Marfil
Actualizado: GuardarEl ansia por acumular riqueza es algo que parece está inscrito en la naturaleza del ser humano. Nada, pues, que nos sorprenda. Lo que durante las pasadas vacas gordas era practicado con alegría casi deportiva por buena parte de la población, por más que las mejores tajadas se las repartieran entre los políticos y la gente del ladrillo, se ha convertido en plena crisis en angustiosa necesidad para quienes todavía no han abandonado la idea de hacerse rico a toda costa.
También los buenos profesionales de la medicina están en su derecho de hacerse de oro gracias a sus habilidades y saberes. Esto es algo que no voy a poner en cuestión. Pero dentro de ese gremio que se ocupa de nuestra salud, la casta de los odontólogos se lleva la palma a la hora de extraer pingües beneficios de nuestro preciado marfil. Ni el más torpe de los sacamuelas debe haber ingresado en su carrera con otras miras que la de hacerse millonario gracias a ella.
Días pasados estuve a punto de ser víctima de una de estas ávidas cazadoras de marfil. Tras una inspección rutinaria, la chica de la bata blanca me hizo saber que mi dentadura necesitaba una limpieza general, además de la urgente reconstrucción de las piezas 37 y 47, socavadas por la voracidad inclemente de la caries. Poca cosa. Nada que no pudiera solucionarse con unos miserables ochenta euros. Aún recostado en el potro de tortura me resistí a sus urgencias reparadoras con el argumento de que no me sentía con la suficiente fortaleza psicológica para afrontar aquel trance. Así que me incorporé y quedé en pedir hora para más adelante, una vez superados los calores del verano.
Bajo el peso de esa espada de Damocles me trasladé a Chiclana en busca de los ponientes oceánicos. Y hete aquí que me dio por acudir a otra clínica tanto con la idea de confirmar el diagnóstico como de comparar precios. Tendido otra vez bajo la luz cegadora la nueva odontóloga constató el estado incólume de mi edificio dental, haciéndome saber, además, que ni siquiera merecía la pena una limpieza.
Ni que decir tiene que salí de allí acordándome de aquella otra que no habría mostrado reparos a la hora de cometer tan cruel atentado no sólo contra mi recortada economía sino también contra mi cuidada salud dental. Que los cielos la colmen de riquezas.