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Zimbabue regresa al abismo
La aplastante victoria electoral del presidente Robert Mugabe amenaza el futuro económico del que fuera el país más próspero de África
Actualizado: GuardarRobert Mugabe ha dado por concluida tanta humillación. El hombre que liberó a Zimbabue de la dictadura de la minoría blanca, el padre de la patria, el presidente durante más de un cuarto de siglo tuvo que sacrificar hace cuatro años su habitual gobierno monocolor para evitar el repudio del mundo, contrariado por las peculiares maneras del sistema electoral local. A pesar de haber ganado con mayoría absoluta, Sudáfrica le impuso la constitución de un gabinete de coalición con el Movimiento por el Cambio Democrático (MCD), el partido opositor. Pero el octogenario dirigente ha dicho basta y se ha sacudido la incómoda cohabitación con su rival, el vicepresidente Morgan Tsvangirai, gracias a una aplastante victoria del 66% de los votos en los comicios celebrados el pasado 31 de julio.
El problema radica en el precio que pueden pagar sus habitantes si se consuma el regreso del país austral a un régimen de poder omnímodo. El lunes, tras la proclamación de los resultados, la Bolsa de Harare se desplomó once puntos. La violación de los derechos humanos de los enemigos políticos y de las minorías étnicas y sexuales ha sido esgrimida como uno de los peligros evidentes dentro del nuevo marco de control absoluto. Pero el riesgo de contracción económica en un país devastado resulta aún más preocupante porque puede generar mayor miseria y nuevas migraciones. No se trata de una posibilidad. Al pánico en el parqué ante los resultados electorales se suma la incertidumbre generada por los malos datos macroeconómicos. Zimbabue ya ha entrado en un insospechado periodo de recesión, con un 3% de decrecimiento de su Producto Interior Bruto en el primer trimestre del año.
Recursos
El Gobierno contrapone nacionalismo a desesperanza. La política de indigenización de Mugabe y su partido, la Unión Nacional Africana de Zimbabue-Frente Patriótico (ZANU), constituye la amenaza más evidente para la reconstrucción del Estado, devastado tras el proceso de hiperinflación culminado en 2009 y la ruina de la Administración. Este fenómeno de nacionalización de los recursos contempla la venta a socios locales del 51% de la participación en los negocios de empresas extranjeras y afecta a más de mil firmas foráneas radicadas en el país. Según declaraciones de Saviour Kasukuwere, ministro encargado de este plan, su próximo paso es la toma del control de las minas de platino sin aplicar ningún tipo de compensación y ha llegado incluso a advertir de que cualquier oposición entrañaría la retirada de la licencia de explotación.
La ocupación de las granjas de la minoría blanca a principios de la pasada década tan solo supuso la consecuencia más impactante de un ambicioso proceso que pretende afectar a todos los sectores económicos y que no se ha detenido, ni siquiera durante la anterior etapa de colaboración forzosa. Las consecuencias pueden ser desastrosas para el desarrollo del país, sumamente dependiente de una tímida inversión exterior, siempre reticente ante las estrategias heterodoxas del veterano presidente.
Harare ha acudido a la solidaridad de los no alineados, de Rusia y América Latina, cuando Occidente ha mostrado su oposición. A ese respecto, si la Unión Europea y Estados Unidos reanudan la política de aislamiento, el régimen podría intensificar aún más la privilegiada relación con China, su principal socio internacional. Aunque suele hacer gala de una política de no injerencia en asuntos internos, Pekín ya se ha apresurado a felicitar a Mugabe por su abultado triunfo.
A contracorriente de las tendencias globales, la política del ZANU-PF parece sugerir los planteamientos marxistas que guiaron numerosos países empeñados en la descolonización económica tras la independencia. Pero la realidad es más prosaica. Sus detractores alegan que el empoderamiento de la ciudadanía nativa, alegado por la propaganda gubernamental, oculta la rapacidad de una élite de allegados a Mugabe, principalmente su núcleo familiar, que se ha hecho con la propiedad de los recursos agrícolas, ganaderos y mineros expoliados. El comercio de leche y tabaco o el tráfico de minerales se hallan en manos de una oligarquía político-militar. La explotación ilegal en Marange, una de las minas de diamantes más importantes del mundo, está asociada a funcionarios con sus propias redes de extracción y distribución. Según la organización Transparencia Internacional, Zimbabue es el quinto país más corrupto del mundo.
La incertidumbre amenaza el futuro inmediato del que fuera el país más próspero de África. Los más pesimistas auguran una nueva etapa de marasmo económico y opresión política bajo un régimen de partido único de facto donde las fuerzas de seguridad y los medios de comunicación se hallan completamente supeditados al poder, e, incluso, advierten que la política de africanismo radical puede alentar extremismos vecinos, como el del movimiento de Julius Malema en Sudáfrica.