hijos. En las próximas vacaciones no me muevo de casa.