El botón rojo
Actualizado: GuardarUna vez, hace muchos años, leí a un señor que decía algo muy interesante. Aunque no tanto como para recordar su nombre. Sería escritor o científico, incluso puede que ambas cosas. Venía a decir que a la maledicencia, a la difamación e incluso a la sinceridad extrema tampoco hay que darle demasiada importancia, que si cualquier persona escuchara lo que han dicho de ella, en algún momento, las diez personas que más le quieren se plantearía seriamente el suicidio. Que bastaba con no escuchar. Que no estábamos delante y así debía ser. Sostenía el buen hombre que cualquier frase ofensiva o desgarradora emitida de forma circunstancial, no repetida ni sostenida, o en nuestra ausencia, técnicamente no existe y, por tanto, carece de importancia. Y, además, añadía que decirla a espaldas del afectado era una muestra de respeto, de amor o temor, según el caso. La idea, más o menos literal, se me quedó. Me parece una vacuna mental. Si no te lo ha dicho en la cara, es porque no lo cree, porque no se atreve o porque no quiere ofender. En cualquiera de los casos, casi un halago. Pero las ciencias, en su bárbaro avance, han modificado la apariencia de esa realidad. El fondo, el mensaje, es idéntico, pero ahora todos tenemos acceso a lo que dice demasiada gente, en directo. Todos tenemos la posibilidad de asistir en un levísimo diferido a los arrebatos y exabruptos de los demás, de todos, de miles, amparados por el dopante anonimato o por el ansia de ingenio instantáneo que provocan las redes sociales todas (sin distingos e incluyendo los bochornosos comentarios a las noticias en los medios autodenominados 'serios').
A la vista de la basura que se lee cada día (a los amparados en el pseudónimo o no), a los supuestos consumidores de telebasura y prensabasura sólo cabe pensar que de tanto mirar al monstruo, uno acaba pareciéndosele, o que unos y otro estamos hechos de lo mismo. De gente. La lista de las noticias más vistas cada día en todos los periódicos web nos retrata bien, a unos y a otros. Lo escrito y publicado sobre el accidente de Cristina Cifuentes (habría sucedido lo mismo, pero con los roles de los comentaristas cambiados, si el triste protagonista fuera «un rojo») nos define.
Siempre existieron esos mensajes pero antes nos los ahorrábamos. Bien mirado, podemos volver a la situación anterior. Basta con apretar un botón.