Carteles de Mursi entre los restos de uno de los campamentos desalojados por el Ejército. :: A. S. / EFE
MUNDO

Estudiantes sobre las cenizas de la acampada

La plaza de Nahda recupera poco a poco su imagen anterior a la concentración islamista que bloqueó un mes el acceso a la Universidad

EL CAIRO. Actualizado: Guardar
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Los vehículos blindados cierran todos los accesos a la plaza de Nahda. Por primera vez abre sus puertas la Universidad de El Cairo situada en este lugar del distrito de Giza que desde el 3 de julio hasta el pasado miércoles fue uno de los dos bastiones islamistas en la capital, el otro fue Rabaa al-Adawiya, en el otro extremo de El Cairo. Estudiantes despistados se acercan a los militares para preguntar si el paso está abierto y tras recibir el permiso pertinente enfilan hacia sus facultades en medio de un escenario desolador de basura, piedras y restos de tiendas de campaña calcinadas. Son las cenizas del desafío islamista a unas autoridades interinas a las que no les tembló la mano para ejecutar la orden de desalojo. Un ejército de operarios intenta adecentar el lugar con la ayuda de maquinaria pesada, la consigna de las nuevas autoridades es devolver la normalidad cuanto antes a la ciudad para pasar página, es el arma más eficaz contra la 'Semana de la Ira' convocada por la Cofradía. Nahda es una de las prioridades porque el curso universitario empieza dentro de un mes y hay que cerrar el proceso de matriculación de los alumnos.

'Mursi es nuestro presidente', reza una de las últimas pintadas que queda sin borrar frente a la tienda de comestibles y bebidas de Saber. Este vendedor hizo muy buen negocio durante las manifestaciones y lamenta el final de la acampada porque «eran buenos clientes y nunca me robaron. Gente honrada, nada de terroristas como dicen los medios de información egipcios. Solo pelearon cuando vinieron a desalojarles, el resto fue pacífico». Por el suelo quedan retratos rotos del expresidente, restos de las cajas de comida que los Hermanos Musulmanes repartían a los concentrados durante el ramadán, zapatillas, camisetas, botellas de plástico. los restos de una lucha de un mes largo que acabó de forma abrupta.

Presencia de radicales

Ha pasado menos de una semana desde el desalojo y algunos vecinos de la zona acuden por pura curiosidad. Sacan fotografías con sus móviles, pero si sus cámaras apuntan a los militares tienen que bajarlas porque son inmediatamente amonestados. Profesores como como el doctor Mahmoud Gabr, de la Facultad de Ciencias, siguen la limpieza a pie de calle y suspiran con alivio porque «era una vergüenza que un grupo terrorista mantuviera la universidad paralizada, el desalojo era obligado, por las buenas nunca se habrían marchado». Su colega Kamal Zayed asiente después de cada palabra y justifica la actuación de las fuerzas de seguridad que «antes de intervenir dieron varios avisos, pero los más radicales no hicieron caso».

Omar Mustafá llega con los documentos para matricularse en Empresariales y lamenta lo ocurrido porque «seguro que se podía haber hecho de esta forma, sin matar a tanta gente. Sólo deseo que todo se arregle cuanto antes porque como siga la guerra en las calles vamos a perder el curso». Faten Imam encara segundo de Filología Inglesa y piensa que «no era el mejor lugar para hacer una acampada, podían haber elegido otro punto más alejado para no entorpecer la labor de las facultades». Faten habla con naturalidad de los últimos días de violencia y considera que «este tipo de episodios son habituales en países que han vivido revoluciones como la que vivió Egipto en 2011, y no será el último».