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Guerra contra el rencor
El nuevo Malí celebra hoy elecciones presidenciales con el objetivo acuciante de la reconciliación social tras el conflicto armado
Actualizado: GuardarLa incapacidad del obsoleto sistema electoral, con cientos de miles de ciudadanos no acreditados y numerosos refugiados sin posibilidad de ejercer el voto, no es el mayor problema al que deben enfrentarse los comicios presidenciales que Malí celebra hoy. Tampoco la previsiblemente elevada abstención, acentuada por las dificultades para desplazarse en plena temporada de lluvias, ni siquiera el hecho, un tanto frustrante, de que los dos candidatos mejor situados en los sondeos pertenezcan a la anquilosada clase dirigente.
El miedo a que el Norte boicotee los sufragios y cierta sensación de impotencia constituyen los riesgos más acuciantes. La posibilidad de que esta votación no cambie un escenario político tutelado por los militares y, sobre todo, las dificultades que tendrá cualquier Gobierno para fomentar la reconciliación de las diversas comunidades, suponen peligros enormes para la viabilidad de la democracia y la unidad del país del Sahel.
La relativa victoria ante los islamistas no ha cerrado definitivamente una etapa de inestabildiad. Los conflictos tradicionales permanecen e incluso se han agudizado como consecuencia de la guerra contra los yihadistas. Las diferencias interétnicas son la espada de Damocles. La minoría negra que habita la ciudad de Kidal, el bastión tuareg, sufrió la pasada semana una ola de violencia saldada con destrucción, saqueos y cuatro víctimas mortales, mientras que la opinión pública se ha vuelto contra el presidente interino Dioncounda Traoré por recibir recientemente a una delegación del Movimiento Nacional de Liberación de Azawad (MNLA) ya que dos de los enviados están considerados criminales de guerra.
Odios
El rencor prevalece sobre el pragmatismo. La mayoría negra recrimina a los hombres azules su connivencia con los radicales, mientras que los bereberes, a pesar del revés militar, siguen reivindicando una entidad política propia tras décadas de marginación. El acuerdo de Ouagadougou, firmado el pasado día 4 por el Gobierno y los rebeldes, permitió la entrada de las tropas regulares en Kidal, una condición necesaria y acuciante para llevar a cabo las elecciones en todo el territorio, pero el pacto no ha dado lugar a una hoja de ruta para la reformulación administrativa requerida.
El mundo ha incentivado una reconciliación compleja. La sugerencia de que una convivencia forzada bien valga 3.250 millones de euros, el montante prometido en la conferencia de donantes de Bruselas, puede estimular el diálogo, pero también incrementar la corrupción endémica que sufre uno de los países más pobres del mundo, frecuentemente amenazado por hambrunas. Según Naciones Unidas, 1,4 millones de sus habitantes precisan de ayuda inmediata y Acción contra el Hambre alerta sobre la posibilidad de que surja un brote de cólera en los próximos meses. La malnutrición y la enfermedad están propiciadas por la escasa cosecha, provocada por el conflicto, y el desbaratamiento de los servicios básicos en la zona septentrional, la más afectada por la crisis del 2012.
La realidad maliense es compleja. Como sucede en otras repúblicas de la región, la convivencia entre las tribus bereberes y negras se ha complicado por los movimientos migratorios, animados por la creciente urbanización y la explotación de los recursos mineros. Ahora bien, esa heterogeneidad se ha traducido en la creación de barrios segregados y puntuales estallidos interétnicos. Los tuareg se encuentran en minoría en las ciudades más importantes de Azawad, caso de Tombuctú y Gao, donde existe una importante presencia de población negra, principalmente de origen shongay.
El desarrollo económico no solo mejoraría la escasa calidad de vida de los malienses, sino que sería un fuerte contrapeso contra la amenaza radical y separatista. Pero hoy no existen condiciones propicias para un aprovechamiento efectivo de las inversiones prometidas. La agricultura comercial, principalmente basada en el algodón, resulta muy dependiente de las variaciones climáticas y las oscilaciones de la demanda, mientras que el turismo, en el país subsahariano con mayor patrimonio arqueológico, resulta una quimera dadas las condiciones de inseguridad.
Segunda vuelta
La tutela de París, la exmetrópoli colonial, y la condición de Estado subsidiado parecen imposibles de obviar en el futuro más próximo. Ni Ibrahim Boubacar Keïta, del partido Rally for Mali, ni Soumaïla Cissé, de la Alianza por la Democracia en Malí, cuentan con demasiado margen de opción. Si las previsiones se cumplen, estos dos veteranos de la política local disputarán la presidencia en una segunda vuelta prevista para el 11 de agosto.
El vencedor tendrá que dar respuesta a retos muy complejos. La consecución de la paz social y el apoyo tuareg se antojan fundamentales para evitar una nueva ofensiva relámpago de Al-Qaida del Magreb Islámico, dada la incertidumbre que plantean las fuerzas internacionales de apoyo, la Minusma.
No hay certezas sobre la capacidad de combate de las tropas que relevarán a los efectivos galos y nigerianos, primera fuerza de choque contra los insurrectos, en un terreno especialmente complicado por su extensión, orografía y duras condiciones climáticas.
El nuevo Malí, que todos los candidatos prometen en sus mítines, depende de numerosos factores, tanto económicos como políticos y sociales. La reconciliación, también demandada por todos los políticos, exige la victoria sobre un rencor ancestral, acentuado por la miseria y la proliferación de armas, el fanatismo y la memoria de la injusticia.