Lo que oculta la propaganda de Corea del Norte
La conmemoración del 60 aniversario del fin de la guerra ha olvidado la mísera realidad que sufre la mayor parte del país
PEKÍN. Actualizado: GuardarCorea del Norte ha conmemorado durante toda una semana el 60 aniversario del fin de la guerra que le enfrentó con el Sur y con Estados Unidos. Para el que llaman Día de la Victoria, celebrado el sábado, el régimen estalinista de Pyongyang invitó a algunos dirigentes extranjeros, como el vicepresidente de China Li Yuanchao, quien se reunió con el joven dictador norcoreano, Kim Jong-un, y visitó las tumbas de los soldados de su país que lucharon en la guerra para ayudar a uno de los principales aliados históricos de Mao Zedong.
Además de conceder un mayor número de visados para turistas, Corea del Norte permitió la entrada de varios grupos de periodistas, sobre todo de televisión, para deslumbrarlos con los actos programados y con la nueva cara que luce Pyongyang, donde cada vez hay más coches y más móviles (pero sin internet). Mientras compañías de acróbatas y bailarines escenificaban de forma sincronizada espectaculares coreografías en el gigantesco estadio Primero de Mayo, miles de personas dibujaban con carteles murales propagandísticos que ocupaban totalmente una de sus gradas. Un espectáculo asombroso, pero también la más clara metáfora de la megalomanía del siniestro régimen norcoreano, que acaba reduciendo a sus ciudadanos a un diminuto píxel para solaz de sus dirigentes e invitados.
Al margen de dichas imágenes, hay otras que reflejan mucho mejor la cruda realidad del país pero que, precisamente por eso, la propaganda no quiere enseñar. Es el caso de las brigadas ciudadanas que, formadas incluso por niños, trabajan en las carreteras con rudimentarias herramientas de madera o hasta acarreando piedras con las manos. Mientras los campesinos aran la tierra con bueyes por falta de tractores o de gasolina, los altos cargos del Partido de los Trabajadores y del Ejército viajan coches de alta gama traídos de China burlando las sanciones de la ONU contra los ensayos nucleares de Corea del Norte. Es la misma ruta que siguen la carne de Australia congelada, las latas de Pepsi-Cola y el coñac Hennessy que se vende a 250 euros al cambio no oficial en algunos supermercados para la élite del régimen.
Al cambio oficial, el sueldo medio de los funcionarios estatales es de 3.000 won al mes (15 euros) y, según la lógica comunista, debería bastar para adquirir los productos básicos subsidiados por el Gobierno, que cada mes entrega a los empleados públicos 14 kilos de arroz y 28 a los oficiales del Ejército.
Entrada de dinero
Pero en los últimos años se ha impuesto la economía de mercado por la entrada de divisas y todo tipo de artículos importados de China, que se comercializan abiertamente a precios astronómicos en tiendas y supermercados. Como consecuencia, ha florecido un mercado no oficial, pero real, que cambia el euro a unos 8.000 won.
En el Almacén Número 1 de Pyongyang, eso es lo que cuesta una bolsa de detergente. Pero también algo menos de lo que vale una Coca-Cola en la cafetería Pyolmuri, donde los comensales dan buena cuenta de sus raciones de gambas, pizzas y vino tinto con el pin de los Kim en la solapa y paquetes de Marlboro y Camel sobre la mesa.
En cuanto el régimen de Kim Jong-un ha abierto un poco la mano en lo económico, el dinero ha encontrado su modo de abrirse paso, ya sea gracias a las divisas que envía el medio millón de norcoreanos emigrantes en Japón o con los sobornos a los funcionarios y oficiales del Ejército, que controlan todos los negocios. «Sólo con sus salarios, los funcionarios no pueden sobrevivir ni tener móviles, así que aceptan sobornos», explica por correo electrónico desde Seúl Jung Gwang Il, un antiguo militar que trabajaba en una empresa estatal y desertó a China, y luego a Corea del Sur, tras pasarse tres años en un campo de reeducación.