cultura

El maestro de la conversación serena

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Nada de lo de la noche del sábado hubiera pasado si Manuel Muñoz Alarcón, Manolo Sanlúcar, no hubiera nacido a la orilla del Guadalquivir. Si su padre Isidro a los seis años no le hubiera cogido la mano y le hubiera enseñado cómo latía y respiraba la guitarra. Compositor, guitarrista, concertista, político, intelectual y pausado conversador ha sido referente dentro y fuera de España del flamenco. «De niño escribía, pintaba y tocaba la guitarra. Cuando me di cuenta que cada una de estas facetas del arte precisaba de toda una vida tuve que elegir. Me quedé con la guitarra y creo que acerté», aseguraba en 2007 en una entrevista concedida con motivo de su libro 'El alma compartida'.

Tanto se afanó que, con tan sólo 14 años, ya empezó a trabajar con los grandes: Pepe Pinto, Pepe Marchena, la Paquera, o La niña de los Peines, su «primer referente» y que le agarró fuerte la mano tanto para enseñarle como para cuidarle. Pero su inquietud artística no le dejaba «parar quieto». Con 27 años el Ateneo de Madrid lo consagra como concertista. «El artista debe ser mitad raíz, entroncada en la tradición y en la sabiduría popular, y mitad paloma, capaz de soñar y volar para abrir nuevos caminos».

El World Guitar Festival del Campione, Italia, y el teatro Carnegie Hall de Nueva York son sólo algunos de los escenarios en los que el sanluqueño se hizo mundial. Su discografía tiene más de una veintena de títulos, pero su arte va más allá: colaboraciones en documentales, libros, enciclopedias didácticas de flamenco, profesor de jóvenes músicos, miembro de la Real Academia de Bellas Artes de Cádiz desde 2007 e infinidad de distinciones... llenan la vitrina y la memoria de Manolo Sanlúcar.

El sábado se despidió diciendo que no había sido su mejor concierto. El público no le hizo ni caso y le ovacionó con tanta fuerza como la que el maestro tuvo que sacar para despedirse de los escenarios tras toda una vida en ellos.