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Mandela, el último héroe británico
El aura mítica del líder sudafricano se cimentó en Occidente por la atención que músicos de Reino Unido prestaron al apartheid
Actualizado: GuardarCuando Jerry Dammers acudió a un concierto antiapartheid en 1983 apenas sabía nada de aquel preso que ya penaba dos décadas en la cárcel. Pero un año después, su canción 'Nelson Mandela' se convertía en un éxito planetario con aires 'ska'. Contribuciones como la del líder de la banda 'The Special A.K.A' redimen una década que parece reducida al movimiento decadente de los nuevos románticos y en el plano social se vincula con una generación seducida por la eclosión del consumo masivo. Pero hubo otro país, también dentro de Gran Bretaña, donde el paro y los esfuerzos de Margaret Thatcher por desmontar el Estado del bienestar impulsaron una contestación popular vinculada a través de la música. Los jóvenes airados necesitaban una referencia ética y el preso 46664 cumplía todos los requisitos para transformarse en su paladín.
El icono Mandela es británico y la MTV lo convirtió en un héroe para Occidente, mientras que Madiba, el título que le concedieron los ancianos de su tribu, lo identifica en el país de origen, Sudáfrica. Su naturaleza es la de una rara avis en estos tiempos descreídos, la causa ideal que no admite controversia, la injusticia de perfecta plasticidad. La segregación étnica, normativizada y traducida en carteles que excluyen explícitamente a negros y mestizos, generaba una repulsa inmediata y las condiciones de cruel aislamiento del individuo provocaban el rechazo de cualquiera defensor de los derechos humanos. El régimen blanco de Pretoria, ensoberbecido y displicente ante el repudio externo, creó la tormenta perfecta.
El reo de Robben Island era perfecto y, además, carecía de rivales de envergadura. La penosa realidad es que, ya hace treinta años, los héroes románticos no abundaban. El Muro de Berlín se resquebrajaba atisbando las miserias del bloque socialista y en África los líderes independentistas se habían convertido en padres de la patria y, rápidamente, en dictadores depredadores de fondos públicos. Las valiosas excepciones del senegalés Leopold Sedar Senghor y el tanzano Julius Nyerere, que prefirió dimitir antes que plegarse a los dictados del Fondo Monetario Internacional, palidecen ante la escasa relevancia internacional de sus respectivas repúblicas.
La fluida conexión entre Ciudad del Cabo y Londres facilitó el contacto y la cultura popular se nutrió de la ignominia constante, alentada por fenómenos clamorosos como la matanza de Sharpeville, que inspiró la constitución por la ONU del Día Internacional de la Eliminación de la Discriminación Racial. La música pop comenzó su fecunda andadura solidaria con eventos multitudinarios como el Concierto por Bangladesh de 1971, aunque el compromiso adquirió especial relevancia en la década siguiente, rica en motivos para iniciativas colectivas y favorecida por los adelantos técnicos que permitían la difusión global.
El drama de un hombre
Harry Belafonte, el rey del calipso, se reveló como uno de los promotores de esa atención por el conflicto sudafricano, pero fue Peter Gabriel quien marcó el curso de un periodo de intensa reivindicación.
Su canción 'Biko', dedicada en 1980 al activista asesinado, cerraba conciertos con el aliento del himno reivindicativo. A mediados de la década, 'Nelson Mandela' acumulaba versiones y a finales de los 80 Simple Minds recordaban con 'Mandela Day' que el prisionero había cumplido 25 años privado de libertad. Tras su retirada de la vida política, Joe Strummer, fundador de los míticos The Clash, y Bono, de U2, pergeñaban '46664' en homenaje al ídolo. La 'new wave' había dado a conocer el drama de un hombre con todos sus ritmos posibles y atrapando a la audiencia.
Esa capacidad para la concurrencia de tantas adhesiones se sustenta en una tragedia evidente, personal y colectiva, pero también en la falta de un presupuesto ideológico o religioso radical, más allá de su humanismo nativo, o en el hecho de que el largo calvario penal le distanciara de las acciones del brazo armado de su partido, el Umkhonto we Sizwe. Su periodo de gobierno, basado en la no exclusión, quizás no satisfizo las enormes esperanzas de la mayoría negra, pero complació a la opinión pública extranjera deseosa de un final feliz en el que todos los sudafricanos pudieran convivir sin renunciar a los privilegios adquiridos. La discriminación positiva parecía la cuadratura del círculo y, aparentemente, evitaba el previsible estallido social. La película 'Invictus', basada en el libro de John Carlin, reforzó la cualidad integradora del mito.
La intachable andadura presidencial de Mandela demostró que cabía confiar en los políticos negros, que Mugabe podía considerarse un lamentable accidente, y los mercados respiraron aliviados. Además, esa impoluta reputación se consolidó con el divorcio de Winnie, implicada en notorios crímenes, o su alejamiento de las luchas internas en el Congreso Nacional Africano, partido lastrado por el clientelismo y la corrupción. La bondadosa expresión de Madiba parece tan ajena a la autocomplaciente de su sucesor Jacob Zuma que resulta poco probable que ídolos de la cultura popular como Naomí Campbell, Charlize Theron o Michael Jackson se plantearan abrazarse con él delante de un fotógrafo.