Francisco viaja al volcán juvenil de Río
El encuentro, al que asistirán varios líderes de Sudamérica, servirá para revelar el verdadero potencial político del nuevo Pontífice El Papa vuelve a Latinoamérica a unas JMJ que coinciden con las protestas sociales de Brasil
ROMA. Actualizado: GuardarJorge Mario Bergoglio tenía un billete para Buenos Aires en marzo, el que cogió de ida y vuelta para asistir al cónclave, pero no lo utilizó. Será hoy, ya como Francisco, cuando por fin regresará a Latinoamérica, a Río de Janeiro, en su primer viaje internacional para presidir las Jornadas Mundiales de la Juventud (JMJ). Su primer desplazamiento del Vaticano fue a la isla italiana de Lampedusa, el pasado 8 de julio, por ser un destino trágico de las pateras de inmigrantes y aunque fueron solo cuatro horas tuvo un enorme impacto simbólico. Marcó su compromiso con los últimos y los marginados y ya es uno de los grandes momentos del pontificado. La expectación con el largo viaje a Río, del 22 al 29 de julio y en su territorio, ante 1,5 millones de jóvenes previstos, es por tanto muy alta. El Papa sale por fin de Roma hacia la 'periferia', uno de sus términos favoritos, y a Brasil, donde viven el 44% de los católicos del planeta. Viaja al futuro, más allá de Europa.
El cardenal que le abrazó primero en la Capilla Sixtina era brasileño, su amigo Claudio Hummes, y le dio la idea de elegir el nombre de Francisco al susurrarle al oído: «No te olvides de los pobres». Bergoglio ya ha demostrado que son su brújula, pero el viaje a Brasil es el primer gran acontecimiento mediático de su pontificado y donde puede producirse la consagración definitiva de su programa con un eco mundial. Porque a la visita se ha sumado un imprevisto cariz político. Cae en plena sublevación popular, precisamente protagonizada por jóvenes, contra los despilfarros del Gobierno en el Mundial de fútbol, la corrupción y la impunidad, mientras la gente no llega a fin de mes. Es una protesta que en realidad está en plena sintonía con el mensaje del Papa argentino, con una nueva fase de mayor atención a lo social que se abre en la Iglesia católica.
El resultado de esta chispa, este contacto de Francisco con las movilizaciones masivas de los brasileños es un gran interrogante que espera al viaje y cuya respuesta en realidad supera las fronteras del país. Como en las históricas visitas de Wojtyla a la Polonia comunista, no porque las manifestaciones estén contra el Papa, sino porque quizá él mismo se haga cómplice o portavoz de sus inquietudes. Los obispos brasileños ya se han colocado del lado de las protestas, «contra estructuras de poder que hieren la vida y violan la dignidad humana», como ha escrito su presidente, Raymundo Damasceno Assis, en el 'Osservatore Romano'. Es decir, en Río está en juego el papel político que puede desempeñar Bergoglio a escala mundial, y servirá para comprobar hasta qué punto lo acepta o incluso lo busca. En Río la revolución de Francisco puede poner ya un pie en el mundo exterior.
No es casualidad que el mundo político latinoamericano se esté movilizando para estar presente, algo realmente insólito en estos actos, donde solo suelen asistir, si lo hacen, las autoridades locales. La presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, ha invitado a todos sus colegas del continente a participar en los actos del Papa. Aún no se sabe quién asistirá, pero dirigentes de países hostiles a la política y al capitalismo que representa Estados Unidos, como Cuba, Venezuela, Ecuador o Nicaragua, pueden estar sentados en Río asintiendo a las palabras del Papa.
Teología de la Liberación
Evidentemente en este cuadro tiene un lugar especial la Teología de la Liberación. Desde Juan Pablo II, que la combatió con saña por ver en ella la mano del comunismo, cada vez que un Papa va a Latinoamérica le preguntan sobre ello y es una cuestión que siempre está en el aire. Con Benedicto XVI estaba también justificado, pues como prefecto de Doctrina de la Fe fue quien dirigió su represión. Ahora con Bergoglio llega la hora de actualizar la cuestión y lo cierto es que tirando del hilo se llega a otro gran problema de fondo de la Iglesia, que es la aplicación pendiente de las reformas del Concilio Vaticano II.
En el pasado Francisco fue muy crítico con la Teología de la Liberación, consagrada a partir de la asamblea de los obispos latinoamericanos, el CELAM, en Medellín en 1968. En la siguiente cumbre, en Puebla en 1979, él fue de los que se opusieron, por su matiz ideológico, aunque sin dejar de mantener la opción preferencial por los pobres. Ahora son los representantes de esta corriente los que dan saltos de alegría con el nuevo Pontífice.
En cuatro meses el Papa se ha dado ya a conocer bastante, pero quizá este viaje le descubra definitivamente. Será la vara de medir de su relación con los viajes y los grandes actos de masas, una invención de Juan Pablo II que estaba cortada a su medida. Como las propias JMJ, Benedicto XVI siguió su huella, aunque no le entusiasmara, pero parece claro que Francisco tendrá su opinión sobre el asunto. Este mes ha ordenado retirar una estatua con su imagen colocada en la catedral de Buenos Aires porque es «contrario al culto a la personalidad». Estos actos tienen algo de eso y quizá cambien. La relación con los jóvenes será otra clave a descubrir.