Varios de los conferionarios de la JMJ. :: SERGIO MORAES / REUTERS
Sociedad

«Qué feo es ver a un obispo triste»

El Papa reúne a un millón de jóvenes en la playa de Copacabana e insiste en la coherencia de la Iglesia para transmitir la fe Francisco destierra el pesimismo del pensamiento cristiano y no quiere «caras de luto perpetuo»

RÍO DE JANEIRO. Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

El Papa, dentro de su revolución de la Iglesia y que espera irradiar fuera de ella, ha lanzado en Río de Janeiro ante un millón de jóvenes un criterio de selección muy exigente que podría causar serias bajas en alguna conferencia episcopal: la alegría. «¡Qué feo es un obispo triste, qué feo que es! Para que mi fe no sea triste he venido aquí a contagiarme con el entusiasmo de ustedes», dijo la noche del jueves, madrugada en España, en la playa de Copacabana. Tal como ocurrió horas antes en su encuentro con los jóvenes argentinos, totalmente improvisado y con uno de los discursos más arrebatadores de su pontificado, esta frase no estaba en el discurso escrito. Le animó, de nuevo, hablar en castellano y la sugestión del acto, tras casi una hora de papamóvil a lo largo de la célebre playa, saludando, besando niños e incluso tomando un mate que le pasaron.

Fue el primer acto de masas de la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ), una fiesta de acogida que el Papa luego definió como «inolvidable» en Twitter. Anoche se repitió la concentración con un Via Crucis en el mismo lugar, que continuaba al cierre de esta edición. Esta toma de contacto con los jóvenes era una de las claves a descifrar en el viaje a Brasil y en su primer saludo Francisco se aproximó a ellos con humildad, igual que el día de su elección se inclinó ante la muchedumbre para recibir antes su bendición.

No les recibió con directrices ni prescripciones, de momento sigue sin entrar en los detalles de cuestiones conflictivas -preservativos, castidad, homosexualidad...- y se limitó al mensaje esencial del cristianismo. Volvió a emplear la idea de cambio y revolución, que estos días ha usado en clave social: «La fe en nuestra vida hace una revolución copernicana, porque nos quita del centro y pone a Dios. La fe es revolucionaria. ¿Estáis dispuestos a entrar en esta onda de la revolución de la fe?». Francisco bajó todas las barreras como si la culpa de que alguien se quede fuera de la Iglesia hubiera que buscarla dentro de ella, por ejemplo en obispos ceñudos que arruinan la coherencia.

La batalla crucial de Jorge Mario Bergoglio en estos primeros cuatro meses ha sido por recuperar la credibilidad de la Iglesia y desempolvar el impacto primitivo del mensaje más genuino, el Evangelio, sin perderse en diatribas de doctrina. Está dando grandes pasos con gestos simples pero revolucionarios, como dejar el coche oficial o el apartamento pontificio. Es innegable que su mejor arma es él mismo, su carisma y su ejemplo, pero a la hora de transmitir coherencia también reclama para los demás lo más elemental, la alegría. La idea que lanzó ayer ya la había esbozado el miércoles en el santuario de Aparecida: «¡El cristiano no puede ser pesimista! No tiene la cara de quien parece estar de luto perpetuo». Y también es similar a algo que dijo en Roma hace veinte días ante 5.000 seminaristas, a quienes pidió ir con alegría por la vida, no «con cara de pepinillo en vinagre».

La playa de Copacabana está llamada a convertirse en el lugar por excelencia de la JMJ. Todos los actos se han trasladado allí porque el mal tiempo ha obligado a la organización a renunciar a la gran explanada de Guaratiba, donde se iba a celebrar hoy la vigilia y mañana la misa multitudinaria. Se esperaba llegar a dos millones de personas.

Mal tiempo previsto

Después de tres días lloviendo en Río el lugar se había convertido en un vasto lodazal. La JMJ no ha querido revelar cuánto ha costado preparar ese área de 1.700 metros cuadrados y un escenario de 75 metros de altura, y la prensa brasileña ha visto en este cambio de última hora un nuevo síntoma de desorganización, tras los problemas de seguridad del primer día en la llegada del Papa y el caos en los transportes.

Las autoridades culpan a la lluvia, pero el primer diario del país, O Globo, señalaba ayer que era una situación absolutamente previsible, pues las estadísticas de precipitaciones en Guaratiba en julio entre 2003 y 2012 así lo indicaban, y aún así este año han sido menores.

De todos modos los peregrinos se han librado de una buena. Es un lugar a 40 kilómetros de Río al que no llega el transporte público y desde las últimas paradas de metro había que caminar entre 11 y 14 kilómetros. Además uno de estos trayectos pasaba junto a algunas de las favelas más peligrosas de la ciudad -Rola, Antares, Aço y Cesarao- que el fin de semana iban a ser ocupadas excepcionalmente por la Policía para garantizar la seguridad.