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LA CALMA QUE PRECEDE A LA TORMENTA
El presidente se guarda la carta de la crisis del Gobierno para diciembre, cuando tenga que decidir qué ministros van en la candidatura popular al Parlamento EuropeoRajoy sopesa si cambiar de estrategia y dar un vuelco a las estructuras del PP por el 'caso Bárcenas' o ser fiel a su filosofía e introducir cambios mínimos en el partido
Actualizado: GuardarMariano Rajoy, quizá por primera vez desde 2008, se enfrenta a una decisión inaplazable y crucial para el futuro del PP e incluso para su propio futuro político. La fractura provocada en su partido por las relevaciones del 'caso Bárcenas', unido a la incertidumbre sobre qué puede deparar a partir de ahora la investigación del juez Pablo Ruz sobre la presunta financiación ilegal de los populares, dejan poco margen al líder de los populares si quiere evitar que las sospechas sobre corrupción se necrosen. Por el momento, una muy amplia mayoría de los ciudadanos, según diversas encuestas, considera que es verdad lo que Rajoy dice que es mentira de los papeles del extesorero.
El presidente del Gobierno, fiel a su estilo, dedica los últimos coletazos de agosto a macerar soluciones de gran complejidad porque no se trata de luchar contra un enemigo externo sino de enmendar el presente y buena parte del pasado del partido que sostiene al Gobierno. La tormenta política interna, acompañada del amago de moción de censura del PSOE, duele menos en la Moncloa que el desconcierto y la desconfianza que se ha instalado en el núcleo del PP. El pertinaz y sonoro silencio de sus principales dirigentes en agosto es una de las consecuencias de la parálisis y el desconcierto que atenaza a la dirección del partido, pero no la única.
Mientras el jefe de filas intenta desenredar la madeja, ministros y dirigentes del PP intentan colocarse de perfil para salvarse de una quema incierta, si es que al final Rajoy se pone el partido y el Consejo de Ministros por montera. Bastante improbable. «Quien crea que Rajoy va a hacer una escabechina es que no lo conoce en absoluto, pero está claro que hará lo que mejor convenga al partido y, sobre todo, a España», comenta un miembro del Gobierno con absoluto desconocimiento de los planes del presidente. El líder popular rumió qué hacer instalado con su familia en una cómoda residencia de vacaciones, 'A casa de Alicia', en el municipio pontevedrés de Ribadumia, tras pasar unos días en el Parque Nacional de Doñana.
Solo se le ha visto de caminata a buen paso con José Benito Suárez, amigo de toda la vida y marido de la ministra de Fomento, y también de paseo este viernes con el presidente de la Xunta de Galicia, Alberto Núñez Feijóo, y una larga comitiva de notables del PP gallego. Nada de ir a las corridas de toros en Pontevedra o visitar el club náutico de Sanxenxo, como antaño; y en las dos ocasiones en que se ha dejado ver ni abrió la boca, solo aceptó fotos.
Pero los cambios, tanto en el partido como en el Gobierno, se antojan inevitables, a juicio de todas las fuentes consultadas tanto en el Ejecutivo como en el PP. Lo que evalúa ahora Rajoy es la envergadura del movimiento y si solo afectarán al partido o también al equipo gubernamental. «Solo el presidente sabe si va a hacer una remodelación o no, y cuándo la va a hacer», comentó hace dos días el portavoz popular en el Congreso, Alfonso Alonso, que reconoció que en el partido «se habla» de los cambios que parece que vienen.
Situación de emergencia
La carta de la remodelación del Gobierno se la guardaba el presidente para diciembre, en el ecuador de su mandato. Un relevo que no quería imponer como un castigo para los salientes sino que pensaba edulcorar los despidos con la excusa de incluir a uno o dos ministros en la candidatura del PP a las elecciones al Parlamento Europeo de junio de 2014. La verdadera situación de emergencia, sin embargo, la vive el partido. Los barones territoriales asisten atónitos a la sucesión de noticias e interpretaciones sobre cómo discurre el 'caso Bárcenas' sin que nadie, ni Rajoy ni ningún dirigente, explique qué es lo que pasa o pasó. «Vivimos en penumbra», se lamentaba un presidente regional del PP tras la declaración de Dolores de Cospedal el 14 de agosto ante el juez Ruz.
Casi dos semanas después, los cuadros medios del partido desconocen si las palabras de Cospedal, que apuntó a Rajoy y Javier Arenas como muñidores del acuerdo económico con Bárcenas para que aparentara dejar el PP, metió en un lío o no al presidente del Gobierno, y si esa respuesta ha desagradado o no en la Moncloa. Nadie sabe ni dice nada.
La doble interpretación que circula por el PP sobre el calado de lo que explicó Cospedal a Ruz, y que solo se conocerá con exactitud cuando se haga pública la transcripción de la declaración, pone de manifiesto una vez más la bipolaridad que reina en el partido. La disparidad de criterios en lo que se ha llamado nueva y vieja guardia del PP es ya un secreto a voces. Un eufemismo con claro significado político. «No sé si se puede hablar de bandos enfrentados, pero lo que está claro es que o profesas lealtad absoluta a Cospedal o te encasillan en la vieja guardia», se queja un miembro del comité ejecutivo nacional del PP. «La única que se ha partido la cara por Rajoy y por el partido en este asunto de Bárcenas ha sido Cospedal», expone otro miembro del equipo directivo.
Lo que ya nadie se molesta en esconder en la calle Génova de Madrid es que la relación entre la secretaria general y Arenas, que también declaró como testigo ante Ruz, ha llegado a un punto de no retorno. «¿Por qué va a echar Rajoy a Arenas?», se pregunta uno de sus defensores. «Hasta ahora, la tesis de todo el PP es que jamás ha existido una caja B y que las acusaciones de Bárcenas son falsas, pero si destituye a parte de la cúpula del PP estaría reconociendo que sí, que las cosas se hicieron mal», explica esta misma fuente.
Esta es la diabólica encrucijada a la que se enfrenta Rajoy, hacer suya la máxima de Lampedusa en 'El Gatopardo', «si queremos que todo siga como está necesitamos que todo cambie», o abrir de par en par las ventanas de una organización que ha ignorado a movimientos como el 15M o similares, pero que es consciente de que la sociedad demanda otra forma de hacer política.
Decida lo que decida Rajoy, habrá vencedores y vencidos, y ese escenario nunca es bueno, sobre todo cuando los sondeos constatan que los vientos electorales son claramente desfavorables.
Para encontrar un precedente de una situación tan delicada en la formación popular hay que remontarse al convulso congreso nacional que celebraron en Valencia hace cinco años. Un cónclave en el que Rajoy cortó el cordón umbilical que aún unía al partido con José María Aznar y relegó a buques insignias de los populares como Ángel Acebes, Eduardo Zaplana, Jaime Mayor Oreja o Ignacio Astarloa a papeles secundarios, en buena parte para cercenar el intento de motín que capitaneó Esperanza Aguirre tras la segunda derrota frente a José Luis Rodríguez Zapatero. En el relevo de esta primera línea destacaron dos nombres, Soraya Sáenz de Santamaría y María Dolores de Cospedal, las dos llaves maestras del organigrama del presidente del Gobierno, pero que abren distintas cerraduras.
Después de aquella némesis, Rajoy optó mezclar paciencia y aparente inacción, una fórmula con la que, aunque provocó la exasperación de los suyos, ganó las elecciones de noviembre de 2011, y solventó delicadas crisis internas como las que se abrieron con las imputaciones por corrupción de Jaume Matas y Francisco Camps con un razonable éxito pues mantuvo el gobierno del PP tanto en Baleares como en la Comunidad Valenciana.
Pero esas vacunas son ineficaces para combatir el síndrome Bárcenas. Las previsiones que manejan los populares son que este escándalo acompañará al Gobierno hasta el final de la legislatura y que, al menos hasta que la mejoría de la economía no comience a notarse en el día a día de los ciudadanos, cualquier buena noticia, sea económica o de cualquier otro ámbito, quedará sepultada por el debate sobre las presuntas irregularidades del PP.