De Lucía llenó el Castillo con su duende. :: ANTONIO VÁZQUEZ
Sociedad

El Castillo se pone flamenco

El guitarrista deleitó a los 3.000 espectadores que llenaron San Sebastián en un segundo Concierto para la Libertad cargado de magia

CÁDIZ. Actualizado: Guardar
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Entre dos aguas, Paco de Lucía libró la batalla más agradecida que se recuerda en un castillo. Allí, con una luna y un faro pugnando por iluminar la noche más gitana de San Sebastián, Francisco Sánchez Gómez (Algeciras, 1947) sabía la guerra ganada de antemano. Esa misma que le enfrentaba entre las aguas del Atlántico abierto y las de la plata quieta de La Caleta a una batalla para el recuerdo. De un lado él y su guitarra, como un solo ser. De otro, 3.000 gaditanos deseosos por dejarse ganar. Y por ello San Sebastián no fue tan inexpugnable, como nos tiene acostumbrados a lo largo de su historia. Fue desembarcar De Lucía en el escenario -chaleco negro, camisa blanca impoluta y una escenografía de palmeras- y comenzar la primera oleada de aplausos y vivas, después de una espera algo fría. Él, para devolver el recibimiento un escueto y sentido: «Viva Cai».

La noche más flamenca del Castillo comenzaba a descontar sus dos horas de puro duende, aromada con la suave brisa de la marea baja. Entre bulerías, soleares y seguidillas la velada pasó como una batalla naval breve, certera y precisa. Por arsenal un tablao flamenco de primera y un espectáculo gitano que se metió en el bolsillo a los presentes con rapidez. Pasaban las 22.50 horas cuando De Lucía comenzó a desgranar su repertorio con 'Mi niño Curro'.

Libraba sus primeras notas en soledad antes de que llegaran refuerzos: los que faltaban en un cuadro flamenco lleno de habituales de De Lucía. En el auditorio, la emoción se palpaba con cada acorde, se demostraba con cada sentido aplauso. Testimonios sinceros de las ganas que Cádiz tenía del maestro de la guitarra. Uno y otro, artista y público, se compenetran y van a más, como si se conocieran de siempre. Arrancan los «olés, arsas y vámonos».

Tema a tema, De Lucía demuestra porqué es un grande del flamenco. Coro y cantaores calientan el ambiente, la percusión trae reminiscencias de aquí y de allá. Pero el maestro continúa ahí, presidiendo la escena, con el magnetismo que pocos son capaces de despertar. Ese que hace que el instrumento aparentemente de acompañamiento del cante, de excusa a un buen zapateao, se convierta en protagonista absoluto de la noche. Una velada de caras embelesadas y compases llevados de forma improvisada sobre el suelo de albero del auditorio. Señal de que en San Sebastián se disfrutó y mucho. Tanto como para llegar al «otra, otra», entre un mar de silbidos y palmas. Es lo que tiene ser un maestro curtido en mil batallas.