Li Tianyi, hijo del general Li Shuanjiang. :: REUTERS
MUNDO

La plaga china de los 'guanerdai'

El juicio a Li Tianyi por violación pone de relieve la impunidad de los hijos de los poderosos y los adinerados

SHANGHÁI. Actualizado: Guardar
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El día 17 del pasado mes de febrero, Li Tianyi estaba tan borracho que perdió la consciencia y no pudo salir del bar. O, al menos, eso es lo que este adolescente chino de 17 años asegura para negar la versión que Yang, una mujer de 22 años de la que se desconoce el nombre de pila, da sobre un caso que ha provocado gran controversia en China. Según la joven, originaria de la provincia de Hebei, Li y cuatro de sus amigos la emborracharon en un bar de Pekín, donde trabajaba algunas noches para complementar su sueldo como secretaria, la llevaron luego a un hotel, y cuando se negó a desnudarse, la golpearon y la violaron sin siquiera utilizar preservativo. Después de la paliza, que le provocó graves daños físicos y psicológicos, la dejaron tirada en la cuneta de una carretera con 2.000 yuanes (250 euros) en el bolsillo.

El caso, cuyo juicio ha celebrado esta semana un tribunal de la capital china, no dejaría de ser un crimen cualquiera si no fuese porque Li es hijo de Li Shuanjiang, un general del Ejército Popular de Liberación, y de Meng Ge, una popular cantante folclórica. Se trata de un proceso paradigmático que la población china sigue con gran interés, porque no solo está en juego la justicia que merece Yang. También se decidirá cuál es el grado de independencia existente entre el poder judicial chino y el poder político, y se demostrará si realmente gozan de impunidad los 'guanerdai': la segunda generación de poderosos.

Además, no es la primera vez que Li Tianyi salta a las portadas de los medios de comunicación por su pésima conducta. En septiembre de 2011 se lió a puñetazos con la pareja contra la que chocó con su BMW, un coche que no podía conducir porque ni siquiera tenía la edad mínima para hacerlo. En aquella ocasión, su padre pidió disculpas públicamente, hizo una reverencia ampliamente difundida frente a las víctimas de su hijo, y ofreció una generosa compensación económica a la pareja. Por su parte, Li fue condenado a pasar un año en un correccional. Pero es evidente que no ha tardado en hacer de las suyas.

Li se declaró el miércoles inocente de haber violado a Yang, a pesar de que sus cuatro compinches han reconocido los hechos y han asegurado que fue Li quien primero golpeó y abusó sexualmente de la joven. Curiosamente, en esta ocasión, sus ilustres progenitores se han puesto de su parte y han abierto un extraño debate. Aseguran que no es una violación, sino un caso de prostitución. Y no están solos en esta percepción.

Yi Yangyou, un profesor de Derecho de la afamada Universidad Tsinghua, incendió las redes sociales en julio al afirmar que «aunque puede que fuese una violación, en este caso es menos dañina que si la chica hubiese sido de buena familia». Ni corto ni perezoso, se explayó en declaraciones al diario The Wall Street Journal, donde dijo que «las 'chicas de bar' -como Yang- y las prostitutas dan a la palabra castidad un significado diferente. Por eso, en ellas una violación tiene un efecto diferente».

Aparte de polémicas sobre la definición de abuso sexual, lo que realmente importa en este caso es demostrar a una ciudadanía cada vez más indignada con el abuso de poder de la clase política que los 'guanerdai' no gozan de inmunidad. Porque el caso de Li es sólo uno de cientos. «El problema está en que algunos hijos de altos mandatarios están convencidos de que el cargo de sus padres les protege de cualquier desmán», comenta el sociólogo de la Universidad de Fudan Xu Anqi.

Sin ley ni castigo

Y, en muchas ocasiones, así es. Buen ejemplo de ello es el caso de Li Qiming, un joven que conducía borracho dentro del campus de la Universidad de Hebei, en la ciudad de Baoding. La noche del 16 de octubre de 2010 atropelló a dos estudiantes, una de las cuales murió. Li trató de huir del lugar y, cuando fue detenido pronunció una de las frases más esclarecedoras de la China del siglo XXI: «¡Adelante, denunciadme si os atrevéis! ¡Mi padre es Li Gang!». La segunda parte de la oración se ha sumado ya al refranero chino.

Li Gang resultó ser el director de la Policía local, y para aplacar los ánimos apareció en televisión pidiendo un perdón que la familia de la víctima no le concedió. A pesar de los esfuerzos de la maquinaria censora del Partido Comunista, la presión para que Li Qiming recibiese una condena ejemplar aumentó. Pero el tribunal que lo juzgó en enero de 2011 sólo lo condenó a seis años de cárcel, una sentencia que muchos ciudadanos de a pie reciben por delitos mucho menores.

«Nadie está por encima de la ley», aseguraron los dirigentes chinos cuando salió a la luz el caso de Bo Xilai, el ex secretario general del Partido en Chongqing cuyo juicio por soborno, corrupción, y abuso de poder concluyó el lunes. Sin embargo, la práctica demuestra que no es así. No sólo muchos de los 'guanerdai' se salen con la suya, también están los 'fuerdai': la segunda generación de ricos.

«Es una plaga social con la que el Gobierno tiene que lidiar rápidamente si no quiere ver estallidos justificados», asegura Xu Anqi. «Las leyes no sirven de nada si no se implementan para todos por igual».