![](/cadiz/prensa/noticias/201308/25/fotos/7134886.jpg)
El estilo de Francisco alienta las quinielas para suceder a Rouco
La notoria ausencia de sintonía entre el Papa y el veterano presidente del episcopado español, de 77 años, hace presumir un cambio de rumbo
MADRID. Actualizado: GuardarLa elección del Papa Francisco cogió desprevenidos a los obispos españoles. Hace un mes circularon con insistencia rumores que hablaban de que Jorge Mario Bergoglio aceptaría en verano la renuncia presentada por el arzobispo de Madrid y presidente de la Conferencia Episcopal, Antonio María Rouco, quien acaba de cumplir 77 años y ha superado con holgura la edad de jubilación, fijada en los 75. El Vaticano, sin embargo, no ha movido ficha, a pesar de que Francisco es partidario de que los obispos no se perpetúen en sus cargos. A la luz del nuevo rumbo que ha tomado la Iglesia con el pontífice argentino, algunos observadores empiezan a hacer quinielas sobre el relevo de Rouco. Es evidente la disparidad de estilos y acentos entre el presidente del episcopado y Francisco, lo que avalaría la tesis de que la Santa Sede busca un candidato de su cuerda en Madrid. Por ahora Rouco no ha muñido manejos para imponer a su delfín.
Rouco ha gobernado la Iglesia española con autoridad durante tres mandatos, un hito solo equirable con el del cardenal Tarancón, quien ejerció su liderazgo en circunstancias bien distintas. El hombre que lo ha sido todo en la Iglesia española presentó su renuncia en un momento de entusiasmo, recién celebrada la Jornada Mundial de la Juventud en 2011. Si Francisco se atiene a lo que es costumbre, esperará a marzo de 2014 -cuando expira el trienio para el que fue seleccionado- para admitir la petición de Rouco. Si lo hiciera antes, el cardenal cesaría de inmediato en sus funciones y tendría que ser reemplazado por el vicepresidente, Ricardo Blázquez.
Al cardenal Rouco, como a toda la jerarquía eclesiástica, la renuncia de Benedicto XVI le pilló con el pie cambiado. El arzobispo de Madrid mantenía una excelente interlocución con la Curia y se manejaba con desenvoltura en los pasillos del Vaticano. Ahora, el nuevo ciclo que se abrió con Jorge Mario Bergoglio suscita muchos interrogantes. Una de ellos atañe a la sucesión a Rouco. Por ahora es toda una incógnita saber quién le reemplazará, y aunque se citan los nombres del cardenal Antonio Cañizares y del arzobispo de Valencia, Carlos Osoro, Roma todavía dispone de tiempo para impartir sus orientaciones. Lo cierto es que, por ahora, Rouco no ha hecho ningún gesto para premiar a su hombre de confianza, Fidel Herráez, su obispo auxiliar y a quien muchos veían como el candidato natural para tomar su testigo.
Si bien el cardenal Cañizares, prefecto para la Congregación del Culto Divino, es el que más aparece en las quinielas para suceder a Rouco, la Santa Sede busca un hombre con dotes pastorales destacadas y afines al estilo del actual pontífice.
Aunque Bergoglio no es la encarnación de la ruptura total con la línea anterior, son evidentes las diferencias de talante y prioridades entre el Papa y la actual jefatura de la jerarquía española. Francisco se presenta como el Papa que abandera una Iglesia de los pobres y para los pobres, un pontífice que defiende los derechos de los inmigrantes y que denuncia los excesos del capitalismo y la corrupción en el clero. A Rouco, en cambio, le preocupa más el relativismo moral y la descristianización de la sociedad. No ha criticado demasiado los recortes ni el crecimiento de las desigualdades. Llama la atención el respeto con que se ha dirigido Francisco a los homosexuales -«si una persona es gay y busca a Dios y tiene buena voluntad, ¿quién soy yo para juzgarlo?»- y el tono despectivo con que habla una parte de la Iglesia española para referirse a los gais. Todavía levantan ampollas las declaraciones del obispo de Alcalá de Henares, Juan Antonio Reig Plá, quien poco menos condenó al infierno a los homosexuales.
Rouco, que ha privilegiado a los nuevos movimientos eclesiales, como Camino Neocatecumenal, Comunión y Liberación y Opus Dei, se ha caracterizado durante los tres trienios que ha comandado el episcopado español por mantener las ventajas de que goza la Iglesia en el orden educativo, buscar un mecanismo de financiación estable, e intentar atajar la secularización de la sociedad española, reflejada en la aceptación del aborto, el matrimonio homosexual y el divorció exprés.
Pese a que el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, se resiste a recibirle, los obispos han conseguido que la reforma educativa del ministro Wert establezca que la nota de Religión y su alternativa cuenten para la media del expediente académico y para obtener una beca. Por añadidura, los prelados han conseguido eliminar la Educación para la Ciudadanía y que los centros escolares que segregan a los alumnos por sexo no sean penalizados en el acceso a la financiación pública.