
Felipe I defiende la diversidad de Bélgica
El nuevo monarca de los belgas respeta la descentralización, insta a la cooperación entre flamencos y valones y promete «servir a todos»
BRUSELAS. Actualizado: GuardarBélgica tiene nuevo rey. El séptimo en 200 años. Después de la abdicación de su padre, Alberto II, por motivos de salud, el hasta ayer príncipe Felipe, de 53 años, juró el cargo en una ceremonia austera. Los actos comenzaron temprano; tanto que poco después de las doce del mediodía el país contaba ya con su nueva cara visible, la de un hombre reservado y sin demasiado carisma cuya misión constitucional será velar por la independencia nacional del país y defender su integridad territorial.
El relevo se produjo sin sobresaltos, en coincidencia con un luminoso día de fiesta nacional. Después de dos décadas en el trono, el hasta ayer jefe del Estado belga renunció a su cargo en favor de su primogénito, expresando para él sus mejores deseos. «Tenemos plena confianza en ti», le dijo poco antes de cederle el testigo.
Alberto II había anunciado su abdicación a principios de mes, alegando que ni su edad, 79 años, ni su estado de salud le permitían seguir ejerciendo sus funciones en plenitud de facultades. La renuncia, cuyo anuncio pilló a pocos por sorpresa, se produce en un contexto de fragilidad en el seno de la Casa Real belga, salpicada en los últimos meses por escándalos tan variopintos como el de los tejemanejes evasores de la reina Fabiola o el de la historia de una supuesta hija ilegítima del propio Alberto II que ahora reclama su paternidad y exige ante los tribunales análisis de ADN. Estas noticias, en un país en el que el papel cuché y los programas del corazón brillan por su ausencia y donde la familia real está acostumbrada a permanecer al margen de los focos, han conformado una carga demasiado pesada incluso para un monarca.
La ceremonia se celebró como manda la tradición en Bélgica, sin grandes fastos. Apenas 200 invitados, la inmensa mayoría representantes y personalidades del propio país. De hecho, no hubo realeza extranjera y tampoco mandatarios de otros países, más allá del presidente de la Comisión Europea, José Manuel Durao Barroso, y algunos embajadores. En total, los actos costaron alrededor de 600.000 euros, nada que ver con la pompa y el boato que se dio al mismo evento en Holanda, donde a finales de mayo la reina Beatriz abdicó en favor de hijo Guillermo-Alejandro, en una ceremonia a la que se destinaron más de diez millones de euros.
En su discurso de entronización, pronunciado ante el Parlamento y en el que intercaló sus frases en las tres lenguas oficiales que cohabitan en el país -francés, neerlandés y alemán-, el nuevo rey hizo referencia a los principales retos que tendrá que afrontar como jefe del Estado, en especial la crisis económica y la histórica división entre norte y sur. En este contexto, defendió la «diversidad» de Bélgica como fuente de «riqueza» y «fuerza» del país y se comprometió a respetar la descentralización del Estado federal, a la vez que apostó por la cooperación entre flamencos y valones. Felipe I prometió iniciar su reinado «con la voluntad de servir a todos los belgas».
Ahora hay que ver cómo se desenvuelve el nuevo monarca ante la eterna rivalidad entre los flamencos del norte y los valones del sur, enzarzados en disputas políticas, lingüísticas y culturales desde el mismo día de la independencia de Bélgica. En este sentido, el padre de Felipe I demostró tener mucha mano izquierda cuando en 2011 logró auspiciar, tras más de 500 días sin Gobierno, una coalición encabezada por el francófono Elio di Rupo que se mantiene en pie.
Por ello, no pocos en el país habrían preferido que Alberto II se mantuviera en el trono hasta las próximas elecciones legislativas, previstas para 2014. El partido independentista Nueva Alianza Flamenca (N-VA), que encabeza los sondeos para esta cita crucial, persigue limitar al terreno protocolario el papel de la monarquía de manera que quede desprovista de cualquier carácter político.
En la ceremonia de ayer, el nuevo rey tuvo emocionadas palabras para su esposa, Matilde, que permaneció sentada en primera fila junto a los cuatro hijos de ambos y a la que agradeció su apoyo en la nueva etapa. En términos de imagen, podría decirse que el relevo real fue el más fluido y con menos tintes dramáticos de la reciente historia de Bélgica. Al contrario que en la jura de su padre Alberto II, que heredó el trono tras la repentina muerte de su hermano Balduino II hace dos décadas, Felipe se mostró muy confiado y pareció a gusto en su nueva situación. Tampoco se registraron interrupciones como en la coronación del rey Balduino, en la que un diputado comunista gritó vivas a la república.
La de ayer fue una jornada marcada por una tranquilidad que se notó también en las calles de Bruselas, donde la falta de entusiasmo de los ciudadanos por el evento se tradujo en una discreta asistencia de público. Y eso que el sol y el buen tiempo se conjuraron para acompañar el relevo en el trono de los belgas.