Sanz Lobato, la viva mirada de un lobo solitario
La Academia de Bellas Artes exhibe las mejores imágenes de un pionero que captó la esencia de la España profunda en sus ritos, tipos y paisajes Una muestra rescata la potente obra del fotógrafo, Premio Nacional en 2011
MADRID. Actualizado: GuardarDurante décadas recorrió la piel de toro. Cámara en ristre, devoraba kilómetros cada fin de semana al acecho de ritos, mitos, tipos y paisajes definitorios de la más auténtica y profunda idiosincrasia ibérica. Y acertó como pocos a resumirla en imágenes. Sin el esforzado y solitario trabajo de Rafael Sanz Lobato (Sevilla, 1932) quizá no hubieran hecho el suyo colegas como Cristina García Rodero o Isabel Muñoz.
Olvidado por instituciones, comisarios y editores, la inesperada concesión del premio Nacional de Fotografía en 2011 precipitó el rescate de este excepcional maestro de la fotografía documental. Ahora la Real Academia de Bellas Artes, en Madrid, revisa, al calor del premio, las portentosas imágenes de este dotado pionero, heredero de insignes antecesores como Ortiz Echagüe y con una obra a la altura de Eugene Smith, Inge Morath y otros grandes de la fotografía documental con interés por España.
Sanz Lobato es un lobo solitario, con alma de cordero, por más que se le adscriba a la generación de posguerra que a mitad del siglo pasado enriqueció, y cómo, la fotografía documental española. En aquellos años comenzó su peregrinaje armado con sus cámaras y su viva y privilegiada mirada. En 1956 compró su primera réflex y se convirtió en un documentalista «casi dominguero». Su paralizante timidez de principiante se disipó «cuando descubrí que podía hacer las fotos sin pedir permiso». Se integró en 'La Colmena' y 'Grupo 5', pero su espíritu nada gregario le incitó a ir por libre. En los sesenta, cada viernes, tras fichar en su trabajo en la multinacional de maquinaria que le empleaba, se echaba a la carretera. Cargaba en su seiscientos su pareja de cascadas 'Nikon' compradas a plazos, dos objetivos y una lata de 30 metros de la mítica película Tri-X de Kodak.
Recalaba en pueblos perdidos de la Castilla profunda, Galicia o Extremadura a la caza de ritos profanos o religiosos: procesiones, entierros, bodas o fiestas populares. Dedicaba el siguiente fin de semana al mágico revelado casero de las potentes imágenes que ahora toman nueva vida en una retrospectiva más que necesaria. Exhibe escenas populares junto a paisajes, retratos y naturalezas muertas al estilo de la pintura de Morandi o las composiciones de Man Ray. Imágenes clave para las generaciones sucesivas, como las series 'La Caballada de Atienza', 'Rapa das Bestas', 'Auto sacramental de Camuñas' o 'Bercianos de Aliste' que reflejan la diversidad cultural ibérica.
Con ellas se ganó Sanz Lobato el respeto de los colegas, pero nunca fue un nombre familiar para el gran público. Y eso que el estadounidense 'Photography Annual' recogió una decena de sus instantáneas del Santo Entierro de Bercianos de Aliste en 1970. A través de ellas lo descubrió Cristina García Rodero, hoy en la nómina de Magnum, que halló su camino gracias al trabajo de Sanz Lobato, cuyas fotos sigue mostrando a sus alumnos.
Trabajo legionario
Expulsado del mercado laboral a finales de los setenta, se empeñó en ganarse la vida con la fotografía. Aceptó trabajos alimenticios publicitarios y propagandísticos -varias campañas electorales del PP- que permitieron llegar a fin de mes a este republicano convicto. Separó esta labor 'legionaria' de la creativa, pero la edad le fue robando energía, minó su vista y le privó de sus expediciones. Su obra quedó para deleite de iniciados.
Algo cambió cuando en 2004 se le otorgó la medalla de oro al Mérito de las Bellas Artes. Dos años después Chantal Grande y David Balsells incluían sus fotos en una colectiva que puso de nuevo en valor su excepcional obra. Llegó en 2010 la primera gran muestra del 'renacido' Sanz Lobato en Tarragona, trampolín hacia el Nacional de Fotografía, catalizador de su pleno rescate en 2012. El fotógrafo lo recibió con displicencia. «Me vino bien el dinero, pero a los políticos les interesa el arte un carajo, y la fotografía menos», se duele.
El archivo de Sanz Lobato se reveló como una mina cargada de imágenes inéditas de las que apenas se conocía la punta del iceberg. Octogenario y gruñón, batalla hoy contra la enfermedad degenerativa que lo está dejando ciego, que le obliga a llevar unas gruesas gafas y a trabajar con los artilugios que le facilita la ONCE. No le paraliza, como no lo hizo la limitación de su deformada mano derecha, una malformación congénita que no le impidió manejar con destreza los pesados equipos analógicos con los que siempre trabajó. Sus tres dedos intermedios se unen en un muñón, de modo que debía servirse del meñique y el pulgar para pasar el carrete y disparar.