Poner distancia
Actualizado: GuardarPasar las vacaciones en la otra punta del país sirve para desconectar y también para descubrir que la vida en el sur se ve de otra manera cuando resides en el norte. Cádiz es una, sino la, provincia más demandada por los vascos para pasar sus vacaciones. Considerada un remanso de paz, disfrute y calor la imagen de desgaste de una de las zonas con mayor paro del país no llega a los vecinos norteños. Para muchos, esta tierra es uno de los mejores lugares para vivir.
Cuando uno reside el 60% del año rodeado de grises nubes, caras pálidas a las que no rozan los rayos del sol, acompañadas por paraguas que se convierten en la extensión de la mano, sobrevive pensando en lo que le espera cuando lleguen los meses de verano y pueda volver a la provincia del descanso. Dicen que siempre deseamos lo que no tenemos y aunque uno esté orgulloso de su lugar de residencia siempre mira con el rabillo del ojo lo que tiene el otro.
Para los que vivimos en Cádiz es distinto. Los días pasan rodeados de malas noticias, los periódicos inauguran las jornadas con horribles datos de paro, empresas que cierran, subvenciones denegadas, familias al borde de la exclusión social, políticos corruptos... esta es una realidad a la que no podemos dar la espalda, pero lo que también es cierto es que muchas veces olvidamos que la vida que respira esta provincia es única.
Cuando viajo a mi lugar de origen, con la sensación de dejar atrás una provincia dañada, compruebo al cruzarme en el aeropuerto con familias y grupos de amigos que realizan el trayecto a la inversa, que la imagen que llega al norte pierde fuerza y sigue siendo un lugar en el que apetece perderse. Tanto es así, que la gente repite y que cuando me reencuentro con personas a las que hace tiempo que no veía y comento que vivo en Cádiz su cara se ilumina con una apenas perceptible señal de envidia y me dice al momento, 'que suerte'.
La conclusión de mi experiencia es que muchas veces olvidamos todo lo positivo que nos rodea y nos dejamos envolver por las miserias, por lo que es necesario poner distancia para valorar lo que tenemos. Una lección que quizá hemos aprendido demasiado tarde.